Estábamos en el auto de Naim, estacionado en una calle tranquila, frente a un mirador que daba a un cielo lleno de luces parpadeantes. Era como si el mundo entero se hubiera puesto en pausa solo para nosotros.
Yo tenía mis piernas cruzadas sobre el asiento, jugando con sus dedos mientras hablábamos de cualquier cosa. Del colegio, de la música que no nos gustaba, de por qué el peperoni arde más cuando te parte el corazón.
Y él... él no dejaba de mirarme.
—¿Qué? —pregunté, sonriendo.
—Nada... —susurró—. Solo estoy tratando de no besar esa boca cada vez que hablas.
Sentí el calor subirme por las mejillas... y no solo por su mirada.
—¿Y si dejo de hablar?
—Tampoco ayuda —dijo, acercándose apenas—. Porque cuando no hablas, me dan más ganas todavía.
Yo me acerqué un poco también.
—¿Y si hablo bajito?
—No juegues, Sofía...
—¿Y si me subo aquí? —me impulsé con una sonrisa cómplice y me senté a horcajadas sobre él, con una lentitud perfectamente calculada.
Su respiración se cortó. Sus manos fueron a mi cintura como si su cuerpo se moviera por instinto. Como si supiera que allí era donde tenía que sostenerme... o perderme.
—Sofía...
—¿Mmm? —pregunté, fingiendo inocencia mientras deslizaba mis dedos por su cuello, por su mandíbula, hasta su pecho—. ¿No te gusta que juegue?
—No es eso...
—¿Entonces?
—Es que si sigues así... no voy a poder parar —susurró, su voz más ronca de lo normal, sus ojos brillando con una mezcla perfecta de deseo y ternura.
—¿Y si no quiero que pares?
El silencio entre nosotros fue como un tambor, marcando cada segundo con fuerza.
Mi boca estaba tan cerca de la suya que podía contarle las pestañas.
Sus manos apretaron un poco más mi cintura. Su frente tocó la mía.
—No tienes idea del poder que tienes sobre mí —murmuró.
—Y tú no tienes idea de las ganas que tengo de usarlo...
Nuestros labios se encontraron. No con la timidez de otras veces. Sino con hambre. Con fuego. Con una necesidad que se había estado cocinando desde hacía semanas.
No era solo un beso.
Era una declaración.
De guerra.
De amor.
De todo lo que estaba por venir.
Su lengua buscó la mía. Yo lo tomé del cuello, aferrándome como si en ese instante solo existiera él. Su pecho subía y bajaba. Mis piernas temblaban.
Y por un momento, creí que el aire era un invento... porque no lo necesitaba mientras lo tuviera a él.
Pero entonces...
Su celular vibró.
Luego, el mío.
Una. Dos. Tres veces.
Nos separamos, sin ganas, pero con el corazón latiendo como un tambor en medio de una batalla.
Yo jadeaba. Él también. Pero sonreíamos.
—¿Qué fue eso? —pregunté, con la voz rota pero feliz.
—Un adelanto de lo que algún día voy a hacerte sin que tengas que irte antes de las doce —susurró, mordiéndome el labio inferior antes de dejarme bajar de su regazo.
Yo me reí, bajándome sin dejar de mirarlo como si fuera un pecado que quiero cometer otra vez.
—Te vas a arrepentir de provocarme así —dijo él.
—Eso espero —le guiñé un ojo mientras buscaba mi celular—. Me encantaría ver cómo se ve ese arrepentimiento.
Y ahí estaba el mensaje.
Uno solo.
Una nueva publicación viral.
Con un título en mayúsculas:
"LO QUE NADIE SABE DE NAIM Y SOFÍA"
Me giré hacia él.
Nuestros juegos habían terminado.