La camioneta se detuvo frente a una enorme casa de dos plantas, con fachada blanca, columnas gruesas y ventanales amplios. Una fuente decorativa en el jardín delantero anunciaba que estábamos en territorio de alguien con dinero. Carol siempre había tenido buen gusto, pero también la garantía de un gran apellido: su esposo, el famoso cirujano plástico.
—¿Lista? —preguntó mamá, bajando con entusiasmo la sombrilla de playa.
—Lo más lista que puedo —dije, sujetando mi bolso y el protector solar.
Apenas cruzamos el portón, se escuchaban risas, música suave y el sonido del agua de la piscina. El jardín trasero parecía salido de una revista: camastros, mesas con parasoles, una barbacoa encendida y varias personas disfrutando del sol. Allí estaban Carol y su esposo saludando a los invitados.
Y, como si fuera inevitable, también estaba él.
Catriel.
El hijo de Carol. Mismo colegio, misma edad, mismo grupo social... mismo todo. El típico chico popular. Alto, piel bronceada, sonrisa perfecta, cabello cuidadosamente desordenado y la confianza de quien sabe que tiene dinero, estatus y un apellido que abre puertas.
—Sofi —dijo acercándose, quitándose los lentes de sol—. Qué bien te ves. ¿Esa sonrisa es por mí o por la piscinada?
Rodé los ojos sin querer, aunque intenté suavizarlo con una sonrisa educada.
—Hola, Catriel. Solo estoy feliz de que no esté lloviendo —respondí.
—Siempre tan simpática —dijo, inclinándose como si fuera a darme un beso en la mejilla, pero me giré justo a tiempo para evitarlo.
Sus amigos, un par de chicos que también reconocía del colegio, soltaron una risita. Ya empezábamos.
Siempre era igual. Cuando estaban solos, Catriel era más o menos soportable, pero cuando estaba con sus amigos se transformaba. Se ponían pesados, con comentarios tontos y bromas sin gracia.
Me ajusté los lentes de sol y busqué con la mirada una vía de escape.
—¿Ya te metiste a la piscina? —preguntó, sin rendirse.
—Voy en eso —mentí—. Voy a dejar mis cosas con mamá primero.
Me alejé sin mirar atrás. Solo quería disfrutar del sol, de algo de música y, si era posible, responder ese mensaje de Naim sin testigos curiosos.
—¿Y tú no te vas a meter al agua, mi amor? —preguntó mamá mientras se servía una limonada bien fría.
—Más tarde —respondí, acomodándome en la silla—. Estoy bien así por ahora.
—Aunque sea entra un ratico, ve, relájate. Te va a hacer bien.
Suspiré, resignada. Me quité la camisa blanca, quedando con la parte de arriba del traje de baño, y me acomodé el short corto de mezclilla. Nada escandaloso. Solo lo justo para soportar el calor.
Le tomé una foto a la piscina, con mis piernas en primer plano y el cielo azul de fondo, y se la envié a Magalis con un mensaje:
Sofía: Hoy me tocó aguantar esto sola por tu culpa.
Casi de inmediato, ella respondió:
Magalis: ¡JAJA! ¡Sobrevive! Te invito un helado cuando regrese.
Sonreí, pero antes de poder responder, la sombra de alguien tapó el sol.
—¡No me digas que estás texteando con otro! —dijo Catriel, con esa sonrisa sobrante que me sacaba los nervios—. Aquí tienes al mejor entretenimiento en persona.
—Mi privacidad —dije, sin entusiasmo.
—¿Por qué tan seca? Te ves increíble, Sofi. ¿Sabes lo que te falta? Una sonrisa y un chapuzón conmigo.
Antes de poder alejarme, su madre, Carol, se acercó con su celular en la mano.
—¡Ay, se ven tan adorables juntos! Déjenme tomar una foto —exclamó.
—Carol, no es necesario... —intenté decir, pero ya era tarde.
Catriel se agachó justo a mi lado y, aprovechando el momento, se acercó a darme un beso en la mejilla. Pero al girar instintivamente, casi me lo da en la boca.
Me congelé.
Él solo sonrió satisfecho y se levantó con una postura triunfante.
—Caerás, Sofía. Soy irresistible.
Le envié una carita de aburrida a Magalis por mensaje... o eso creí. Cuando revisé a quién la había mandado, casi me atraganto con mi propia vergüenza.
Se la había mandado a Naim.
Y como si el universo tuviera prisa por arruinarme, él respondió al instante:
Naim: ¿Cómo puedes aburrirte en una piscina?
Sonreí al ver su nombre, aliviada por la distracción. Empezamos a hablar.
Sofía: Es fácil, te lo aseguro.
Naim: ¿Cómo?
Sofía: El ambiente es aburrido.
Naim: ¿No es una fiesta? ¿Desde cuándo son aburridas las fiestas?
Naim: Será que te falta compañía...
Sofía: Créeme, solo me falta un libro.
Naim: ¿Por qué no llevaste uno?
Sofía: Reglas de mi mamá. Sin libros, "se socializa".
Hubo un par de minutos de silencio. Estaba a punto de escribir otra cosa cuando llegó un nuevo mensaje.
Naim: ¿No me dijiste que tenías novio, Sofi?
Me congelé. ¿Qué? ¿De dónde sacó eso?
Estaba a punto de escribirle que no, que nada que ver, cuando de repente entró una foto de Magalis.
La abrí... y el alma se me fue al suelo.
Era la foto que Carol había tomado hace unos minutos, justo cuando Catriel me besó en la mejilla. Pero en la imagen parecía que yo sonreía, como si lo estuviera disfrutando. En realidad había sido más una sonrisa nerviosa... pero en la foto no se notaba.
Sofía: ¡¿De dónde salió esa foto?!
Magalis: Instagram, amiga. Catriel te etiquetó en tu perfil.
Sofía: ¡Ese idiota!
Abrí Instagram a toda prisa. Ahí estaba. En mi perfil, etiquetada por Catriel. La maldita foto. Y para empeorarla, el texto:
"Ya dejen de intentar, ella ya tiene dueño 😎💥"
Sofía: ¡Y puso que soy SUYA! ¿Puedes creerlo?
Magalis: Es un idiota. Solo quiere molestarte.
Sofía: Y lo está logrando...
Magalis: Respira, amiga. Solo bájala.
Tragué saliva, viendo cómo los "likes" no paraban de subir. Estaba en el centro de una escena que jamás pedí. Y lo peor de todo... era que Naim lo había visto antes que yo.
Me levanté de golpe, con el teléfono aún en la mano. Caminé con paso firme hacia donde estaba Catriel, que seguía riéndose con sus amigos como si no acabara de hacer nada grave.