—¿Ahora sí me dirás que es lo que viste? —mi pregunta sonaba desesperada, aunque luchaba por disimular mi intriga.
—Vi a ese niño, rodeado de un aura roja, ese color es característico de los que poseen la variante, lo sé porque yo siempre me veo a mi mismo rodeado de ese color. —Phillipe suspiró en su sitio, y pasó una mano por su cabello. —No vi al fantasma de esa capilla, pero sí supe que había alguien ahí porque lo observé hablar; la visión me confirmó que él puede ver fantasmas.
—Es peligroso para un niño de su edad. —comenté. —sobre todo al estar en un castillo tan antiguo.
—Eso es lo que me temo. La variante puede usar eso en su contra, o lo que sea para volverlo loco.
Suspiré.
…
—Mi esposo y yo adoptamos a Rick hace dos años. Es un niño tranquilo y servicial, aunque algo reservado. Los que nos conocen recién asumen que es nuestro hijo biológico; su cabello rubio es igual al de mi esposo.
La señora Herrera respondía a las preguntas de Phillipe con cierto orgullo y satisfacción, aunque por ratos torpemente dejaba entrever que se encontraba nerviosa. Tal vez esa fuera la conversación más larga que había tenido con algún miembro de la realeza.
—Dijo que es un niño raro, ¿a qué tipo de rarezas se refiere? —pregunté, observando a la pareja de esposos desde el sillón.
—A veces habla solo, y le gusta escabullirse por todo el castillo y las antiguas habitaciones —confesó la señora Herrera, sonrojándose un poco—. Siempre estamos pendientes de que no rompa nada; el castillo debe ser tratado con reverencia.
—¿En cuál habitación pasa más tiempo? —pregunté con curiosidad.
—En la vieja capilla, creo. Siempre le decimos que no se escabulla por ahí, pero entendemos que es un niño y le gusta jugar.
—¿Puedo hablar con él? —preguntó Phillipe.
—Oh, alteza, por supuesto que sí. —respondió.
Todos observamos a la señora Herrera salir en busca del niño.
Cuando Rick llegó, Phillipe y yo lo saludamos con amabilidad, y aprovechando la proximidad el príncipe comenzó a hacerle preguntas para tratar de comprender su mundo.
—¿Desde cuándo ves a personas que los demás no pueden ver? —preguntó Phillipe.
—No recuerdo bien —respondió Rick.
La conversación continuó, y aprendí que Rick veía a una mujer que los demás no podían ver, pero era reacio a compartir detalles sobre ella.
—¿Has sentido malestar cuando los ves? —preguntó Phillipe.
Rick negó con la cabeza. —Son inofensivos, alteza —dijo—. A los que me dan miedo los ignoro, y los que me agradan son mis amigos.
Vi una expresión de culpa en Phillipe, y deseé poder ayudar a Rick de alguna manera; mi don le sería muy útil cuando lo malo se aproxime, pero era triste y exhaustivo para mí, pensar que esa era la única salida para la variante.
—Trataremos de visitarte más seguido, Rick —prometió Phillipe—. Quizás también nos volvemos amigos.
Vi la expresión no tan entusiasta de Rick, pero Phillipe se despidió con cortesía.
De regreso en casa esa noche, Phillipe había pedido a la señora Herrera que cualquier petición de Rick le fuera comunicada directamente. Aunque la solicitud fue inusual, la aceptaron sin hacer preguntas, sintiéndose afortunados de que su hijo adoptivo hubiera caído en gracia ante el príncipe.
…
El día siguiente transcurrió con normalidad, Phillipe había salido toda la mañana al palacio y yo me había dedicado a ordenar la casa para recibir el nuevo año. Me recosté en mi cama al llegar las seis de la tarde decidida a dar una breve siesta, sin embargo, mis planes fueron interrumpidos por una llamada repentina.
—¿Hola? —respondí al teléfono. —¿Por qué me llamas si estamos en la misma casa?
—Pues, porque no estamos en el mismo cuarto.
Rodé los ojos, pasando por alto la sonrisa que Phillipe me había robado.
—Te toca sacar la basura. —bromeé.
—Lo hice hace una hora, bonita. —respondió, pavoneándose como si se tratara de un logro y continuó hablando. —Sube a la terraza.
—¿Ahora mismo?
—No, para el dos mil veinticinco. —bromeó.
—El dos mil veinticinco es pasado mañana.
—Nessa, sube ahora por favor. —aclaró algo irritado y colgó.
Reí brevemente por su poca paciencia y subí a la terraza.
Mi sorpresa fue grande al ver la acolchada manta que yacía tirada sobre el suelo, sobre todo al divisar la silueta de Phillipe, concentrado en mirar el estrellado cielo que se posaba sobre nosotros.
—Échate conmigo. —pidió, en cuanto se dio cuenta de mi presencia.
Me acerqué a él algo intrigada y me recosté a su lado.
—¿No es lindo el cielo esta noche? —preguntó, rompiendo el silencio que había entre ambos.
—Sí, lo es. —Respondí, soltando un leve suspiro.
Las estrellas alumbraban el firmamento como puntos diminutos en medio de un gran lienzo oscuro. El observar por mucho tiempo ese espectáculo me dejaba esa sensación de pequeñez, como si solo fuera una insignificante partícula en medio de un mundo inmensamente abrumador.