El medallón de la maldición, un objeto que en su momento tuvo valor, giraba entre los dedos largos y elegantes, muy distinto al pasado turbulento, como el traje a medida que llevaba puesto el lord Anthony Barnfield.
Mientras afuera del barco, una tormenta que agitaba las olas del océano, las cuales chocaban con fuerza contra la ventana redonda del camarote, lo remontó al día en que se atrevió a traicionar, escapar con más de una reliquia a cuesta, y como jamás lo esperó, condenarse a un bucle de vida y muerte.
«Lamento decírselo, lord, pero no hay retorno en la maldición». Recordó que le dijo el vidente que, junto a su esposa, visitaron. «Esta afectará a ustedes, como a sus descendentes, por siempre».
La revelación, tal como en ese momento, lo perturbó. Lo suficiente, como para apretar con rabia, la medalla dentro de la palma, y observar a su esposa dormir, luego de un llanto sin consuelo. Pues, haber perdido a su hijo en el mar, era la peor desgracia después de la maldición.
Un dolor que no creyó vivir, cuando, junto a Gloria, decidieron huir de la tiranía del pirata Jones. Dos niños temerarios, que fueron intercambiados por la vida de sus progenitores. Mismos que Jones, al final, decidió ejecutar delante de sus ojos, como una muestra del monstruo que era.
Sin embargo, ni eso, detuvo la persistencia de la pareja. Que, una vez logrado su cometido, con dinero, pudieron hacerse de un nombre y un lugar en la alta sociedad.
No obstante, un matrimonio que surgió de la necesidad, dio a luz un saludable y adorable bebé que cambió sus antiguas metas.
Robín, pues, se convirtió en todo lo que amaban y deseaban proteger. Así, como también, hacer lo imposible por darle un mejor provenir.
Pero, en el momento en que Anthony sintió curiosidad por el medallón, que Jones mantenía dentro de una brújula, sus vidas cayeron en desgracia.
La cual, se concentró en los doce últimos años, cuando su hijo, según testigos, murió ahogado en el fondo del océano.
«Ese es el menor de nuestros males», respondió dolida Gloria al vidente, desesperada por acabar con su tormento; «así que díganos el truco para sacarnos esta maldición de encima».
Anthony la comprendía, por lo que no agregó nada más, en lo que los dos escucharon una nueva salida, cómo sucedía cada dos años, a su tragedia.
No obstante, la ironía, muy propia del matrimonio, hizo que se burlaran de la posibilidad de transmitir la maldición, al hacer que alguien más les robara el medallón.
«¡¿Quién puede querer esta baratija?!». Se enojó Anthony, que arrojó el amuleto maldito, sobre la mesa destartalada del vidente, para al segundo volver a aparecer entre la palma de su mano. «Sea más realista, y responda».
Sin embargo, el anciano, imperturbable, sostuvo su respuesta. Y, cuando Anthony ayudó a Gloria a colocarse el sobretodo color salmón, dispuestos a irse, lo escucharon decir, «hay de ustedes, si ese medallón, por causa o consecuencia, cae en las manos de un pariente sanguíneo».
«¿Qué quiere decir eso?»
«Como rompió la brújula, si el ladrón es pariente o descendiente, la maldición también los afectará a ustedes».