Variante, Una Historia de la Realeza

4. La variante

Pasaron las primeras semanas después de la mudanza. No había sucedido nada sorprendente en ese tiempo; salvo que había tenido el enorme privilegio de escuchar a Phillipe tocar el piano con mucha destreza, algo que no cualquiera podía disfrutar.

No tenía permitido, sin embargo, frecuentar ciertas zonas de la casa, sobre todo las partes en las que Phillipe pasaba más tiempo, esto para evitar que mi “esencia” o “energía” se quedara impregnada en las cosas y Phillipe sufriera alguna visión; sin embargo, no siempre teníamos suerte.

La primera vez que pude ver la variante con mis propios ojos, me encontraba con Phillipe sentados en la sala; el silencio parecía ensordecedor a su lado. Había algo que le enojaba, lo sabía por su semblante ensimismado y su mirada de frustración.

Ambos nos mirábamos entre tanto y tanto, un poco extrañados e incómodos por no saber que decir. No habían sido semanas sencillas, sobre todo porque Phillipe era todo lo contrario a una persona sociable. Le gustaba encerrarse en su habitación, salir al palacio de vez en cuando y dejar algunas notas pegadas sobre a la refrigeradora.

Me dediqué a analizarlo como si se tratara de un experimento; era callado, sensible al trato con los animales y muy metódico, siempre ensayando en el piano y renegando por llamada con el príncipe Finnegan; por momentos llegaba a pensar que su molestia se la debía a él, ya que se comentaba que su relación familiar dejaba mucho que desear, sobre todo después de la muerte de su padre.

—Yo…—comenzó a decir Phillipe, un poco temeroso de sus propias palabras. — Estoy...

Soltó un cargado suspiro y se recostó sobre el respaldar del sofá.

—¿Te sientes bien? —pregunté, observándolo con cierta preocupación.

Phillipe me observó nuevamente, silencioso como siempre, para finalmente dejar que unas ligeras lágrimas escaparan de sus ojos.

—Me estoy muriendo, Nessa.

Lo observé conmovida y preocupada, recordando las palabras que me había dicho la vez en la que me contó su problema “He predicho mi muerte, Nessa…”

—Estoy aquí para ayudarte. Todo estará bien, solo…

—¡No! —respondió Phillipe en un pequeño grito, incitándome a callarme. —No quiero escuchar más de eso, por favor. No solo me muero yo, también se muere mi futuro; no sabes cuanto odio no poder decir lo que siento todo por estar al servicio de mi país. Nunca hice cosa alguna que no tenga que ver con el reino. Toda mi vida soñé con ser rey, y ahora sólo debo renunciar a ese sueño ¡¿quién soy entonces?! —exclamó, con mucha impotencia en su mirada azul – Finn será rey, yo moriré y pasaré a la historia como el príncipe enfermo. ¿Qué es el hombre cuando sus sueños se ven frustrados? Nessa, soy un hombre muerto desde ya, estoy muerto porque debo ver a otros conseguir lo que yo anhelo, sólo eso, verlo, porque nunca seré capaz de vivirlo por mi cuenta. Ojalá me muera hoy mientras duermo…ojalá.

En aquel momento, las lágrimas caían por mi rostro sin piedad, conmovida por la frustración del príncipe quien finalmente se había propuesto decir lo que sentía. Me puse de pie en un impulso y me acerqué hacia su costado para rodearlo con mis brazos, rompiendo toda la etiqueta que debía seguir. No me importó nada más en ese momento que consolarlo.

El correspondió a mi abrazo y silenciosamente dejó que las lágrimas cayeran por su cara; sin embargo, algo malo sucedió de inmediato.

—¿Te sientes bien, Phillipe? —le pregunté a los segundos en los que noté su cuerpo inconsciente a mi lado —¡Phillipe! —exclamé asustada, volteando su cuerpo hacia mí para observarlo mejor. Él se había desmayado en mis brazos, permitiéndome, por primera vez, conocer el mal que lo acechaba.

Una visión se había presentado producto de nuestra cercanía. Lo peor, sin embargo, estaba a punto de venir. Un delgado hilo de sangre comenzó a brotar por las fosas nasales de Phillipe con cierta violencia, goteando sobre mi pecho.

—¡Por favor, despierta! —Gritaba desesperadamente mientras lloraba. Mi estúpido don de sanidad parecía no funcionar con Phillipe y aquello me frustraba tanto, porque cabía la posibilidad de que él se haya hecho inmune a todo tipo de remedio.

Corrí por un trapo limpio para detener la hemorragia, y le tomé el pulso, preocupándome al notar que su respiración disminuía, sin embargo, no fue en el momento en el que el oxímetro arrojó un resultado crítico, cuando llamé a los doctores encargados de la familia real.

Mi don había fracasado, no había duda de ello, pero yo era enfermera. Intenté reanimarlo al hacer presión en su pecho, sin embargo no obtuve  respuesta por parte del príncipe.

—¡¿Cuánto tiempo van a tardar?! —renegué entre llantos aún cuando sólo habían pasado minutos desde que la ambulancia había salido en camino.

Fue en el momento en donde los aullidos de Espartaco parecían adueñarse del lugar, cuando me atreví a hacer aquello que terminó por funcionar. Respiración boca a boca.

Recuerdo el momento exacto en el que pasó. No habían pasado ni dos segundos en los que mis labios hicieron contacto con los de Phillipe, cuando él abrió los ojos de golpe y me observó con el rostro más confundido que alguna vez le había visto.

—¿Qué está pasando? — preguntó a centímetros de mí, sonrojado por mi cercanía.




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