Vampires and Angels I

CAPÍTULO VI

Los relámpagos iluminaban el cielo esa noche, acompañados por truenos y una lluvia torrencial. El golpeteo constante de cientos de millones de gotas de agua inundaban los oídos. La lluvia se había vuelto tan intensa que ya se habían formado grandes charcos y ríos; que desembocaban en el mar. Este se movía embravecido como una fiera, las olas golpeaban con fuerza contra las rocas, como si estuvieran enojadas con ellas. A lo lejos una figura casi fantasmal caía desde el cielo.

Si hubiera habido un montón de gente reunida en el lugar, la oscura y tormentosa noche no los habría dejado verlo. Sin embargo; no había nadie que pudiera apreciar el evento que acontecía en ese momento.

Un golpe sordo y duro resonó cuando la figura cayó de bruces contra el agua.

Alexander nunca había sentido lo que era el agua, o respirar como lo haría un humano. Sabía que se encontraba en los dominios de Eitaen, y por ende eso significaba que no podría respirar. El inmenso océano lo apabullaba, las olas lo arremetían de un lado a otro sin darle oportunidad para poder salir. Pataleó con su nueva fuerza y por fin entre tantos intentos logró salir a la superficie.

Tomó una bocanada de aire desesperado, mientras otra ola lo volvía a sumergir. Sabía que debía salir de prisa de allí, o moriría. Nadó como pudo, por puro instinto pues él no tenía idea de cómo hacerlo, hasta que logró llegar a la orilla.

Por primera vez Alexander sentía la textura de la arena. Siendo un ángel, en la tierra era intangible, solo era un espíritu invisible, siendo posible solo tocar a demonios. Así que él nunca había sentido las texturas de la tierra. Ni siquiera el inmenso mar que acababa de bañarlo por completo.

Tosió escupiendo toda el agua salada que le había tocado tragar, se arrastró lo más lejos que pudo del mar hasta sentir que estaba a salvo. ¡qué horrible era sentirse tan débil! Ni en sus más monstruosas pesadillas Alexander imaginó que algún día terminaría así.

El cansancio y la nueva debilidad que poseía lo hizo desfallecer en ese instante. Se quedó profundamente dormido, casi al nivel de la inconsciencia, mientras la lluvia lo golpeteaba con fiereza.

 

—¡Hay un hombre en la arena! —escuchó Alexander que alguien gritaba. Ya no llovía y tampoco era de noche. Se sentía sucio, cansado y sin energías. Quiso abrir los ojos pero sentía que los tenía pegados, además los tenía llenos de arena. Casi de forma automática se llevó una mano a la cara para tratar de limpiarse.

—¡Aléjate de él! —dijo una mujer. Alexander no le prestaba el más mínimo caso. Se quitó la arena de los ojos y los abrió. Un fuerte resplandor lo hizo arrugar la vista y fruncir el ceño. No estaba acostumbrado a la molestia del sol. Pero ahora que era un humano, las cosas eran diferentes.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz pudo ver que se encontraba en una playa, se sentó haciendo un esfuerzo, sacudió su cabeza que también estaba llena de arena, y entonces se dio cuenta de que estaba desnudo.

Abrió los ojos como platos al verse sin ropa frente a un niño y su madre. Ésta lo tomaba de los hombros impidiendo que se acercara a ayudarle.

—Está desnudo, mamá —dijo el niño.

—Debe ser un exhibicionista.

Alexander quería hablar, pero le daba vergüenza, deseaba encontrar primero algo con qué cubrirse, pero no le sería posible si antes alguien no lo ayudaba.

—No… no lo soy, —dijo con timidez—, por favor, ayúdeme —pidió.

La señora se veía reticente a hacerlo, puso a su hijo tras ella y se acercó a Alexander. Este se tapó sus partes íntimas con las piernas y una mano. No podía explicar cómo había llegado ahí, alguna mentira debía ocurrírsele, y pronto.

—¿Qué te ha sucedido? —le preguntó la mujer arrojándole una toalla para que se cubriera.

—Mi barco… la tormenta hizo que encallara —mintió—, perdí toda mi ropa y casi me ahogo.

Se sorprendió al ver lo fácil que le era mentir, también le impresionó escucharse a sí mismo. Su voz ya no era tan delicada y aguda como antes. Ahora sonaba grave y ronco.

—¡Oh!, pobre chico —exclamó la señora—, vamos, yo te ayudaré.

Alex todavía tenía las mejillas sonrojadas, todo lo que estaba experimentando era nuevo, pues sus cachetes jamás se habían puesto rojos. Se cubrió como pudo con la toalla y tomó la mano de la señora, el niño lo ayudó a caminar, pues cuando quiso dar el primer paso, sus piernas flaquearon y volvió a caer al suelo.




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