¿vas a volver?

Capitulo 21: Más allá de la reja

El pasillo de la comisaría era frío. Las paredes estaban gastadas, y el olor a desinfectante no podía tapar del todo la sensación de encierro. El eco de nuestros pasos se mezclaba con la ansiedad que me golpeaba el pecho.

Caminé detrás del oficial con el corazón en la garganta, mientras el abogado Rubén conversaba con mamá y con la abuela de Naim, que no dejaba de murmurar oraciones bajito, con las manos apretadas sobre el pecho.

Y entonces lo vi.

Allí estaba, detrás de una reja gris, sentado en un banco de cemento, con la cabeza gacha. Tenía un moretón visible en la mejilla y los nudillos de las manos enrojecidos, algunos con pequeños cortes. Las muñecas estaban irritadas, casi moradas por las esposas que seguramente le pusieron sin cuidado.

Mi alma se encogió.

—Naim... —susurré, como si decir su nombre pudiera romper algo.

Él alzó la mirada. Sus ojos estaban cargados. De cansancio. De rabia. Y también de sorpresa al verme.

Se levantó de golpe.

—¿Sofía? ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

—Sí... sí, estoy bien. Dios, Naim... ¿por qué te agarraste a golpes con Catriel? ¿Qué pasó?

Él suspiró, se acercó a las rejas, bajó la mirada por un segundo antes de volver a encontrar la mía.

—Ese imbécil sabe cómo provocar. Tiene el don. Apareció de la nada, empezó a gritar, a decir cosas... y perdí el control.

—¿Qué cosas dijo?

—No fue nada. No te preocupes por eso.

—Naim...

—Ya está —murmuró—. Lo único que me importa ahora es que estés bien tú. Cuando vi que los videos se estaban saliendo de control y luego llegaron los policías... no pensé que terminaría aquí.

Iba a contestarle, cuando la voz del abogado nos interrumpió.

—Joven Naim —dijo Rubén, acercándose con una carpeta en la mano—, ya se puede ir. Los cargos no se formalizarán si el otro chico no los presenta oficialmente. Pero igual le recomiendo que mantenga la calma… la próxima no será tan fácil.

Un guardia se acercó, sacó las llaves del bolsillo y abrió la reja con un chirrido largo y metálico.

—Vamos, muchacho —dijo, sin mirarlo mucho.

Yo no esperé a que cruzara por completo.

Corrí a su encuentro.

Me lancé hacia él sin pensarlo. Lo abracé fuerte, como si de esa forma pudiera pegar todos los pedazos rotos que llevaba dentro. Naim me rodeó con los brazos también, apretándome contra su cuerpo como si necesitara comprobar que yo era real.

—Perdón —susurró con voz ronca.

—No —le dije, apoyando la frente en su pecho—. No me pidas perdón. Solo dime que estás bien.

Él bajó la cabeza y me besó la coronilla, suave, como si en ese instante pudiera callar el mundo.

—Ahora que estás aquí… sí.

Salimos de la comisaría con el cielo aún oscuro, apenas empezando a aclarar. El aire olía a madrugada y cansancio.

Naim caminaba a mi lado, con el brazo alrededor de mi cintura, como si aún temiera que me desvaneciera si me soltaba. Yo no decía nada. Solo me apoyaba en él. Sentía su calor, su respiración… y el alivio de tenerlo de nuevo junto a mí.

A unos metros, su abuela nos esperaba fuera del edificio. Cuando lo vio, su cuerpo tembló. Caminó rápido hacia nosotros y lo abrazó tan fuerte que me hizo apartarme un poco.

—¡Gracias a Dios! —lloró entre sollozos, besándole la frente como si fuera un niño de nuevo—. ¡Gracias, gracias! ¡Te juro que pensé lo peor!

Naim se dejó abrazar, cerrando los ojos.

Pero entonces, con ese mismo amor que aprieta y enseña, su abuela le dio un par de palmaditas fuertes en el hombro.

—Y ahora sí te lo digo, jovencito: estás castigado. ¡De esta no te salvas!

Él sonrió apenas, con ese gesto de niño que sabe que lo regañan con amor.

Mamá se acercó, aún con su tono amable pero firme.

—¿Quieren que los lleve a casa? No es molestia, de verdad.

La señora negó con una sonrisa agradecida, aún limpiándose las lágrimas.

—Tranquila. Muchas gracias por todo. Mañana mismo le mando el dinero por el abogado. No se preocupe, ya lo tengo anotado en la cabeza.

—No se preocupe por eso —respondió mamá—. De verdad.

Yo no quería irme. Tenía esa sensación extraña de que no habíamos tenido suficiente tiempo, de que necesitaba quedarme pegada a él solo un poco más. Solo un instante más.

Naim me miró, como si hubiera leído mis pensamientos.

Se inclinó hacia mí y me susurró:

—Te veo mañana, ¿sí?

Asentí, sin poder hablar.

Entonces me dio un beso corto. Suave. Calmo. Como una promesa silenciosa entre tanto caos.

—Espero que tu madre no me mate por esto —dijo al separarse, con una media sonrisa que me derritió por dentro.

Yo sonreí también, conteniendo las ganas de abrazarlo otra vez.

Me giré hacia mi mamá y caminé hasta el auto, con los pasos lentos, sabiendo que aún no se había acabado todo.

Pero por primera vez en muchas horas, algo en mí se sintió... en paz.



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En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 15.07.2025

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