Capítulo 4: Un giro inesperado

Desperté cantando.
Algo que no me pasaba en mucho tiempo.

Era como si mi cuerpo se hubiera encendido desde el primer segundo. Estaba feliz, como si todo fuera más brillante, más ligero. No dejaba de sonreír, incluso cuando fui al baño con los ojos aún medio cerrados.

Mi mamá, en la cocina preparando café, me miró desde la puerta con una sonrisa curiosa.

—¿Qué te pasa, Sofía? —preguntó, levantando una ceja mientras me veía con una energía inusual para tan temprano—. ¿Por qué tan contenta?

Sin pensar mucho, respondí:

—Hoy me van a llamar Magalis y Carlo. Seguro.

Mi mamá me miró con esa expresión de “sé que hay algo más”, pero no dijo nada. Sonrió, cómplice, y siguió revolviendo su café.

La mañana pasó entre cosas simples: ordenar el cuarto, hojear un libro, pasarle fotos viejas a Magalis. Pero en mi cabeza… Naim.

Ese chico con sonrisa sincera, que parecía salir de una canción buena que te queda pegada.
Esperaba que escribiera, aunque mi parte más lógica me repetía que no me hiciera ilusiones.

Pasaron las horas y, como quien no quiere la cosa, abrí la conversación con él. La cerré. La volví a abrir. Miraba si estaba en línea, si había una notificación. Nada.
Y justo cuando la ansiedad empezaba a treparme por dentro, mi celular sonó.

Magalis. Con su voz vibrante y siempre un poco exagerada.

—¡Sofi! ¡¿Qué tal?! ¡Te extraño un montón!

La charla fue como un bálsamo. Me contó su verano, se rió de todo, y cada tanto soltaba alguna indirecta sobre que “ya era hora de que alguien interesante apareciera en mi vida”.

Después de colgar, Carlo me escribió. Sus bromas de siempre. Chistes internos, emojis, comentarios absurdos sobre series que nunca vimos. Todo tan familiar.
Pero en el fondo, seguía esperando otra cosa.

Y entonces, brilló la pantalla.

Naim 💬:

> ¿Cómo va el día?

Mi corazón dio un saltito. De esos que no se explican, pero se sienten en cada célula.

La conversación fluyó. Cosas tontas, cosas bonitas. Como si hablar con él fuera tan fácil como respirar.

Y de pronto:

Naim 💬:

> ¿Sería muy raro si te pidiera salir esta noche?

Me congelé.
Mi cara, roja.
Mi cerebro: procesando... procesando... procesando...

Sofía 💬:

> No, no sería raro :)

Un emoji suyo, con carita apenada. Y después:

Naim 💬:

> ¿Paso por ti a las 7? Comemos algo tranquilo. Nada formal.

Eran las 5:12 p.m.
Respiré hondo.

Sofía 💬:

> Está bien. Déjame pedir permiso y te escribo.

Llamé a mamá. Me temblaban los dedos. Ella respondió de inmediato.

—Sofi. ¿Todo bien?

—Sí, solo… necesito pedirte algo.

Su silencio fue como una pausa cargada.

—Ajá. Dime.

—Naim me invitó a salir esta noche. Algo tranquilo. Cerca. Él pasa por mí.

La escuché respirar al otro lado.

—¿Y lo conoces suficiente como para confiar?

—Mamá… sé que lo vi pocas veces, pero no me dio mala impresión. Me hace sentir cómoda. Si algo no me gusta, vuelvo a casa, te lo prometo.

Pausa. Otra respiración.

—Bueno. Pero me escribes cuando salgas, cuando llegues, y si algo raro pasa. ¿Oído?

—Sí. Gracias. Te amo.

Colgué con el corazón acelerado. Subí a arreglarme sintiéndome en un torbellino de nervios e ilusión.

Elegí mi pantalón rojo favorito. Ajustado, seguro. Una blusa blanca tipo corset, sandalias bajas. Maquillaje suave: rímel, rubor y brillo. Me miré al espejo.
Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí linda. De verdad.

A las 7:00 en punto, el timbre sonó.

Abrí la puerta y ahí estaba él.
Camisa negra. Pantalón marrón. Perfume delicioso. Postura segura.
Y esa sonrisa. Esa sonrisa que parecía decir: “Sí, vine por ti”.

—Estás bellísima, Sofía —dijo él.

—Gracias... tú también.

Se acercó para abrirme la puerta del auto. Pero justo cuando iba a salir…

—¿Sofía?

Esa voz.
Ese tono.

Me giré.

Y ahí estaba él. Mi papá. Cruzando el portón con una bolsa en la mano, mirándonos. A mí. A Naim.

Y aunque su voz había sido tranquila, su mirada decía otra cosa.