Capítulo ocho.

—¡Gloria! —grito Anthony—¡Déjame salir de aquí, ahora mismo! ¡Gloria!

Golpeaba desesperado la puerta, consciente de la precaución de su esposa, pero sin querer aceptar su cuidado, cuando su hijo iba a ser ejecutado en la plaza principal de la ciudad.

—No dejen, bajo ningún concepto, que salga de la habitación.

Ordenó, por su parte, Gloria. Mientras se colocaba la capucha de la capa gris, decidida a hacer lo que fuera, por salvar a su hijo, así como también, proteger a su amado.

Mismo que golpeaba con los puños y pies, sin lograr nada, más que indiferencia por parte de la servidumbre, que se limitaban a intentar, en vano, apaciguar su impotencia.

—Por favor, tiene que hacer reposo —decía con paciencia Jon, el mayordomo—. De otro modo, va a hacerse más daño.

—¡Abre la puerta, Jon! ¡O no respondo de mí!

Amenaza que se escuchó hasta fuera de la residencia, pero que Gloria, a causa de los cascos de los caballos que llevaban la carroza, como el ruido silencioso del miedo que destrozaba su corazón, no fue capaz de escuchar.

Como tampoco, imaginar que en el puente, en donde se unía los campos con la ciudad, se encontraría de nuevo con Jack.

—Mi lady, siempre usted, tan temeraria.

La recibió con sorna Jack, al cual ignoró, y rechazo el gesto de besar el dorso de su mano.

—Los dos sabemos que es un título robado. Así que no presiones mi poca tolerancia.

—Así que ese temperamento fue lo que condenó al pobre Hans —siguió burlándose él, que se atrevió a mirar dentro de la carroza—. ¿Acaso fuiste capaz de atarlo a la cama?

—Si no fuera por ti, tendrías el honor de vernos juntos.

—Me conoces, muchacha. —Cambió de actitud, molesto por la acusación—. Si desde un principio, él no se hubiera quedado con lo que era mío, la historia sería muy distinta.

Sus palabras, como el tono autoritario de su voz, hizo que Gloria se mantuviera en silencio, y con la mirada puesta hacia el frente.

—Siempre admiré tu astucia, Anne. —Se rio Jack—. En fin, ¿lista para participar en la emboscada, como en los viejos tiempos?

—Con tal de recuperar a mi hijo, lo que sea.

Afirmó ansiosa, y con cierta angustia, pues presentía que no iba a poder hacer mucho. Pues, Jack no era de confianza.

Y, como su esposo tuvo el cuidado de no decirle que Robín era el nuevo dueño del medallón, tenía una oportunidad de salvar a su hijo, tanto de la ejecución, como de las garras de Jack.

Siendo que, este último, era al que más temía. Ya que, su obsesión por el medallón, era tal, que era capaz de matar a su propio hermano.

—Dicho eso, mi lady, permita que la acompañe.

Se sentó delante de ella, y mientras el resto volvieron a sus posiciones, él tuvo el recaudo de cerrar las dos ventanillas laterales de la carroza.

Cuya tenue penumbra incómodo a Gloria; caso opuesto a Jack que, en la inquietud de la mujer, observó, con mejor atención, sus rasgos delicados, a pesar de la tensión de sus labios.

—No hagas nada de lo que después, te puedas arrepentir, Anne.

Susodicha, casi dio un respingo, al pensar que él sospechaba sus intenciones. Pero, en cuanto se atrevió a mirar los ojos celestes de Jack, comprendió que se trataba de un consejo.

—Es por eso que me encuentro aquí.

—Sabes a lo que me refiero.

—De la misma manera que tú arriesgas la vida por una venganza y un medallón —respondió con ofensa y amargura—; yo estoy dispuesta a hacer lo que sea, por mi hijo.

—Lo que no tienes en cuenta, mi lady, es que yo ya viví más que tú.

—Te equivocas —contradijo, llena de resentimiento, como sus ojos inundados de lágrimas—. En cuanto tú y Jones nos capturaron, nos mataron en vida. Y Cuando nos quitaron a Robín, lo hicieron por segunda vez, Jack.

Sus rosadas mejillas se mojaron en silencio, pues, Gloria estaba cansada de que pisotearan su dignidad, fue así que sus ojos miraron con orgullo los del ex pirata.

—En ese caso, bienvenida a mi mundo, querida Anne.