—¡Dios mío!
Exclamó Gloria, al ver llegar el percherón negro de su esposo galopar en la densa lluvia, y con Anthony desmayado sobre el lomo.
Desde que el mayordomo respondió que fue a encontrarse con Jack, la angustia de la mujer se multiplicó con el paso de los minutos, y sin noticias de su esposo.
Y el motivo de ello, lo sabía muy bien, pues Jack era el mismísimo demonio del mar, que no soltaba su presa hasta ganar algo a cambio.
Cegada por la impotencia y el enojo, no fue capaz de analizar cómo su intervención podía afectar la mera tranquilidad de su hogar, fue así que se mordió los labios hasta hacerlo sangrar, cuando los hombres de la residencia asistieron al malherido Anthony.
—Perdón…
Gimió de culpa ella, mientras él susurró la misma palabra, sin querer mirarla a los ojos, cuando la sintió llorar sobre su pecho.
—Me equivoqué, jamás tuve que empujarte a hacer algo así, otra vez.
—La buena noticia, querida, es que accedió buscarlo.
Abrió apenas los ojos, inundados de lágrimas, pero también de la copiosa llovizna que, para Anthony, de tantas tormentas que vivió, sabía que no presagiaba nada bueno.
Tal como sucedió horas atrás, acorralado y obligado a ser el luchador de apuestas de Jack. Que, no muy satisfecho por los acontecimientos con el medallón, apenas tuvo una pisca de misericordia, como para intervenir en un desenlace aún peor a la que padeció.
—¿Qué tan grave son sus heridas, doctor Hamilton?
Pregunto Gloria, casi segura de la condición de su esposo, pues fue la que se dedicó a bañarlo y cambiarlo, pese a insistencias de sus criados para hacerlo.
Sin embargo, tal como sucedía con ella, Anthony jamás hubiera permitido ser humillado, al exponer sus cicatrices, como la marca de propiedad pirata grabada en fuego en el centro de su pecho.
—Tres costillas rotas —comenzó a enumerar el médico—; cortes de espadas en varias zonas del cuerpo, sin descontar, el fuerte golpe que recibió en la cabeza.
—¿Despertará pronto?
—En su lugar, preguntaría si algún día, con semejantes heridas, su señor, sería tan amable de perder el conocimiento.
Gloria, incapaz de no ceder al humor negro del médico, sonrió, consciente de que su esposo, para entonces, prefería estar muerto, antes de esperar que alguien más aliviará sus dolores sin él supervisar lo que le hacían.
Un trauma que se aprendía rápido con Jones, y que Hamilton sabía muy bien, desde el minuto que la pareja, por entonces unos impertinentes adolescentes, exigieron con un arma, que los atendiera.
—Entonces, doy por hecho, que está fuera de peligro.
—Mientras repose y tome los medicamentos a horario.
—Olvide lo que dije antes.
Bromeo más tranquila Gloria, que agradeció el leve, pero cariñoso, palmeo del doctor en su hombro. Mismo que titubeó, cuando se vio reflejado en los preciosos y tristes ojos de la mujer que perdió una parte de su corazón.
—No debería decir esto. —Suspiró Hamilton, que mientras atendió a Anthony, más o menos entendió el motivo de sus heridas—. En fin, esta mañana me llegó una carta de la corte. Y en ella, se me comunicó que la marina logró capturar un barco pirata.
No terminó de decir el nombre de dicha tripulación, que Gloria se angustió, hasta casi caer de rodillas al suelo.
Y algo similar experimento Anthony, al abrir la puerta para mirar a los ojos al doctor, y comprender que Jack, en esa ocasión, no le mintió.
«Más temprano que tarde, así como tu sangre se derrama en la arena, tu hijo pisará tierra, Hans».