Gloria, que miró hacia el horizonte, incluso cuando dejó de distinguir la figura de su esposo entre los árboles y la llovizna, abrazó con fuerza el cuerpo débil y febril de su hijo.
Por mucho que soñó con volver a tener a Robín entre sus brazos, la realidad es que no lo podía disfrutar como quería. Pues, se sentía dividida, entre estar con él o Hans.
De hecho, lloró con el rostro hacia el cielo, por la injusticia del destino, que no les daba un segundo de tranquilidad.
Si bien, su esposo, fue el responsable de empeorar su situación, ella pensaba que pasaron por tanto, como para dar por saldada la deuda.
Sin embargo, mientras alzó a Robín entre sus brazos, para entrar en la acogedora casilla del bosque, comprendió que no todo era culpa del destino.
Si no, más bien, de quienes se creyeron con el derecho de manejar sus vidas a su antojo.
Primero fueron sus traidores y cobardes padres, luego Jones, para seguirle Jack y el objeto maldito que le quitó vitalidad a su hijo.
Mismo que atendió, al depositarlo en un sofá que estaba enfrente del fogón que ella encendió; y de esa manera secar con un paño húmedo, el sudor de la frente de Robín.
Sabía que necesitaba el cuidado de un médico, pero temía que en esa ocasión, Hamilton, no los iba apoyar al reconocer al joven pirata.
Tal era el miedo de perderlo otra vez que, al dejar el paño mojado sobre la febril frente del menor, se dedicó a meditar unos segundos los últimos acontecimientos.
Y mientras el crepitar cálido de los leños, contrarrestaba con el sombrío silencio que la rodeaba, y el fuego ondulante dibujaba su sombra contra las pálidas paredes, Gloria observó con detalle el lugar.
El cual parecía otra réplica de una casa de casería, por algunas cabezas de animales que decoraban las paredes, y no menos importantes, las armas.
Siendo un arco con flechas, lo que llamó su atención, al tiempo que consideró las ideas de Jack para romper con la maldición.
Era arriesgado, pero desesperada y sin esperanzas, al volver la mirada sobre el rostro agónico de su hijo, se determinó a interponerse, una vez más, en el camino de su esposo y Jack, tal como lo hubiera hecho mientras era Anne.
Una temeraria niña que no le dio miedo aprender a usar las armas, ni mucho menos, ser parte de la tripulación de Jones.
Si bien, este llenó su juventud de sangre, castigos e infelicidad, al volver a sostener el arco entre las manos, por primera y última vez, le agradeció por lo aprendido como lo otorgado, como era la familia que estaba decidida a proteger con su propia vida.
Fue así que, con un amoroso beso en la mejilla de Robín, salió de la casa, con el único deseo de lograr su cometido.
El cual, estuvo más segura de conseguir, cuando por obra divina, quiso creer ella, un ebrio jinete abandono su caballo para orinar en los alrededores.
Oportunidad que no desaprovechó, incluso si escucho a su espalda, una cantidad de improperios, que solo la motivó a galopar con más prisa sobre las huellas inconfundibles del percherón de Hans.
—¿No tientas demasiado a la muerte?
Consultó con sorna Jack, que estaba asombrado por verlo sobre el lomo del percherón negro, y con el medallón maldito colgar de sus dedos temblorosos. Imagino, debido a la falta de adrenalina que apacigüe sus dolores físicos.
—Es por la circunstancia. —Jadeo, cansado y adolorido—. Quizás, y por eso, me des una tercera y última oportunidad.
Se burló, seguro de no contar con dicha suerte, por la mirada penetrante y determinada de Jack.
—Te lo advertí, muchacho —dijo él, en lo que se incorporó del tercer escalón de la plataforma que parecía una cascada, por la cantidad de sangre derramada, cuyos cadáveres estaban dispersos a su alrededo—, pero, como siempre, no me escuchas.
—Como le dije a Anne, soy muy malo para hacer lo correcto.
Repitió, más tranquilo, al notar que los hombres que casi llegaron a rastrearlo, en ese momento, lo rodeaban.
—Era al muchacho a quien debía matar.
—Según entendí, es al último portador del medallón. —Perturbado por las ideas de Jack, Anthony volvió a alzar el objeto—. Ahora soy yo el que lo tiene. Así que olvídate de mi familia, Jack. Yo soy el responsable de causar todo esto, así que termina, de una vez por todas, con tu maldito plan.
Hubiera preferido gritar, pero la poca fuerza que tenía, lo limitó a mantenerse sobre el caballo, y también a contener el deseo de huir.
Después de todo, Hans sabía que era tan cobarde como fue en el pasado, al igual de débil a la codicia. Pues, en vez de otorgarle la brújula, se dejó convencer por la absurda idea de obtener dinero por el medallón, y de esa manera, librarse de Jack, Jones y todo su pasado para siempre.
Lo que fue una mala idea, reconoció por última vez, mientras dos de los hombres de Jack, lo bajaron del caballo, para hacerlo arrodillarse ante el filo empapado de sangre del bárbaro de ojos color celeste.
Una mirada, lo suficiente transparente, que Hans se vio reflejado, incluso en el odio desmesurado con que Jack alzó la espada mientras la otra mano sostenía con él, el maldito medallón. Dispuesto a imprimir todas sus encontradas emociones, en un acto en el que estaba seguro de que iba a ser liberado.