Variante, Una Historia de la Realeza

11. El Palacio de Gindart

—Creí que el palacio de Gindart estaba reservado para los miembros de la realeza.

—Estás con uno ahora mismo. —respondió Phillipe con gracia, poniendo el auto en marcha. Espartaco se había quedado en casa, aunque Phillipe le había prometido que luego lo sacaría a pasear y que por el momento un empleado se encargaría de él.

—Lo sé, pero ¿no te dirán nada en el palacio de Wibston? —pregunté extrañada. —Supe de una vez que tu hermano llevó a una chica y lo pusieron en disciplina.

Phillipe soltó una carcajada.

—Ese fui yo.

—¿Tú llevaste una chica?

—No, fui yo el que lo puso en disciplina. —respondió, volviendo a reír como si recordara una maldad pasada.

—Con que eres juez, pero no te gusta ser jugado eh, interesante.

—Tú no eres cualquier chica, Nessa. —habló, de forma mas serena. —Tú eres mi novia.

Al escuchar esas palabras, sentí un pequeño torbellino de emociones chocar en mi interior. Por un lado, una pequeña chispa de alegría se encendió al escucharlo referirse a mí de esa manera, aunque fuera en el contexto de nuestra farsa. Pero también sentí un nudo en el estómago, recordando la naturaleza ficticia de nuestra relación. Aunque había aceptado participar en ese juego por diversas razones, no pude evitar sentir un ligero pesar al recordar que, al final del día, todo era una ilusión cuidadosamente elaborada. Sin embargo, mantuve su compostura, ofreciendo una sonrisa discreta mientras me esforzaba por mantener la mirada lejos de la suya.

—Alteza, no esperábamos su visita. Nos hubiera encantado recibirlos con algo mucho más elaborado.

La señora Herrera, según Phillipe la había llamado, era la encargada de mantener el pequeño palacio en orden.

El lugar era simplemente hermoso. Muy grande, aunque en comparación con el gran palacio de Wibston, éste no poseía ni la mitad de su extensión, de todas formas, era majestuoso en cada extremo.

En los exteriores de la construcción había hermosos jardines llenos de flores variadas, piletas, lagunas y muchas farolas, las cuales alumbraban el sitio con la calidez necesaria para alegrar la noche.

—No teníamos planeado venir. —respondió Phillipe, observando la cena que la señora Herrera nos había ofrecido en la mesa de un comedor pequeño. Pan de masa madre recién horneado con mermelada de frambuesa y dos tazas de chocolate caliente.

—Es un gusto que nos visite en esta noche, alteza. —respondió la señora. —¿Se quedarán a dormir? Mandaré a que les preparen dos habitaciones, para usted y su...

—Novia. —completó Phill, untando un poco de mermelada en su pan. Casi no prestaba atención al rostro de la señora. —Preparen solo una habitación. —ordenó después.

En seguida lo observé extrañada, esperando una explicación de su parte; no era mentira que ya habíamos compartido la cama en el palacio de Wibston pero aquellas eran circunstancias completamente distintas a las de ahora. La señora Herrera no dijo nada, simplemente se retiró realizando una breve reverencia.

—¿Qué? —preguntó después de unos segundos al sentir el peso de mi mirada.

—¿Un solo cuarto, Phillipe?

—No pensarás que dormiré solo ¿no? Los espíritus de miles de personas que han vivido en este lugar por siglos inundan cada rincón del castillo. Estoy muy expuesto a sufrir visiones en un castillo; por eso me mudé. Además, ahora somos novios.

—Lo de los espíritus tiene sentido —respondí pensativa, animándome a comer. —Aunque tu variante está dormida, y lo sabes muy bien, además somos novios, bien lo has dicho, no esposos.

—Eres la primera chica que rechaza dormir conmigo. —comentó él fingiendo estar ofendido.

Lo miré enarcando una ceja. —¿eso se supone que tenía que convencerme?

—Era una broma, Nessa. —rio, dando un sorbo a su taza de chocolate. —Pero igual pienso que debemos dormir juntos para evitar la variante. Hace tiempo que no se presenta, pese a las visiones que he tenido y como no hemos estado usando tu don, temo que quiera regresar.

El imaginar que dormiría nuevamente con Phillipe me ponía nerviosa, pero su argumento era muy bueno.

—Vale, está bien. —acepté. —Pero solo pido una cosa...quiero dormir en la cama.

—Pensé que compartiríamos la cama…—mi rostro de negación le dejó bien en claro que mis intenciones eran otras. —Vale vale, pero ¿en dónde dormiré yo, entonces?

—Tú veras. —respondí, esbozando una sonrisa de victoria.

Phillipe me miró un tanto retador, pero suspiró en derrota. —Ya veremos.

—¿Conoces la historia de este castillo? —me preguntó Phillipe. Ambos nos encontrábamos caminando por los exteriores de la construcción, paseando por el hermoso jardín a la luz de la noche

Me detuve un momento, admirando la belleza de nuestro entorno, antes de responder.

—No mucho, creo que hay más castillos como éste en todo el país —le dije, tratando de recordar la información.

Phillipe tomó asiento en una de las bancas y comenzó a hablar de la historia del castillo, de su ancestro, el rey Ignacio V, y su amor por la reina Miranda de Versalles. Escuché atentamente cada palabra que salía de sus labios, sintiendo una mezcla de asombro y admiración por su conocimiento.

—El rey Ignacio V, mi ancestro del siglo XV se encontraba muy enamorado de su esposa, la reina Miranda de Versalles, una francesa muy hermosa, por lo que dicen los retratos. —comenzó a decir, tomando asiento en una de las bancas del lugar. Desde aquel sitio podían admirar la entrada del castillo, iluminado por tenues farolas. —Para demostrar su amor, construyó muchos de estos castillos alrededor de todo el país, para que ella pudiera recorrer toda la tierra de Vrend y descansar en el lugar que quisiera, como si estuviera en casa. Mira las flores que rodean todo el terreno. —señaló.

—Son rosas rojas.

—Exacto. Hay doce castillos como estos, uno en cada estado del país, cada uno con una flor distinta. Por eso este castillo se llama Gindart; en vrendiano antiguo significa “rosas”.




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