Cuando Phillipe Dawson nació, no solo sus padres y familiares se alegraron por la noticia; todo un país completo y me atrevería a decir, el mundo entero sonrió al escuchar que finalmente había llegado al mundo el niño esperado. El futuro monarca, heredero del trono, el príncipe Phillipe Dawson de la nación de Vrend.
A los casi tres años ya era capaz de recitar el abecedario completo y de expresarse con una claridad digna de un niño cinco años; sin duda, su intelecto era algo muy característico de él, brillante de pies a cabeza y muy bonito, de cabello negro azabache y los ojos azules color del cielo, de piel clara y mejillas sonrosadas y una sonrisa que, cuando se lo proponía, podía engatusar hasta al más difícil de sus maestros.
Sin embargo, el pequeño Phillipe Dawson tenía un problema, si es que podemos verlo de esta forma, él era el único niño en el castillo de Wibston, por ende, era muy poco sociable y demasiado protocolar para su edad, es quizás, por ese motivo que los reyes, Cristina y Richard Dawson, pusieron en marcha el plan de regalarle un hermanito en cuanto pudieron hacerlo, y así, cuando Phillipe cumplió los tres años, se unió a la familia otro niño más, un príncipe risueño y muy distinto en cuanto a la forma de ser del heredero, pero muy parecido a su hermano en el cabello y la piel pálida, aunque de ojos color avellana heredados de su padre. El príncipe Finnegan Dawson, lejos de traerle a Phill satisfacción y compañerismo, le enseñó a ser mucho más estricto y hierático, y es que, mientras Phillipe disfrutaba de las clases que le brindaban por ser el futuro rey de la nación, a Finn no se le daban para nada bien, él solo quería jugar y molestar a su hermano, aún cuando la ocasión no fuera la mas oportuna.
Nadie podía olvidar la vez en la que Finn, a los ocho años de edad, hizo estallar un florero en medio del discurso que Phillipe se encontraba brindando por motivo del velorio de su tía abuela Hilda Dawson, quien había muerto por un paro cardíaco mientras dormía.
Aquella tarde, Phillipe juró que mataría a su hermano en cuanto pudiera, pues nada le iba a borrar la cara de la vergüenza que los periódicos y medios habían retratado mientras Finn se reía detrás suyo en las fotos. Aquel iba a ser su momento, el que tanto había esperado por meses, pues sí que le había costado aprenderse ese discurso, el más largo de su vida y su hermano le había arrebatado el momento de las manos y a cambio le había regalado vergüenza y fastidio.
Por la noche, Phillipe buscó a su hermano, quien ya se escondía en su habitación y sin dudarlo se abalanzó sobre él y comenzó la pelea; aunque Phillipe era tres años mayor que su hermano, Finn quien siempre había sido muy atlético se defendía bien de los golpes del otro, aunque no pudo hacerlo cuando la lampara de la mesita de noche fue a parar en su cabeza.
Los gritos del personal a su cuidado irrumpieron en la habitación y lo último que Phillipe vio fue a su hermano sangrando de la sien y a su madre llorando detrás del cuerpo de Finn que ya conducían a la enfermería. Por suerte el golpe no había matado a su hermano, pero sí que lo había dejado inconsciente.
Su padre, el rey Richard, lo miró entre consternado y decepcionado y aquella mirada, para Phill, fue más dolorosa que los muchos golpes que su hermano le había propinado.
—No creas que te salvarás del castigo, Phillipe. —habló el rey, con tono severo.
—¡Pero él empezó! —gritó Phillipe, casi rompiendo a llorar—él me ha hecho pasar vergüenza ante todos y tú no lo has castigado ¡eres muy injusto!
—¿Cómo sabes tú que no lo habíamos castigado ya? —respondió el rey aun sin inmutarse ni mostrándose dócil ante las lágrimas de su hijo mayor quien ya se encontraba llorando de impotencia al frente suyo. —De todas formas ya no podrá cumplir su castigo porque suficiente tendrá con tener que recuperarse del golpe que le has dado, así que tú cumplirás ese castigo, pues también te mereces uno.
Phillipe no podía creer lo que sus oídos escuchaban. Nunca en su vida lo habían castigado y si alguna vez podían haberlo castigado, jamás pensó que sería por un hecho como este. Finn se lo merecía, aunque quizás Phillipe hubiera preferido obviar la parte en la que lo noqueó, después de ello, seguía pensando que su actuar no había sido para tanto.
A la tarde siguiente, después de haber visitado a su hermano para ver como estaba—motivado por las palabras dulces de su madre—y no sin antes haber hecho todas sus lesiones de música y de legislación vrendiana, Phillipe se dirigió a las cocinas del castillo a regañadientes pues lo que menos quería era tener que amasar pan y preparar el postre que tanto le gustaba a su padre no porque dudara de que fuera bueno cocinando sino porque consideraba que aquellas actividades estaban fuera del rango de cosas que un príncipe y además futuro rey debería hacer, sin duda Phillipe preferiría estar leyendo un libro o practicando en el piano por la tarde, pero bueno, ahora estaba castigado así que eso era lo que le tocaba.
—Buenas tardes, alteza, es un honor tenerlo con nosotros. —Un varón le sonreía amablemente. Lucía un traje de cheff de color blanco, que hacía contraste con su oscura piel y cabello negro.
—¿Ustedes? Yo sólo lo veo a usted. —Phillipe, que siempre había sido observador, no reparó en hacer notar ese detalle, sin devolverle el saludo que el hombre le había dado.
—Ah…es que…bueno, hablaba de manera general, ya sabe alteza, refiriéndome a todos los que trabajamos aquí.