Lo supe en cuanto vi la forma en que papá fruncía el ceño.
Lo confirmé cuando Naim retrocedió un paso sin querer.
Y lo sentí cuando Catriel se acercó a mí como si aún tuviera permiso.
La bomba estaba a punto de explotar. Y yo, como siempre, en el centro del desastre.
—Sofía, ¿me vas a presentar a tus amigos o espero que uno me lance un plato? —dijo Catriel con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—Catriel —contesté con una voz que intentó sonar neutra, pero tembló—, él es Naim. Naim, Catriel.
Se miraron. Se midieron. Se odiaron sin decirlo.
—Mucho gusto —dijo Naim con cortesía calculada.
—Igualmente —respondió Catriel, aunque sonó más a "te veo como un estorbo". Luego me miró a mí—. Aunque, Sofi, pensé que te gustaban los chicos con futuro. No los... misteriosos.
Antes de que pudiera responder, Naim se rió. Bajito.
—Tranquilo, hombre. Yo reconozco a un idiota en cuanto lo tengo en frente.
Boom.
Se hizo el silencio.
La tensión se podía cortar con un cuchillo de plástico. Mi papá los miraba a los dos como si eligiera a quién enterrar primero. Y yo... quería desaparecer.
—Eh, chicos... —intervino mi mamá, con la sonrisa más forzada del mundo—. Vamos a calmarnos. Es una parrillada, no un duelo.
Tomó a papá del brazo y lo arrastró hacia la mesa, donde mis tías chillaban de emoción con el bebé. Yo aproveche para tomar aire.
—Sofi, ¿podemos hablar un momento a solas? —preguntó Naim, más bajo.
Asentí, y nos alejamos hacia un rincón del jardín.
—No soporto verlo cerca de ti —dijo, mirándome como si pudiera leerme el alma.
—No tenía idea que vendría. Ni que iba a actuar así.
—Sólo ten cuidado, Sofía. Ese tipo... él no se rinde fácil.
Yo iba a responder, pero en ese momento Catriel se acercó otra vez. Como si supiera que interrumpía algo.
—No quería que se fueran sin esto —dijo, entregándome una pequeña bolsa con un lazo rojo.
—¿Qué es?
—Un regalo que pensé que te gustaría. Lo traje desde nuestro viaje. Mi mamá lo eligió.
Yo dudé. Mucho. Pero al final lo acepté con un simple "gracias". Naim solo bajó la mirada, claramente molesto.
Catriel me guiñó el ojo y se alejó, triunfante.
El jardín seguía lleno de luces y risas, pero para mí, la fiesta había terminado.
Y el juego... apenas empezaba.
—¿Y si jugamos algo? —propuso una de mis primas, después de que los platos empezaran a vaciarse y la música bajara un poco—. ¿Verdad, reto o pregunta incómoda?
—¡Siii! —gritaron varias tías y primos más jóvenes.
—¿Eso no es muy de adolescentes? —intentó protestar mi mamá, pero ya era tarde. Todos estaban arrastrando sillas en círculo.
Me senté entre Maria y Naim, aunque Catriel hizo una maniobra ninja para quedar justo frente a mí. Gran error. Eso significaba contacto visual… constante.
El juego empezó suave: una tía confesó que se comía los dulces de los nietos, un primo se atrevió a cantar reguetón de los 2000. Todo risas. Hasta que tocó el turno de Catriel.
—Verdad —dijo con esa sonrisa de "soy el protagonista de esta historia".
—¿A quién has amado más en tu vida? —preguntó una de mis primas, inocente.
Catriel no parpadeó.
—A Sofía —dijo, sin vergüenza, con voz clara y segura—. Y lo peor es que todavía no lo supero.
La sala quedó helada. Incluso el bebé dejó de hacer ruidos. Yo quería desaparecer entre los cojines del sofá.
Naim apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Solo jugó con su botella de agua como si no pasara nada. Pero sí pasaba. Lo veía en su mirada.
Carol aprovechó el silencio para soltar su bomba con sonrisita de reina:
—Sofía está cada día más hermosa, ¿verdad? Ya veo por qué mi bebé está loco por ella. Ojalá algún día lleguemos a ser consuegras, amiga —le dijo a mi mamá con voz melosa.
El rostro de mi madre se endureció como cemento fresco.
—Carol, eso sería muy difícil… porque para eso necesitarías que Sofía estuviera interesada. Y por lo que veo, su corazón está bastante ocupado.
—Ay, no hay que cerrarse a las posibilidades —canturreó Carol, como si no acabara de tensar una cuerda emocional al límite.
Naim, que seguía en modo zen, se inclinó hacia mí con un susurro.
—¿Quieres que me vaya?
—No. Quiero que alguien le lance una empanada en la cara —murmuré de vuelta.
Él sonrió. Pero luego fue su turno en el juego.
—¿Verdad o reto? —preguntaron todos.
—Verdad —dijo Naim, con tono tranquilo.
Catriel no perdió la oportunidad.
—¿Te gusta alguien en este momento? Y si es así... ¿quién?
Naim se giró hacia mí sin dudar. Su mirada se clavó en mis ojos como si el resto del mundo no existiera.
—Sí. Me gusta alguien. Mucho. Y se llama Sofía.
Alguien soltó un gritito. Otra prima susurró "Dios mío", y Carol se tragó su risa.
Catriel fingió una sonrisa. Pero su mirada ya no era de juego. Era de guerra declarada.
Yo... solo quería que el piso me tragara o que la fiesta se acabara ya.