Variante, Una Historia de la Realeza

15. Mala suerte y visiones


Inevitablemente, lo que yo sentía por Nessa iba creciendo en cantidades que no pensé que crecerían. Llevábamos casi cuatro meses viviendo juntos. Disfrutaba de esos momentos en los que podía molestarla con cariño, y me entretenía con el juego de cortejarla, aunque siempre tuve en mente la barrera que ella mantenía entre nosotros, separando la realidad de lo ficticio en nuestra relación.

Yo disfrutaba molestarla al llamarla “bonita”, lo había hecho aún cuando ella desconocía el lugar de donde había sacado ese apodo tan “atrevido”, y era mentira que me resultaba difícil ocultar mi faceta de engreído cuando estaba con ella; sabía que le divertía, pero tampoco quería que pensara que yo solo estaba jugando.

Por eso, el momento en que sentí el calor de su beso en mi mejilla me tomó por sorpresa; no nos encontrábamos envueltos en la horrible atmósfera de la variante, sólo estábamos ella y yo, y no pude sentirme menos emocionado al darme cuenta de que su acercamiento había tenido la motivación que yo esperaba; ella estaba empezando a sentir lo mismo que yo sentía hacia ella.

Sin embargo, un ligero dolor punzante se presentaba en mi pecho cuando recordaba la última conversación que había tenido con mi hermano Finnegan por teléfono; me sentía culpable y aquel sentimiento no me dejaba disfrutar del todo lo que me estaba ocurriendo con Nessa.

—Ya ha pasado un año, Finn. Ella no puede estar así toda la vida.

—Sabes que no soy el indicado para hablar de moral —respondió mi hermano—. Pero lo que hiciste estuvo mal; no solo la forma en que terminaste con ella, sino también cómo comenzaron las cosas entre ustedes dos. Acepté que estuvieras con mi mejor amiga porque confiaba en que la cuidarías, eres mayor que los dos, se suponía que eras el más maduro.

—Y lo fui, Finn —repliqué, frustrado—. Terminar con Genevive de esa manera no fue un acto de inmadurez; fue lo mejor para ambos.

—Sé que era lo mejor, Phill, pero irte de su vida sin darle una explicación no estuvo bien. Supongo que me odiarás por lo que hice, pero le dije la verdad a Gen —confesó, acelerando mi corazón—. Le dije que te quedaba poco tiempo de vida.

—¿Eres idiota? —le espeté, incómodo por su intromisión—. ¿No te das cuenta de que saber eso le hará más daño?

—Al menos le dije la verdad.

—Sí, lo hiciste —admití—. Pero ahora se torturará pensando que preferí pasar mis últimos días con alguien que no es ella, y eso no tiene otra explicación más clara que lo que ves.

—Que ahora prefieres a Nessa.

—Tengo que colgar, Finn.

—Phill, solo prométeme que le pedirás perdón por lo que hiciste.

Suspiré, considerando la petición de mi hermano.

—Está bien —acepté, incómodo— Ahora sí me tengo que ir, adiós, Finn, hasta mañana.

Odiaba admitir que él tenía razón, pero la verdad era que la tenía, y aunque me sentía angustiado por tener que hacer caso a su consejo, en el fondo sabía que aquello era lo correcto, así que tomé mi celular y como quien le escribe a una vieja amiga, le indiqué a Genevive que iría pronto a Inglaterra a “despedirme” de ella, y aunque probablemente interpretara ello como una despedida por la triste noticia de mi “enfermedad”, en realidad mi mensaje albergaba un sentido más figurado; iría a decirle adiós como a un viejo amor y una vieja amiga; aquel encuentro sería tanto un cierre de capítulo como una apertura hacia un nuevo comienzo, donde el presente junto a Nessa me sonreía, como la sonrisa de un niño inocente.

Con ella todo parecía sencillo, tanto que me preguntaba si dejarnos llevar era seguro para los dos. Conocía nuestro futuro, pero era consciente de que este también podía cambiar, y me aterraba confiar en el destino, ya que él siempre se había encargado de decepcionarme y lastimarme en donde más me dolía.

La vergüenza me invadió en cuanto sus padres llegaron y observaron el estado de su hija. La señora Cassell parecía serena y comprensiva, sin embargo, el señor Cassell parecía ser todo lo contrario, alguien protector y difícil de roer, y lo peor era que la primera impresión que había tenido de mí, lejos de tranquilizarlo, lo había alertado.

Suspiré nervioso, sintiendo la mirada compasiva de Nessa clavarse en mi espalda como dagas que me hacían sangrar por dentro.

—Está todo bien, tranquilo. —me había dicho mientras servíamos la cena, algo a lo que respondí con una ligera sonrisa y un asentimiento.

Los cuatro nos sentamos a la mesa del comedor, pero el silencio que se instaló entre nosotros era casi tangible. Solo Nessa, tratando de aliviar la tensión, rompía la quietud con preguntas sobre el viaje. Mientras tanto, yo luchaba por encontrar las palabras adecuadas, consciente de la evaluación silenciosa del señor Cassell y de la necesidad de ganarme su confianza.

—Por cierto, señor Cassell, he preparado una habitación para usted y su esposa. Espero que se sientan cómodos durante su estancia aquí —anuncié, intentando romper el hielo y mostrar hospitalidad.

El señor Cassell frunció el ceño, su expresión aún era seria. —Aprecio su gesto, príncipe. —respondió. —Si me lo permite, deseo hablar con usted a solas en cuanto terminemos de cenar.

Asentí con un ligero nerviosismo, preguntándome qué podría querer discutir el señor Cassell conmigo. Durante el resto de la velada, me encontré más como un observador que como un participante activo. Escuché con atención las historias que compartían sobre la familia de Nessa: cómo sus padres se habían conocido, sus raíces peruanas y de Vrend, y las travesuras de la infancia de Nessa. Mientras escuchaba, no pude evitar preguntarme si algún día sería capaz de tener una familia real, como la de Nessa, en lugar de la complicada que me había tocado. Si el destino me lo permitía, haría todo lo posible para asegurarme de no estropearlo.

El señor Cassell y yo nos encontrábamos en el jardín, con la compañía de Espartaco. Faltaba una hora para despedir el año viejo y yo no podía sentirme más nervioso.




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