—¡Todos a los botes!
Gritaba una parte de la tripulación, mientras la otra, en vano, intentaban evitar el ataque de los bárbaros marítimos.
Una escena que, Anthony como Gloria, ignoraron al reconocer, con el corazón prisionero de horror, la bandera pirata de Jones.
Diferente a otras secuencias propias de la maldición, era la primera vez, después de veintiocho años, que se volvían a cruzar con él.
Por consiguiente, distinto a otros viajeros que no querían perder sus pertenencias, fueron los primeros en aceptar la orden del capitán.
—No mires hacia atrás, querida.
Pidió Anthony cerca del oído de su esposa, a la cual la hizo avanzar por delante de él, cuando un grupo de aterrados viajeros, comenzaron a disputarse por los botes salvavidas.
—¿En dónde dejaste el medallón?
La consulta de Gloria, lo hizo reaccionar, justo cuando enfrente de ellos, dos comerciantes abandonaron los insultos para agredirse con los puños.
Cuando se escuchó a uno de los viajeros caer en el agitado océano, Anthony miró a los ojos grises de Gloria, mientras su mano libre recogió el medallón que, por inercia a la desesperación del resto de los viajeros, cayó al resbaladizo suelo.
Un sonido sordo entre los gritos, golpes de espadas, disparos y llantos ansiosos por sobrevivir a la tiranía de Jones junto a sus tripulantes que saqueaban hasta las almas de sus contrincantes.
Sin embargo, Anthony como Gloria, no perdieron de vista el objeto circular, plano y lo suficiente ligero como para rodar por la cubierta, pasar por entre los pies de todos, y casi como si fuera capaz de elegir su próxima víctima, llegó al interés poco inocente de James.
Mismo que, empapado, con el rostro apenas cubierto por su espeso cabello castaño oscuro, levanto la mirada, y tal como sucedió al sostener el medallón entre sus frías y mojadas manos, se sintió familiar en el reflejo de los ojos de Gloria y Anthony.
—¡Robín!
Grito la mujer de cabellos castaños claros, largos y espesos, cuyos bucles parecían dibujarse en las mejillas pálidas a causa de la tormenta, como también, por las lágrimas de esperanzas que eran acompañadas por una sonrisa trémula en lo que estiraba los brazos hacia él.
No obstante, Anthony, que tuvo el mismo confuso presentimiento que ella, se interpuso en las intenciones de su esposa, cuando captaron el interés de Jones.
—No es él.
Le dijo, a la vez que aprovechó el desconcierto de Gloria, para alzarla y depositarla en el bote; y, como si fueran unos viajeros más de esa extraña embarcación, ignoró el desconcierto del joven que tenía el destino de todos, entre sus manos.