Variante, Una Historia de la Realeza

20. Te voy a amar siempre

La coronación de Finnegan estaba a la vuelta de la esquina y eso solo podía significar una cosa: el fin del contrato entre Phillipe y yo.

“He predicho mi muerte…”

Sus palabras calaban fuertemente en mi corazón. Yo no era capaz de dejarlo morir, pero tampoco era tan valiente para enfrentar lo que sentía, sobre todo al darme cuenta de la magnitud de las consecuencias que acarrearía la decisión que tomase, sea cual sea.

La presión sobre mis hombros era insoportable. Cada vez que salía a la calle, las cámaras de los paparazzis se encendían como si mi vida fuera un circo, una que todos querían ver y criticar. Ya no sabía si quería ser vista o desaparecer por completo. Mi rostro estaba en todos los portales de noticias, en todos los periódicos, y cada vez que miraba el teléfono, las notificaciones de las redes sociales no dejaban de llegar. La gente opinaba, cuestionaba, juzgaba.

No tuve mas remedio que huir del departamento de Cristina para que no siguieran acosándola a ella también, y aunque la prensa estuviera a punto de descubrir la ubicación de mi departamento, aquello no me detuvo de huir a ese lugar. Decidí, además, no ir más al orfanato hasta que las cosas se hubieran calmado.

Mientras me refugiaba en el pequeño espacio de mi sala, los sonidos del mundo exterior parecían lejanos, amortiguados por las gruesas paredes de mi departamento. Me dejé caer en el sofá, exhalando un suspiro cansado. Cerré los ojos, tratando de calmar la maraña de pensamientos que me invadían.

De repente, un ruido en la cerradura me hizo abrir los ojos de golpe. Mi corazón se disparó. ¿La prensa? ¿Alguien había seguido mis pasos? Me levanté apresuradamente, el miedo corriendo por mis venas. La puerta se abrió lentamente, y una figura familiar apareció en el umbral.

—¡Phillipe! —exclamé, llevándome una mano al pecho. La mezcla de susto y alivio era casi abrumadora.

Él levantó las manos en un gesto de disculpa, cerrando la puerta detrás de sí con cuidado. Lucía un tanto despeinado y su mirada de preocupación pareció atravesarme a la distancia; siempre encontraba la forma de ponerme nerviosa.

—Lo siento, no quise asustarte.

—¿Cómo entraste? —pregunté, aún recuperándome del susto, mientras mi corazón intentaba volver a un ritmo normal.

—Tu portero me dejó pasar. —respondió con una sonrisa débil, sus ojos cansados recorriéndome como si quisiera asegurarse de que estaba bien.

Lo observé en silencio mientras se dejaba caer en el sillón, como si aquel lugar fuera suyo. Su presencia llenaba la habitación, y aunque parte de mí estaba aliviada de verlo, otra parte deseaba que no estuviera allí.

—Phillipe, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté finalmente, cruzándome de brazos para mantener una barrera entre nosotros.

Él exhaló profundamente, apoyando los codos en sus rodillas mientras frotaba sus manos con nerviosismo.

—Quería verte. Quería asegurarme de que estás bien. No has respondido mis mensajes desde antes de ayer y…—se detuvo un poco, meditando en lo que estaba a punto de decirme. —te extraño.

—No deberías estar aquí. La prensa está siguiendo cada uno de tus movimientos. Si te ven aquí, esto solo empeorará. La coronación es el viernes…no puedes dejar que haya otro escándalo.

—Escapémonos. —soltó de pronto, tomándome por sorpresa.

—¿Qué?

—Que nos vayamos lejos ¿Qué tal a donde viven tus papás? ¿Sant Gaunt verdad?, podemos vivir allá tranquilos, casarnos…

—Phillipe… —intenté cortarlo sintiendo mi voz a punto de quebrarse. Él se puso de pie y se acercó a mi para tomarme de las manos.

—Estoy seguro de que tú sientes lo mismo que yo y sentirte lejos de mí es cada vez una tortura mayor, sé que tu familia no quiere verme por todo lo que han visto u oído, pero sí tú me crees, siento que ellos podrán confiar en mí de nuevo.

Lo observé en silencio, meditando en sus palabras. La verdad era que, aunque tenía un atisbo de duda en mi interior, la aparente sinceridad con la que decía todo lo que sentía me hacía volver a confiar en él sin cuestionarle nada. Él de verdad me quería y yo…bueno, yo también.

¿Qué me impedía decirle que sí? ¿Qué me impedía aceptar su propuesta y mudarnos lejos para empezar de nuevo? La verdad era que tenía miedo, miedo de no dar la talla, de exponer demasiado mi burbuja personal a un estilo de vida en donde las apariencias importaban.

Antes de que pudiera responderle, un fuerte golpe en la puerta interrumpió el momento. Phillipe frunció el ceño, claramente irritado por la interrupción, mientras yo me dirigía a la puerta, desconcertada y con temor de que fuera alguien de la prensa. No esperaba a nadie, y dudaba que alguien viniera a verme. Mis padres no solían venir sin aviso.

Abrí la puerta con cautela, encontrándome un nervioso pero preocupado Lucas. Llevaba puesto un abrigo largo que le daba un toque de misterio a su aspecto.

—Lucas… —dije, sorprendida, mientras él levantaba una ceja al notar mi desconcierto.

—¿No vas a invitarme a pasar? Hace frío aquí afuera, Ness —dijo, entrando antes de que pudiera responder.

Detrás de mí, Phillipe permanecía de pie. Su figura alta y su expresión seria llenaron el pequeño espacio. Era imposible no notar el cambio en su postura, rígida y alerta.




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