¿vas a volver?

Capitulo 28: La verdad también se viraliza

Me apartó con una determinación que no le conocía.

—¿Tienes todos los mensajes, Sofía? ¿Los videos? ¿Las capturas?

—Sí. Todo. Desde que empezó todo esto...

—Dámelos. Vamos a hacer que se le atragante la fama de mártir.

Mamá los descargó, se los mandó a sí misma y abrió su perfil de Facebook. Su tono era helado.

—Voy a hablar con Carol, y si no detiene esto, lo haré público. Y esta vez, no va a haber llanto que lo salve.

—¿Vas a publicar algo? —pregunté, entre sorprendida y nerviosa.

—No algo. Todo.

Y lo hizo.

Primero fue un post que decía:

“Durante semanas, mi hija fue acosada en redes por un adolescente que se hizo viral gracias a la manipulación emocional y el victimismo digital. Hoy se atrevió a distorsionar sus palabras para manchar su nombre. Pero ya no más.
Aquí tienen los mensajes que él mismo envió, las pruebas de lo que no se ve. Porque la verdad también se viraliza.”

Adjuntó todo: capturas, fechas, comentarios, videos con texto explicativo. Todo perfectamente organizado.

Después, lo compartió en todas las plataformas.
Facebook. Instagram. TikTok. Twitter/X.

En menos de dos horas, ya era tendencia.

Los comentarios no tardaron:

—"Así que el mártir tenía cola de paja."
—"Qué asco de persona. Usar el dolor para volverse famoso."
—"No puedo creer que la hicieran quedar como la mala cuando solo se defendió."
—"Catriel, ¿y ahora qué lloras? ¿La verdad?"

Y lo mejor…

Clips de gente regrabando el enfrentamiento en la pizzería, pero esta vez con subtítulos tipo:

“Sofía: calmada, inteligente y elegante.
Catriel: ¿Y ahora quién se ve mal?”

Me quedé sola arriba, abrazando una almohada con el pecho agitado, mientras escuchaba los pasos de mamá bajando las escaleras como una tormenta.

Luego, su voz fuerte, ardiendo:

—¡SERAFÍN!

Me tapé la boca con la mano.

Pasos. Un portazo. Otro grito. Más pasos. Y luego... otro portazo seco.

Me levanté con el corazón en la garganta, pero mis piernas apenas me respondían.

Hasta que sonó el timbre.

Bajé despacio. La puerta estaba entreabierta.

Y ahí estaba ella.
Magalis.
Con la cara de susto, los ojos como platos y su típica entrada dramática:

—¡Sofi! Vi el video. ¡Te hicieron quedar como la mala, pero fue ÉPICA tu respuesta! ¡Hasta mi tía lo compartió y ni siquiera sabe qué es TikTok!

Solté una risa baja, chiquita. Apenas.

—¿Estás bien? —preguntó, ahora más seria.

Negué con la cabeza. Me lancé a sus brazos sin pensarlo.

Ella me abrazó fuerte. En silencio. Sin necesidad de decir nada más. Como solo hacen las amigas que entienden.

Nos sentamos en la sala, aunque no se sentía como mi casa. Se sentía como un campo de batalla después de la guerra.

—¿Tu papá...? —preguntó en voz baja.

—Está furioso. Cree que me acosté con Naim —confesé—. Fue un desastre. Yo solo me defendí de ese idiota... ni siquiera sabía que alguien estaba grabando. No pude seguir ocultándolo. Le conté todo a mi mamá.

—Tu mamá es la jefa. Y la amo un poco más ahora.

Pasaron las horas. Se quedó conmigo toda la tarde. Vimos videos de gatos, comimos galletas viejas y helado derretido. Hablamos de todo... menos de él.

Hasta que la puerta volvió a sonar.

Mi corazón se agitó.

Fue mamá quien entró primero.

Me miró, me sonrió suave... y me abrazó tan fuerte que sentí cómo me desarmaba.

—Ya está, mi amor. Ya está... —susurró—. Catriel no va a volver a molestarte. Te lo juro.

—¿Qué hiciste...? —pregunté, con la voz temblorosa.

—Lo que hace una madre cuando tocan a su hija.

Y entonces entró papá.

Sin gritar. Sin teléfono en la mano. Sin fuego en los ojos.

Se sentó al borde del sofá. La voz le salió ronca:

—Perdón, hija. Me dejé llevar. Me equivoqué contigo... y con él.

Me acerqué. Lo abracé.

—Papá... no me acosté con nadie.

Él me sostuvo con fuerza.

—Te creo, hija. Te creo.

Estábamos en ese silencio tierno, ese que huele a reconciliación recién nacida… cuando el timbre sonó otra vez.

Todos nos miramos.

Mamá fue quien abrió la puerta.

Y ahí estaban.

Naim.
Con su chaqueta negra, el cabello algo revuelto, y la mirada directa, cargada de emociones.
Y detrás de él, Lucas, con su eterna sonrisa nerviosa... y un ramo de flores que parecía haber sobrevivido una guerra.

Papá se tensó. Se levantó despacio, como si alguien jalara una cuerda invisible.

Mamá lo detuvo con una mano en el pecho.

—Serafín... —dijo bajito. Su tono no era fuerte, pero no dejaba lugar a discusión.

Papá no dijo nada.

Solo caminó hasta Naim.

Se detuvo frente a él.

Lo miró. Largo.

Y entonces dijo, bajo y afilado:

—Cuídala.
Porque si la lastimas... no hará falta que yo diga nada.
Ella sola te va a hacer pedazos.

Y se fue. Sin esperar respuesta. Subió las escaleras y cerró la puerta de su cuarto.

Mamá suspiró.

El silencio volvió.

Hasta que Magalis, como si leyera el guión de una comedia en medio del drama, dijo:

—Bueno... ya que nadie se anima: ¡les presento a Lucas!
Mi futuro esposo —añadió, dándole un codazo al pobre chico—. Él no lo sabe todavía, pero ya no tiene salida.

Lucas levantó una mano con timidez.

—Eh... buenas noches. ¿Hay helado?

Mamá parpadeó... y por primera vez en todo el día, soltó una carcajada.

—Pasen, muchachos —dijo, haciéndose a un lado—. Pero quítense los zapatos. Esta casa ya tuvo suficiente drama como para ensuciarla más.

Naim me miró.
Yo lo miré.

Y sin decir una sola palabra, lo entendí todo.

Pasaron.

Y por primera vez en días…

El capítulo no terminó con gritos.

Solo con helado, gente que se queda…
Y un poco de esperanza volviendo al centro de la sala.



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En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 28.07.2025

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