Golpearon la puerta de mi cuarto con dos suaves toques.
—Sofi, ¿puedes bajar un momento? —era la voz de mamá. Ni molesta, ni dulce. Solo... mamá.
Me levanté como si tuviera piedras en los pies. Bajé las escaleras, una por una, como si fueran más largas que de costumbre. Fui a la cocina. Mamá estaba sirviendo café.
Me señaló una silla con la cabeza y se sentó frente a mí.
—Tranquila, no te voy a gritar por lo de anoche —dijo con ese tono calmado que da más miedo que un grito—. Pero sí necesito que seas sincera conmigo.
Me mordí el labio. Tragué saliva.
—No tienes por qué escaparte sin avisar, cariño. Sabes que puedes confiar en mí —añadió mientras removía el café con una calma tan peligrosa que me dieron ganas de confesar todos mis pecados, hasta los que no cometí.
—Lo sé, mami. Solo... necesitaba aire. No quería que me vieras así.
—Aunque no conozco mucho al chico —agregó— si te gusta, no tengo por qué prohibírtelo. Solo quiero que me digas si vas a salir. No escaparte así, sin decir ni una palabra. Me morí de preocupación, Sofía.
Me sentí más chiquita que nunca. Como si tuviera cinco años otra vez y hubiera roto algo importante.
—Lo siento, mami.
Ella me tomó la mano, esa mano que me había tomado mil veces desde que era niña, con esa ternura que sólo las mamás dominan.
—Sofi... ¿está pasando algo? ¿Algo que no me estás contando?
Bajé la mirada. El nudo en la garganta volvió a apretarse.
—Cariño... puedes confiar en mí. Lo sabes. Eres mi princesa. Estoy contigo siempre. No importa qué pase.
—Nada grave, mami... solo que...
Hice una pausa.
—¿Te gusta mucho ese chico, verdad?
Asentí, con los ojos húmedos.
—Sí...
Ella sonrió apenas, con esa sonrisa de "ya lo sabía".
—Lo noto, cariño. Y escucha... yo también fui una adolescente loca por las hormonas —dijo con un guiño—. Solo quiero que seas feliz. Que nadie te lastime. Tu papá... él solo quiere protegerte. A su manera. Porque para nosotros, tú siempre vas a ser nuestra bebé. No importa la edad que tengas.
Se me hizo un nudo diferente, más suave.
—Te quiero mucho, mami.
—Y yo a ti, mi cielo.
Y justo entonces, como si el universo amara los contrastes, escuchamos los pasos pesados bajando por la escalera. Y allí estaba mi papá: uniforme de bombero, cara seria y mandíbula apretada.
—Sofía —dijo con su voz grave—, sabes que no puedes salir sin avisar.
—Sí, papá...
—Espero no tener que repetirlo otra vez.
Mamá se adelantó.
—Cariño... Sofía ya entendió. Solo...
Pero él levantó una mano suave, sin mirar a nadie más que a mí.
—Sofía necesita aprender que no puede irse por ahí sin decir nada. Las decisiones tienen consecuencias.
Mamá suspiró.
Papá bajó la taza de café que mamá le había preparado, tomó un pan de la mesa y se dirigió a la puerta con su mochila de turno en el hombro.
—¿Te dejo en tu clase de cocina? —le preguntó a mamá.
—Sí.
—Cariño, regreso a las tres —me dijo ella, suave—. Te dejé el desayuno listo, y si no quieres cocinar, puedes pedir el almuerzo. Pero por favor, cuídate.
Justo antes de salir por la puerta, papá se giró una última vez y me miró fijamente.
—Y Sofía... no quiero inventos.
Asentí. Porque discutir con un bombero furioso antes de su turno no era opción.
La puerta se cerró. El silencio quedó flotando.
Suspiré. Y aunque me sentía un poco culpable, también... un poquito más fuerte.
Después ver salir a papá como si fuera a apagar un incendio con la cara que traía... subí a mi habitación arrastrando las emociones como una maleta rota.
Me metí en la ducha. Agua tibia, larga. Casi como si pudiera borrar con jabón todo lo que estaba sintiendo.
Después, me puse una de mis pijamas cómodas: shortcito corto de algodón, con dibujitos de ositos, y una camiseta de tirantes que decía “No molestar, en modo oso”. Literal. Toda yo era una contradicción: suave por fuera, pero con la cabeza hecha un huracán por dentro.
Tomé el celular. Mala idea. Muy mala.
Las notificaciones no paraban. Videos nuevos. Ediciones del beso desde mil ángulos. Gente opinando como si me conociera de toda la vida. Y lo peor: los comentarios.
"Esas son las que lloran después 😒"
"Y la otra amiguita, ¿qué? ¿También sabía?"
"Todo por un tipo con cara bonita 🙄"
Bloqueé la pantalla y lancé el celular a la cama. Me dolía el pecho. La cabeza. El alma. Todo.
Y entonces lo escuché.
Un golpe leve. Como una piedrita.
Otro.
Y otro.
Parpadeé. Me acerqué al balcón, entre curiosa y resignada.
Y ahí estaba.
Naim.
Con su chaqueta gris, el pelo algo alborotado, y esa mirada suya que mezcla preocupación, ternura y un poquito de “no sé cómo llegué aquí, pero aquí estoy”.
Le abrí la puerta del balcón sin decir nada.
—No contestabas los mensajes —susurró, entrando como si fuera un espía profesional—. Me asusté.
—Lo siento... no he revisado nada —dije bajito, sintiéndome desnuda, aunque estaba vestida con ositos y algodón.
—¿Tu papá sigue muy molesto?
—Un poco... creo que está a esto de enterrarme viva con el uniforme puesto.
—No sé si vine a salvarte o a cavar contigo —bromeó.
Reí por primera vez en horas. Pero justo cuando iba a decirle algo más, lo vi.
La señora Carmen. Bajando por la acera. Con Filip en los brazos. ¡No!
—¡Shi shi shi! —le susurré a Naim, empujándolo hacia dentro—. ¡Rápido! ¡Esa señora es más chismosa que un grupo de WhatsApp de tías! Si te ve, se lo cuenta a mi papá y mira... nos entierran a los dos en el patio con música fúnebre de fondo.
Él se movió, pero en su intento de evitar chocar con la cortina... se tropezó con la alfombra.
Y cayó.
Encima de mí.
Literal.