—¡Ordena a los viajeros, que permanezcan en sus camarotes!
Escuchó Anthony, antes de poder salir. Sin embargo, la ansiedad, lo ayudó a ignorar la petición.
Después de todo, llevaba gran parte de su vida en alta mar. Pudo escapar de la esclavitud del pirata Jones, pero eso no significó que huyera de su destino enlazado con el océano.
Cuyas olas, igual a su enojo, se alzaban altas y majestuosas antes de romper con fuerza contra el barco, que se tambaleaba al son de la tormenta.
Movimiento inestable que lo hizo permanecer refugiado en el umbral que separaba la cubierta, en donde vio a los tripulantes empapados, con el fin de sobrellevar la situación. En quienes, sin poder evitarlo, se vio reflejado.
Si bien, el trato del capitán no se comparaba en nada a Jones, el esfuerzo y dedicación que se veía en cada uno, él todavía lo podía sentir en su cuerpo.
Así como también las cicatrices en su piel, un recordatorio de Jones, además del maldito medallón que pesaba en el bolsillo superior del saco.
¿En cuántos bucles, se acercó a babor, y arrojó el objeto maldito? De tantas veces, perdió la cuenta, como las esperanzas de devolver el mal a lo profundo del mar.
Más aún, con el fallido encuentro con el vidente, que solo sugirió una barbaridad, como esperar que alguien les robara un objeto que distaba de valor.
Distinto a cómo sucedió la primera vez que lo vio dentro de la brújula, la cual colgaba del cuello de Jones, el medallón no brillaba como el oro.
De hecho, era color plomo oscuro, con un escudo de dos espadas cruzadas en el centro, que era lo único curioso de todo el objeto.
—¿No sientes como si el bucle del tiempo y espacio, se alteró un poco?
La pregunta de Gloria a su espalda, lo asustó. Y el sobresalto, la hizo sonreír apenas, mientras se apoyó al otro lado del umbral, con la mirada puesta en las agitadas olas.
—¿Te refieres por lo similar que es a cuando huimos de Jones?
—Sí… De hecho, es como verme correr detrás de ti, segura de que no lo vamos a lograr.
Confiesa con angustia, incapaz de mirarlo a los ojos, al sentir su mano tomar los dedos que sobresalía de sus brazos cruzados.
—Yo tampoco tenía tanta seguridad —admitió Anthony—. Pero, a pesar de dónde estamos, sé que mañana también lo voy a volver a hacer.
—¿Jamás pensaste, ni siquiera un segundo, en cambiar ese plan?
Lo miro, y como sucedió a dos años de contraer matrimonio, observó los rasgos que la enamoraban. Cómo eran los ojos color negro de él, cálidos, pero seguros de sí mismo, seguido de la convicción con que tomaba sus decisiones, en la sonrisa que le dirigió antes de inclinarse y besar la frente de ella.
—No.
—¿Y en escapar tú solo?
—Tampoco —respondió enseguida, en lo que, en una caricia, aliso las líneas de angustia en la frente de su amada—. Gloria, quiero que sepas, que salvarte fue el impulso que necesite para también salvarme. Así como ahora, busco la forma de retomar nuestras vidas.
Distinto a Anthony, ella solo asintió con tristeza, ya que, en más de un bucle, tuvo el deseo de rechazar su oferta. Pero el amor, y el anhelo de al menos disfrutar un poco más los años que pudo tener a su hijo en brazos, la empujaron a seguir.
Cómo fue ceder al pedido silencioso de su esposo, y refugiarse entre sus brazos y pecho. Cuyo corazón latía con dolor y amor, sentimientos que la hacían confiar en cada paso que daba detrás de él.
Tal como sucedió, cuando sus memorias, reaccionaron a la exclamación horrorizada del vigilante de la tripulación, que anticipo, sin éxitos, el ataque de un barco pirata.