El repudio de la multitud, era palpable en la plaza, que un poco impacto a Gloria, cuando la carroza se detuvo en la entrada de la ciudad.
—En este punto, sigues tu sola, Anne.
Dijo Jack, al bajar de un salto. Y, después de cubrirse con la capucha de la capa negra, advertir con una mirada, de que la vigilaba.
Hecho del cual estaba segura de ser así, al reconocer a sus hombres dispersos en la multitud, como por fuera de ella.
—¿Quiere que la acerque hasta las plataformas, mi señora?
—Solo acérquese un poco —respondió, mientras observó a Jack meterse en uno de los callejones del lugar—, no queremos llamar la atención de la guardia real.
Dijo con nerviosismo, en lo que sufrió el rechazo que su hijo tenía que padecer, al ver a las personas de menor estatus, cargar canastos de verduras podridas, mientras que la élite esperaba ver el agravio entre pobres, según comentaban entre risas damas y caballeros de la alta sociedad.
Ella, por su parte, sabía sus limitados pasos a dar. Sin embargo, cuando bajó de la carroza, y a lo lejos vio el imponente buque, admitió que no iba a poder mantener la compostura.
Mientras que Jack, en la seguridad del campanario, distinguió la figura inconfundible de su hermano y enemigo.
Del cual, sin poder evitarlo, se ocultó cuando lo vio alzar la mirada a la catedral. Un sitio que Marian, más de una ocasión, les contó que era su preferido en el mundo.
«No entiendo cómo es que te puede gustar un lugar tan aburrido», le dijo una vez, incapaz de entenderla. Hasta que ella, con una sonrisa divertida, lo ayudó a comprender. «Así como tú te sientes inmenso entre estás brava e imponentes olas, querido Jack; es igual para mí, pero en lo alto y solitario del campanario».
«Dudo mucho que sea muy tranquilo, cuando suenan las campanas».
No pudo evitar comentar, perturbado por las emociones que ella le causaba, y que a su hermano, parecía divertirlo, cada que le decía que se trataba de amor.
«De hecho, mi favorita travesura es esa, hacer sonar las inmensas campanas», le informó en complicidad, con cierta tristeza que solo se reflejó en su mirada. «Quizás, el ruido, sea lo que me ayuda a espantar la ausencia de mi familia… Por ende, el mar, puede y que también se convierta en mi sitio favorito».
Manifestó, con tal calidez, que conmovió el duro corazón de Jack. Sobre todo, cuando Marian tuvo la honorable consideración de besar la brújula que le regaló, y en ella depósito la insignia de los Writong.
Un gesto de pertenencia y aceptación, que Jack jamás recibió de parte de nadie hasta que la conoció a ella. Así como tampoco Jones, testigo de una historia que le provocó envidia.
No obstante, Jack admitía, en lo profundo de sí, que fue su debilidad, al pensar que su hermano sería capaz de robarle lo que más quería, la causa de la dulce y prematura muerte de su amor.
—Al menos, Jones… devuélveme lo que es mío y de Marian.
Pidió al hacer sonar las campanas, y como un alma en eterna pena, bajar con el objetivo de terminar con su agonía.