Varados

Capítulo cuatro

—Te encontré, Hans…

Anthony, agitado y bañado en sudor frío, se despertó con la característica voz grave de Jones, dentro de su cabeza.

Presentía que no se trataba de un recuerdo, como cuando lo encontró robando sus tesoros, sino de su persecución. Y más seguro estuvo de eso, al encontrar a Gloria llorar enfrente de la ventana de la habitación.

Desde que vieron al joven tripulante, que sumaba los rasgos de ellos dos a la misma edad, su relación ya no era la misma.

Su esposa, en silencio, lo acusaba como antes no lo hizo. Mientras que sus vidas, otra vez, giró en torno a los acontecimientos que el vidente anunció sin error alguno.

Ya que, la maldición, era de nuevo protagonista de sus destinos. Con la sutil diferencia que se repetía en el día que Robín cayó al mar.

Por ende, y aunque Anthony no lo quería reconocer, el adolescente marino, tal como lo reconoció Gloria, se trataba de su hijo.

Negativa y resignación, que fue más fuerte que el amor que aún estaba latente en sus corazones. Sin embargo, sus opuestos deseos, hacía que la brecha entre ellos, se hiciera cada vez más grande.

Como se reflejaba en la determinación de no compartir tiempo juntos, en que, aun en una mañana de lluvia, Anthony se encontraba en la soledad de su despacho.

Mientras Gloria, incapaz de aguardar a que él hiciera algo, escribió una carta a un viejo y expulsado camarada de la tripulación de Jones.

Sabía que su esposo no tendría el coraje de hacerlo, pues una vez los ayudó y no fue gratis. No obstante, ella estaba harta de llorar y esperar un milagro.

Fue así que le encomendó el recado a una de las criadas de su confianza, sin imaginar que Anthony estaba al tanto de cada uno de sus pasos.

Fue así que la criada, junto a la carta y una bolsa repleta de monedas de oro, se presentó ante él. Que, sin perturbarse por la desesperación de su esposa, decidió hacer su aporte.

—Iré yo —comunicó, al tiempo que aceptó la ayuda del mayordomo, para colocarse el impermeable—. Bajo ninguna condición, dejen que ella salga de la residencia, ¿queda claro?

El firme asentamiento del mayordomo, como la respuesta nerviosa de la criada, fue suficiente para que Anthony se emprendiera a un encuentro en los rincones más recónditos de la sociedad.

Y, no menos importante, con uno de los temidos tripulantes de Jones.

—Es extraño ver semejante señorito, por estos lares.

Dijo irónico, Jack, sin dejar la botella de ron, ni siquiera al escuchar las dos bolsas de oro, caer sobre la mesa destartalada en que descansaba su única pierna sana.

—Quiero que investigues el paradero de mi hijo…

—¿El difunto?

Se burló con sorna el ex pirata, que no perdió las manías, como tampoco, la apatía con que se rio del dolor expresado en la patada que Anthony le dio a la base de la mesa.

—No sé qué carajos, me hizo creerte en un principio —dijo él, que ignoró las armas y espadas que lo apuntaban del resto de forajidos que se encontraban en el bar—; pero, así como se lo entregaste a Jones, con vida me lo vas a devolver, Jack.

—¿De qué me acusas, muchacho? —Imperturbable, el tirano volvió a beber de la botella, mientras gozaba de la impotencia de Anthony—. Cómo bien sabes, yo les di, a ti y a tu esposa, un lugar en la alta sociedad…

—¡Y pagamos por eso! —Golpeo con furia, la mesa con los puños, en lo que recordó el costo de su deuda—. ¡Así que no tenías por qué quitarnos a nuestro hijo!

—Yo no se los quite, sino que aproveche la oportunidad —respondió sin remordimiento, mientras disfrutó del desconcierto del falso lord—. Además, fuiste codicioso, muchacho. Yo te pedí una sola cosa, pero decidiste quedártela, ¿no es así?

Anthony contrajo los dedos de la mano, sin posibilidad de refutar la acusación. Ya que, el recuerdo de sostener la brújula y la ambición por tener el medallón de oro, era la debilidad que todavía no podía reconocer.

—Quiero a mi hijo de vuelta, Jack.

Con lágrimas en los ojos, miró los negros e inexpresivos de susodicho. Mismo que, incapaz de sentir empatía, se rio para luego darle un último trago al licor que ya no lograba adormecer el dolor que lo hizo inmune a cualquier otra emoción.

—¿Y qué me darás a cambio, Hans? —preguntó luego de arrojar la botella por sobre el hombro de Anthony, que se mostró indiferente—. Oro, como ya sabrás, me sobra…

—¿Qué otra cosa quieres?

—¿Una cabeza, quizás?

—¿De Jones?

Adivino sin poder sorprenderse por el brillo que iluminó la mirada frívola de Jack, pues, desde que aceptó traicionar a Jones, tuvo el presentimiento de que había mucho más que envidia en su corazón.

—Siempre tan directo, muchacho.

La respuesta, incluso, confirmó la sospecha. Fue así que, distinto al pasado, Anthony se interesó en la historia de ambos marinos.

Sin embargo, le faltó valor para preguntar sobre ello, al tiempo que asintió sin oponerse a los deseos de Jack.



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En el texto hay: piratas, varados, ciclo infinito

Editado: 12.12.2024

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