Desde la muerte de Harry, Ariam No había podido recomponerse, de hecho, había cambiado demasiado, al punto de alejarse de sus amigos y dejar de ser la chica extrovertida y amistosa que siempre fue. Era la primera vez en su vida que ella experimentaba una pérdida cercana; aunque alguno de sus familiares si habían muerto antes, pero estos nunca representaron más que cartas o regalos enviados en ocasiones, cuando se acordaban de que ella existía o viceversa.
En cambio, Harry había sido; además de su primer amor, el único hombre en su vida, su mejor amigo, su salvador, y ella estaba completamente segura de que no volvería a amar a nadie más como lo hizo con él.
Los días posteriores a su entierro para ella fueron traumáticos, porque estaba segura de que se le aparecían sombras o siluetas de repente, y luego, sin más, volvían a desaparecer. Al principio se convenció a sí misma de que solo era su imaginación. No podía ser más que eso, puesto que lo más probable era que el trauma que había sufrido, la llevara a alucinar con cosas que le hacían daño.
Pero la mente le seguía jugando sucio, igual que el día del entierro, cuando juró que había visto a una mujer muy extraña observándola a lo lejos, una mujer que le daba la sensación de haber visto antes, o por lo menos, de haber sentido ese mismo sentimiento peliagudo al estar cerca de ella.
Unos días antes de que le llegara la carta de admisión de la universidad se lo contó a su amiga, Taiana, que no dudó en disipar esos disparates.
—Ariam, sufriste mucho cuando encontraste a Harry muerto —lo dijo con mucha naturalidad. Su amiga no se jactaba de hablar con rodeos, ella era directa, fría e iba al grano siempre.
—Lo sé, pero estas sensaciones no se van. Siento que voy a perder la cabeza —le respondió ella con la preocupación grabada en el rostro.
—Solo ignóralo, no pienses en ello y verás que en menos de lo que te des cuenta dejarás de sentirte así.
Ariam esperaba que su amiga tuviera razón. Pero los días seguían pasando y las sombras y el vello erizándose cada vez que veía a alguien extraño, no se iban.
Cuando por fin llegó la tan ansiada carta, Ariam ya no la esperaba con tanta emoción como antes de lo de Harry. La idea era que ambos irían a la misma universidad, eso claro, antes de que las cosas terminaran tan mal. Pero ella tenía la esperanza de que esa noche hablarían de todo eso; de sus planes, de retomarlos, de perdonarse y volver a vivir la historia de amor tan bonita que ella creía que tenían. Su madre y su padre en cambio, si abrieron la carta emocionados.
La respuesta fue positiva, e incluso ella no pudo evitar alegrarse un poco al enterarse de que había ingresado a la universidad de artes.
Esa mañana despertó un poco más animada de lo habitual. La monotonía por fin se iría pues ese día empezaba la universidad. Conocería nuevas personas, nuevos amigos. Los antiguos, los que trataba de evitar, eran un recuerdo constante de todo lo que había perdido, y lo que dejaría atrás, pues la noche de la muerte de Harry, había nacido una nueva Ariam.
—Por favor, cuídate —suplicó su madre. Después de todo lo que había pasado, ella no quería dejar salir a su hija ni al portón. Era una mujer muy sobreprotectora.
—Lo haré madre, no tienes que preocuparte.
Su padre le había regalado un carro “nuevo”, aunque lo único que tenía de nuevo era la dueña, pues el modelito ya era una antigüedad. Sin embargo le servía para transportarse, y eso era lo que ella necesitaba.
Subió a su auto y se miró en el retrovisor. Le impresionaba descubrir cómo la muerte de alguien podía cambiar tanto a una persona, ya no se sentía como aquella chica inocente que había recién salido de la preparatoria llena de ingenuidad sobre la vida. Ahora se daba cuenta que las cosas no eran tan fáciles, y que la vida era algo que podía irse en un abrir y cerrar de ojos. Su mirada era la de una mujer mucho más madura, y más consciente de su alrededor.
El motor encendió dando tumbos y reproches, como si se quejara de que alguien lo hubiera despertado de su letargo, pero al final colaboró y el pequeño auto avanzó sin mucho problema. El camino hacia la universidad no era demasiado largo, media hora a pie, quince minutos en cualquier transporte.
Ariam suspiró nerviosa, era la primera vez que iría a la universidad, y sabía que le esperaban muchas cosas nuevas por descubrir. Taiana no iba a estudiar con ella, porque su amiga, a diferencia de Ariam, era pésima para las artes; en cambio ella iba a estudiar Medicina.
El imponente edificio se alzaba ante ella como una montaña, era color ladrillo, aunque tenía toques de una época gótica. En sus alas más antiguas, el color era de piedra, y la arquitectura definitivamente era de hacía varios siglos, cosa que Ariam adoró desde el primer momento en que la vio.
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Editado: 04.05.2019