Variante, Una Historia de la Realeza

5. Un lo siento y un abrazo

Mi primer “escándalo” con Phillipe no tardó en llegar, por más que nos esforzamos en mantenernos alejados de la prensa y de los chismes de las revistas.

El zumbido de las cámaras y los murmullos de la prensa aquella noche comenzaron a llenar el aire. La adrenalina se apoderó de nosotros, y aumentamos la velocidad de camino a la camioneta y mientras lográbamos subir al vehículo, Phillipe le dedicaba una que otra mirada de odio a aquellos que preguntaban sobre mi identidad.

—Te dije que era una mala idea. —Habló Phillipe, fastidiado por la situación.

Observé su rostro de reojo, avergonzada por la situación. Un leve rastro de sangre en su nariz lo hacían lucir tenebroso.

—Lo siento. —respondí cabizbaja y pegue mi mirada hacia la calle.

Él no respondió, y puso en marcha el auto.

La culpa de todo lo ocurrido la tenía la navidad. Sí, la navidad. Ella estaba a la vuelta de la esquina y aquello me llenaba de emoción y de tristeza a la vez, ya que, debido a mi trabajo con Phillipe, ese año no podía viajar a pasarlo con mis padres; quizás por eso había aceptado llevarme al supermercado de compras. Necesitaba decorar la casa y comprar cosas para llenar la alacena, así que allá fuimos, él con su elegante porte real y yo, bueno, con mi lista de compras y una sonrisa que no podía quitarme.

Entramos al supermercado y, en un segundo, Phillipe pasó de ser el príncipe renegón a un explorador en tierras desconocidas. Era eso, o quedarse en la camioneta por media hora y arriesgarse a que una visión lo agarre en la soledad. La idea de estar rodeado de pasillos y gente eufórica con la emoción de la navidad no parecía de su agrado, pero quedarse en la camioneta tampoco.

—Mejor volvemos al auto y mandas a alguien a hacer las compras. —le dije, al ver su rostro de incomodidad y el tumulto de gente rodeándonos. Hasta el momento nadie parecía haberlo reconocido, pese a la forma un tanto elegante con la que iba vestido, sumado a que el gorro, los lentes y los guantes lo hacían llamar la atención.

Él me examinó brevemente con su mirada, quizás habría notado la emoción de mi rostro al ir yo misma por mis propias galletas navideñas, o solo no quería decirme que no, pero terminó aceptando que nos quedáramos.

—Trata de no demorarte, nada más.

Di un leve brinco sobre mi sitio y comencé. Le mostré el asombroso pasillo de cereales, donde descubrió que hay más tipos de cereales que nobles en su corte.

—Hmm, “¿Capitán Crunch?" — se preguntó en voz alta señalando la caja en el estante. Por su seguridad, evitaba a toda costa tocar algo o a la gente misma. —Pon uno en la cesta, nunca los he probado.

—¿Nunca? —le pregunté. —Son muy conocidos.

—Lo sé, pero nunca me han dejado comerlos, ya sabes, “la realeza merece una dieta equilibrada de azúcar” —habló en tono sarcástico, como remedando a alguien.

Me reí e hice lo que me pidió.

El supermercado estaba abarrotado y bullicioso, con gente apresurándose de un lado a otro, y carritos chocando aquí y allá. En medio de ese caos, el príncipe Phillipe y yo nos encontrábamos explorando los pasillos, decididos a disfrutar de una experiencia de compras común y corriente.

 

En un instante de distracción, nuestros caminos se cruzaron de una manera inesperada, Phillipe, con su elegancia natural, tropezó ligeramente y nuestras manos se tocaron. Fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo y, por un momento, vi en sus ojos un destello de algo más allá de nuestra realidad cotidiana.

 

El príncipe parecía aturdido, tambaleándose ligeramente, y su mirada se volvió distante. Inmediatamente, me preocupé y traté de estabilizarlo. Pero antes de que pudiera decir una palabra, Phillipe tomó mi rostro entre sus manos y cerró los ojos, como si estuviera tratando de asimilar algo impactante.

Fue entonces cuando la sorpresa alcanzó su punto máximo. Aunque sin entender completamente lo que estaba sucediendo, decidí confiar en mi instinto. Inclinándome hacia él, lo besé suavemente en los labios, con la esperanza de que mi gesto lo devolviera a la realidad.

El contacto de nuestros labios pareció tener un efecto mágico. La visión en los ojos del príncipe se disipó, y su agarre firme se relajó. Lentamente, abrió los ojos, mirándome con gratitud y asombro.

—¿Estás bien?"—pregunté, preocupada.

Él asintió con el rostro perdido en sus pensamientos, aún aturdido pero recuperándose rápidamente.

—Gracias a ti— indicó, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y agradecimiento.

Sin embargo, nuestro pequeño intercambio no pasó desapercibido. Un destello metálico capturó la atención de todos a nuestro alrededor. Una cámara cerca a nosotros nos había grabado, con el príncipe y yo compartiendo un momento íntimo en medio del supermercado.

Los murmullos comenzaron a extenderse, y nos dimos cuenta de que nuestra escapada de la prensa había llegado a su fin. Las instrucciones Phillipe fueron claras “Salgamos de aquí”.

Procesar lo que había sucedido no fue sencillo para ambos. Me sentía aterrada por lo que pasaría después. La prensa podía hacer y decir lo que quisiera con esas fotos, ¿Y que podíamos hacer nosotros? Nos habíamos expuesto más de lo que debíamos, así que el peso de la responsabilidad recayó únicamente en Phillipe y en mí.




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