Filip y yo dimos una vuelta más antes de regresar. Ya no corría como al inicio; parecía satisfecho, como si su paseo hubiera incluido algo más que oler arbustos y perseguir gatos.
Cuando llegamos a casa, la puerta estaba entreabierta. Entré con cuidado y solte con cuidado a Filip le di agua y sus croquetas favoritas y luego fue a echarse a esperar que la señora carmen viniera por el.
—¿Cómo te fue? —preguntó mi mamá desde el sillón, envuelta en una manta, mirando una serie de las que ella llama "tontas pero adictivas".
—Bien —respondí, colgando la correa en su gancho—. Filip creo que se cansó... aunque, siendo sincera, creo que él es quien me pasea a mí.
Mi mamá rió sin despegar la vista de la pantalla.
—¿Y tú? —le pregunté, dejándome caer a su lado en el sillón—. ¿Qué tan adictiva va esa serie?
—Un siete sobre diez en drama, pero un once en hombres guapos —contestó con una sonrisa culpable.
Me reí bajito mientras me acomodaba la coleta, dejando que mis pensamientos volvieran, inevitablemente, a esa sonrisa de hacía apenas un rato.
Naim.
Me había pasado algo curioso desde que lo conocí. No era solo que fuera guapo —porque lo era, y mucho—, sino que tenía ese algo. Como si su presencia desordenara el aire de una manera agradable.
Y lo peor... o lo mejor, según cómo se mire, era que mi cerebro no paraba de reproducir la escena una y otra vez. Su risa. Su forma de hablarme. Ese momento en que ambos nos dimos la vuelta para mirarnos de nuevo.
No podía evitar sonreír.
—¿Te pasa algo? —preguntó mamá, mirándome de reojo—. Tienes cara de quien vio un unicornio... o algo mejor.
—¿Algo mejor que un unicornio? —pregunté, alzando una ceja.
—Un chico —dijo ella sin dudar, como si me hubiera leído el pensamiento.
Puse los ojos en blanco, pero sentí las mejillas un poco más tibias.
—¿Lo conoces? —insistió.
—No... o sea, sí. Lo vi una vez. Y hoy otra vez. Fue... casual.
—Ajá —murmuró mamá con una sonrisa satisfecha—. Casual. Claro. Dime cómo se llama el unicornio.
Suspiré, resignada.
—Naim.
Ella asintió, sin decir nada más, pero con una sonrisita que hablaba por ella. Subí a mi habitación, sintiendo aún un leve cosquilleo en el estómago. Cerré la puerta, dejé el celular sobre el escritorio y fui directo al baño. El agua caliente cayó sobre mis hombros como si intentara aliviar ese pequeño peso que no sabía que estaba cargando.
Me tomé mi tiempo. Dejé que el vapor llenara el baño, cerré los ojos y respiré hondo.
Cuando salí, envuelta en mi toalla, el cuarto estaba tibio y en penumbra. Me acerqué al escritorio, sin prisa, sin mucha expectativa... pero con el corazón en la punta de los dedos.
Encendí la pantalla del celular.
Un mensaje de Magalis:
"Feliz noche, mi Sofi. Mañana te llamo. Te adoro."
Y una foto de Carlo, comiendo pizza con su hermana, acompañada de un:
"Me estoy comiendo toda la caja. Saludos desde el mundo universitario."
Sonreí un poco. Pero... no era eso lo que esperaba ver.
Me senté en la cama, con el cabello húmedo cayéndome por la espalda. Sentí una molestia leve, tonta, pero real. Había dicho que escribiría. ¿Para qué decirlo si no lo haría? No era que esperara una gran conversación. Solo... algo.
Apoyé la espalda contra la pared. Cerré los ojos. Respiré.
Y entonces, el sonido.
Mi celular vibró.
Un mensaje.
Naim 💬:
Espero no sonar ansioso... pero me alegra haberte visto hoy. :)
Sonreí sin querer. Literalmente. Como si el mensaje activara un botón.
Sofía 💬:
No suenas ansioso. Yo también me alegro. :)
La conversación siguió, ligera pero constante. Me preguntó qué hacía, le conté de la serie de mi mamá. Me dijo que su amigo se había burlado de él por levantarse solo para hablar conmigo.
Sentí ese calorcito tonto en el pecho, ese que sube y se queda un rato dándote vueltas por dentro. Como si un pequeño ejército de mariposas hubiera decidido despertarse de golpe.
agarré el peluche que siempre estaba en mi almohada —un osito ya un poco desgastado, pero que conocía todos mis secretos— y me tumbé abrazándolo fuerte, apretando la cara contra su cabeza suave como si pudiera contener ahí toda la felicidad chiquita que sentía.