Varados

Capítulo trece.

—¡Mamá, mamá! —Escuchó la voz de Robín entre la oscuridad en que Hans se sintió caminar, sin orientación—. ¡Mira lo que la señora del mar me dio!

Quiso ver el rostro de su hijo y el de su esposa, pero todo lo que pudo distinguir, fue la luz dorada que desprendía el mismo medallón que alguna vez llamó su atención.

—No debes tocar nada que un extraño te dé, Robín.

—Pero dijo que es mío —insistió con vehemencia el menor que, por su voz, Hans lo imagino de unos cinco años—. Además, es igual al que tiene papá, ¿verdad?

Él se acercó al objeto, y era cierta la observación de Robín. Era similar al medallón que, incluso, aún tenía en su mano, y que brillaba igual a cuando lo vio dentro de la brújula.

—¿Quién dijiste que te lo dio?

—¡La señora del mar! —exclamó con obviedad el niño que, por la dirección del brillo del objeto, Hans pudo mirar hacia la proa, cuando la oscuridad huyó de la claridad del amanecer—. Pero si hace un ratito, estaba ahí conmigo.

Dijo confundido Robín, que miró a su padre, igual de consternado por la situación, que no se parecía en nada a su pasado.

—De verdad que estaba ahí, papá.

—Te creo.

Se acuclilló a la altura de su hijo, al cual miró, mientras apartó los cabellos del rostro, para sostenerlo entre sus manos, agradecido por la oportunidad de recuperar el tiempo perdido.

—Así que dime cómo era ella.

—De cabello negro, largo, y ondulado como el de mamá… —se interrumpió, con el ceño contraído, que hizo sonreír a sus padres—. Pero sus ojos eran especiales.

—¿Cómo cuáles? —Se interesó Anne, que miró hacia el mar, con la calma propia después de la tormenta.

—El derecho era azul como el mar, y el izquierdo, celeste como los cielos en tierra firme.

Confundidos, Hans y Anne, se miraron en silencio, mientras Robín describía a la mujer que, si no estaban equivocados, era similar al retrato que Jones conservaba en su camarote: la bruja marina.

—¿Te dijo algo más, además de darte la medalla?

—Sí. —Sonrió el niño, que miró hacia su madre—. Agradeció por ser su descendiente, la que rompió con la maldición que ella no fue capaz de romper.

Para más credibilidad, tal como Marian se lo sugirió, mostró el medallón de oro que sostenía en sus pequeñas manos, con la insignia de las dos espadas cruzadas, que coronaban el antiguo hogar en que Anne nació, para luego ser entregada a Jones.

—¿De la realeza, querida?

Se burló Hans, en esa ocasión, libre de sentirse en paz, al reconocer su nuevo presente, en lo que miró su medallón con las dos espadas cruzadas.

La cual, de oro o no, decidió arrojar al fondo del mar, mientras su pasado tuvo sentido, al apoyarse a babor de su barco, y sonreír feliz de haber sido parte de la servidumbre de su esposa.

—Pero Jones, siempre contaba, que dicha familia fue asesinada sin dejar descendientes…

—¿Quizás alguno sobrevivió, y se hizo pasar por alguien más?

—Algo así como nosotros.

—Parecido.

Ambos se rieron, con Robín entre sus brazos, como la familia que debió ser desde un principio.

Mientras, la medalla, con su maldición sellada, caía con gracia, hasta depositarse en la arena del fondo del mar; en, cuyo eco silencioso propio del agua, quedar varada la hermandad, felicidad y complicidad que alguna vez representó a Jack, Marian y Jones.



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En el texto hay: piratas, varados, ciclo infinito

Editado: 17.12.2024

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