La ceremonia de la estrella del árbol resultó como estaba planeado. El príncipe Finnegan había sido el encargado de hacer la entrega del hermoso objeto que destellaría en la cima del árbol, y aquella escena fue capturada por las cámaras y transmitida a nivel nacional con nosotros sonriendo y aplaudiendo el hermoso espectáculo.
La intensa mirada de la princesa Genevive se clavaba sobre mi con una expresión de desagrado que me resultó más que incómoda, no era sencillo ignorarla, sobre todo si se posaba en la altura del balcón como si fuera la dueña del lugar. Su exceso de confianza era muy admirable, en el mal sentido.
Phillipe me dedicó una mirada de confianza y entrelazó su mano con la mía, susurrando un leve “lo estás logrando, Nessa” que me hizo esbozar una sonrisa. Me gustaba esa cercanía de ambos, aunque era difícil pasar por alto que teníamos a su ex a unos cuantos metros de distancia de nosotros.
—Necesito ir al baño. —susurré para Phillipe cuando el evento había terminado y nos encontrábamos de nuevo en el interior del palacio.
—Está bien, le diré a Cinthya que te escolte hasta los servicios mientras le doy algunas indicaciones a Finn ¿está bien? ¿o deseas que yo te acompañe?
La verdad era que prefería la segunda opción, pero no quería parecer un chicle en su zapato, así que terminé escogiendo la primera opción.
Cynthia era la nana e institutriz de la princesa Sabrina. Una señora de edad un tanto avanzada y de expresión estirada; era amable, aunque aparentemente le disgustara hablar mucho.
—Sígame por aquí, señorita. —indicó ella, a lo que obedecí siguiéndola por el pasillo de la derecha.
El silencio parecía sepulcral, eso hasta que apareció ella nuevamente.
—Hola Cynthia. —interrumpió nuestra caminata. —La reina te está buscando para que lleves a dormir a la princesa.
—Lo haré en cuanto termine con lo que estoy haciendo, alteza. —respondió la dama un tanto intimidada por la presencia de la princesa.
—Déjame escoltar a la señorita y tú dedícate a la princesa Sabrina ¿te parece? —habló la rubia con la sonrisa más fingida que le había visto a alguien.
Cynthia observó con cierta desconfianza a la princesa, pero no tuvo más opción que obedecer y retirarse del lugar en busca de Sabrina. En aquel momento me sentí un cero a la izquierda por completo; no quería aceptar la ayuda de Genevive, pero mis ganas de orinar me estaban traicionando, así que decidí confiar.
Grave error.
Caminamos por unos largos dos minutos hasta un pasillo alejado y con poca iluminación hasta llegar a una habitación que parecía haber estado sin uso por toda una década.
La princesa prendió la luz del cuarto, dejando ver los muebles cubiertos por telas blancas y me invitó a pasar al baño que se hallaba en la puerta de la esquina.
—¿Por qué me trajo hasta aquí, alteza? ¿Acaso no hay mas baños en este enorme palacio? —la interrogué, incómoda y tratando de controlar mis ganas de orinar.
Ella rodó los ojos en su sitio e ignoró mi pregunta.
—¿Vas a entrar o te orinarás encima?
Le dediqué una mirada de odio y caminé hacia el baño. Era lujoso y estaba completamente limpio, algo que agradecí, pues el hecho de ser un cuarto en desuso no me había generado confianza al inicio.
Al salir del baño la ausencia de la rubia me preocupó, sobre todo cuando me di cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave, impidiendo que pueda salir de la habitación.
—¡Alteza! —exclamé, tocando la puerta. —¿Está ahí afuera?
Silencio. Esa fue su respuesta. Ella me había encerrado a propósito en un cuarto aparentemente abandonado en medio de un castillo del cual no conocía ni la mas vistosa esquina.
Toqué y lancé gritos desesperados por mas de quince minutos, hasta que finalmente me di por vencida y me desmoroné sobre el suelo, con una tonta lágrima amenazando por caer sobre mi mejilla. La sensación de estar encerrada me generaba ansiedad y el hecho de que todo estuviera cubierto con telas llegó a parecerme espeluznante.
Lamenté el haberle dado a Phillipe mi celular para que lo guardara, pero lamenté aún más el haber sido tan ingenua y dejarme engañar por esa rubia de metro y medio que ahora mismo odiaba con todo mi ser.
Si mis cálculos no fallaban, eran casi la una y media de la madrugada y comenzaba a hacer frío. Sabía que Phillipe me encontraría, pero nunca pensé que demoraría tanto en hacerlo, así que tomé la tela de encima de mi vestido para cubrir mis fríos brazos y sin darme cuenta, mis ojos cansados se cerraron.
El sonido de la cerradura siendo girada me sacó de mi ensimismamiento. La puerta se abrió lentamente, revelando la figura de alguien que reconocí al instante: Philippe, el príncipe que me había llevado hasta este inmenso palacio. Su rostro estaba impregnado de preocupación mientras me observaba con ojos compasivos.
—Lo siento tanto, Nessa. No tenía ni idea de lo que Genevive planeaba hacer —susurró Philippe, acercándose rápidamente para ayudarme a levantarme del suelo.
Mis piernas temblaban de cansancio y mis pensamientos se agolpaban en mi mente, pero me sentí reconfortada al verlo allí, dispuesto a rescatarme de mi encierro. Con un gesto gentil, Philippe me envolvió en sus brazos, ofreciéndome un refugio cálido contra el frío de la habitación abandonada.