—¿Sofía?
La voz de mi papá me cortó la respiración.
El corazón me golpeó tan fuerte que casi dolía. Giré lentamente, obligándome a sonreír, mientras Naim bajaba la mano de la puerta del auto con cierta cautela.
—Hola, papá —dije, intentando sonar tranquila.
Él se acercó con paso firme, con una bolsa en una mano —parecía una caja de herramientas— y una mirada que lo decía todo en la otra. Se detuvo frente a nosotros y sin preámbulos, preguntó:
—¿Quién es?
—Papá, él es... Naim. Me invitó a salir a cenar.
Naim, manteniendo su amabilidad, dio un paso al frente.
—Mucho gusto, señor. Naim —dijo, tendiéndole la mano.
Mi papá la aceptó… pero fue un apretón frío, rápido, casi simbólico. No respondió al saludo.
—¿Y de dónde salió Naim? —soltó, sin siquiera mirarme.
—Nos conocimos ayer, papá… cuando paseaba con Filip.
—¿Y ya sales con alguien que conociste ayer? —repitió con una sonrisa ladeada, dura, como si quisiera enseñarme una lección—. ¿Y tu mamá sabe?
—Sí. Me dio permiso —contesté con voz baja, pero firme.
Él rió, esa risa cortante que siempre usaba cuando no creía algo.
—Claro que sí. Qué moderno todo. Conocer a alguien y al día siguiente ya estás lista para salir.
Sentí cómo se me apretaba el estómago. Naim mantuvo la compostura, pero su mandíbula se tensó apenas.
—No pretendía causar ningún malentendido, señor. Solo quería compartir una cena con su hija.
—¿Y eso incluye recogerla como si esto fuera una cita de película? —espetó él—. ¿O ibas a volver en Uber?
—Papá... —dije entre dientes, con vergüenza, con rabia. Me ardían los ojos.
Él me ignoró.
—Justo pasé por pizza, Familiar. Pensaba que cenáramos en casa. Como antes. Bajo mi techo.
Naim me miró un segundo, buscándome con los ojos, como si me preguntara si estaba bien, si debía quedarse o irse.
—Entiendo —dijo él al fin, con voz suave pero firme—. No quise interrumpir. Me retiro, señor.
Me sostuvo la mirada solo un instante más y sonrió, sin rencor.
—Te escribo más tarde, ¿sí? —me dijo.
Asentí, con un nudo en la garganta. Él se despidió y caminó hacia su auto. Lo vi alejarse con la sensación amarga de algo que apenas empezó y ya se rompía.
—Sube a cambiarte —ordenó mi papá—. En diez minutos baja.
No respondí. Subí con los ojos húmedos, el corazón golpeando y la ilusión hecha trizas.
En mi cuarto, el maquillaje seguía intacto, pero yo no.
Me miré al espejo. No parecía la chica que se sintió linda hace una hora. Parecía una versión apagada, como si me hubieran sacado el aire.
Me senté en la cama, aún con la ropa puesta. El celular vibró.
Naim 💬:
> Me gustó verte, aunque haya sido por tres minutos. Te debo una cena. No me rindo tan fácil.
Y entonces, sonreí. Solo un poquito.
Sofía 💬:
> Lo siento mucho por mi papá. A veces se pasa... no fue justo contigo.
Naim 💬:
> Tranquila, Sofi. Entiendo que quiera cuidarte.
Pero honestamente, sentí que le caí como una bomba nuclear 😅
Sofía 💬:
> Literalmente.
Pensé que lo iba a tomar mejor. Me hizo sentir... tonta. Como si no pudiera tomar mis propias decisiones.
Naim 💬:
> No eres tonta. Estás creciendo. Y a veces eso duele un poco más que quedarse donde estás.
Sofía 💬:
> Qué feo se sintió todo.
Naim 💬:
> Lo sé. Pero si te sirve de consuelo... yo sí quería verte.
Y no me doy por vencido con facilidad.
Sofía 💬:
> ¿Ni con padres vigilantes y pizza familiar?
Naim 💬:
> Ni con eso.
Me gustas, Sofía.
Y si esto va a ser difícil… bueno, estoy dispuesto.
Me acosté con la blusa arrugada y el corazón vuelto a llenar.