La noche había avanzado. Las luces cálidas del jardín titilaban sobre las mesas, la música bajó de volumen y las carcajadas del fondo se fueron apagando como si todos supieran que algo importante estaba por pasar.
Naim y yo nos alejamos un poco del grupo. Nos sentamos cerca de una reja cubierta de plantas, lejos del bullicio, donde el cielo se veía más claro y la brisa era más fresca.
—Tu familia es... algo más —dijo él, sonriendo con esa chispa en los ojos.
—¿Eso es bueno?
—Eso es increíble.
Nos reímos. Él estaba a mi lado, más cerca. No invadiendo. Solo... presente. Como si supiera exactamente hasta dónde llegar para hacerme sentir segura.
—Oye —dijo de pronto, girándose hacia mí—. No quiero que esto se vuelva confuso, Sofi. Sé que todo está patas arriba. Pero yo no juego con lo que siento.
Tragué saliva. Había algo en su voz... en la forma en que dijo mi nombre... que me hizo olvidarme del aire por un momento.
—Yo tampoco —susurré. Me sentía frágil, pero al mismo tiempo más firme que nunca.
Naim levantó una mano despacio. La acercó a mi rostro y rozó mi mejilla con sus dedos, cálidos, temblorosos. Bajó la cabeza apenas, y nuestros ojos se encontraron.
Los suyos... oscuros, brillando con un deseo tierno, como una promesa callada.
Mi corazón golpeaba contra el pecho. Levanté la barbilla. Mis labios quedaron cerca. Tan cerca que sentí su aliento cálido mezclarse con el mío.
Cerré los ojos.
Y entonces, nuestros labios se rozaron. Lentamente. Casi en cámara lenta.
Un beso lento, suave, como si ambos quisiéramos saborearlo desde adentro.
Hasta que una mano me agarró con fuerza del brazo y me jaló hacia atrás.
—¡Apártate de él, Sofía! —rugió una voz que me heló los huesos.
—¡¿Qué rayos?! —exclamé, empujando a quien me sostenía.
Era Catriel.
Los ojos desorbitados. La mandíbula tensa. El pecho subiendo y bajando con furia contenida.
—¿¡Qué te pasa!? —le grité, con el corazón a mil.
—¿Eso te pasa ahora? —espetó— ¿Te dejas besar por el primer idiota que aparece? ¿¡Tú sabes lo que están diciendo de ti!? ¿De nosotros?
—No hay un "nosotros", Catriel —le escupí las palabras como fuego—. Lo dejaste claro cuando me expusiste al mundo por likes.
Él me ignoró por completo. Se volvió hacia Naim, lo midió de arriba abajo y soltó una risa amarga.
—Claro. El nuevo. El misterioso. El que viene con cara de bueno y se roba lo que no le pertenece.
—Cuidado con lo que dices —advirtió Naim, firme, sin moverse de su sitio.
—¿O qué? ¿Me vas a dar otra lección de "cómo tratar a Sofía"? Tú no sabes nada de ella. Yo la conozco desde que éramos niños. Tú eres un turista emocional. Yo estuve en todas.
—¿Y qué hiciste con todo eso que sabías? —replicó Naim, dando un paso al frente—. ¿La protegiste? ¿La cuidaste? ¿La respetaste?
Catriel me miró de nuevo, los ojos llenos de rabia.
—Tú eras mía, Sofía.
—¡Yo no soy de nadie! —le grité, el cuerpo temblando.
Y entonces lo vi alzando la mano como para volver a tomarme del brazo.
Pero Naim fue más rápido.
Un solo puñetazo. Preciso. Directo a la mandíbula.
Catriel cayó al suelo, con una queja ahogada.
Naim no se movió. Lo miró desde arriba, respirando fuerte pero sin perder el control.
—Si vuelves a tocarla sin su permiso, a levantarle la voz, a inventar cosas sobre ella... —su voz era grave, baja, letal—. Te aseguro que esta vez no te levantarás tan fácil.
Catriel se incorporó tambaleante, con sangre en el labio y la furia brotándole por los poros.
—Esto no se queda así. Me las van a pagar. Los dos.
Y se fue, caminando como una sombra que deja cenizas tras de sí.
Me quedé paralizada.
Naim se giró hacia mí. Sus ojos suaves ahora estaban preocupados. Cargados.
—¿Estás bien?
Yo no respondí. Solo me acerqué, temblando, y tomé su mano.
—Gracias.
—No —susurró él—. Gracias a ti por confiar.
Nos miramos. Y aunque el momento se había roto… mis labios todavía sentían el suyo.
Y mi corazón lo tenía claro:
Él no era "uno más".
Era él.