Sus dedos rozaron los míos cuando abrió la puerta. Su casa olía a limpio, a sábanas recién lavadas, a refugio.
Entré en silencio, como si mis zapatos pesaran más que mi cuerpo.
—¿Quieres agua? ¿Helado? ¿Te pongo la peli? —preguntó Naim, quitándose la chaqueta, mirándome con cuidado. Como si fuera de vidrio.
Negué con la cabeza. Me dejé caer en el sofá. Solo quería respirar.
—Estoy bien... solo que... no esperaba que todo se saliera así de control.
Él se sentó a mi lado. No me tocó. Solo se quedó cerca. Me encantaba eso de él. Sabía cuándo hablar y cuándo simplemente estar.
—Te defendiste —dijo, al fin—. Y lo hiciste perfecto.
Asentí. Pero la adrenalina seguía ahí, en las venas.
Saqué el celular, más por costumbre que por ganas.
Y ahí estaba.
Notificaciones. Videos. Capturas.
"TENDENCIA #5 EN TWITTER: #TeamSofía"
"Sofía Rivas da respuesta ÉPICA a Catriel tras acoso en vivo."
"Video exclusivo: la verdad detrás del 'rompimiento viral'."
Abrí uno. Y ahí estábamos. En plena pelea. Se escuchaba mi voz, clara, segura:
"Tú nunca me besaste. Nunca me tuviste. Y él no tuvo que forzar nada."
Mis manos empezaron a temblar.
—Ya está en todos lados —susurré—. Literal... en todas partes.
Naim sacó su propio celular. Frunció el ceño.
—Nos están etiquetando. Están hablando... de ti. De mí. De Catriel. Esto se fue al carajo.
Me reí sin querer. Era eso o llorar.
—Mira este comentario —dije, pasándole el teléfono—: "Sofía diciendo la frase del siglo mientras Catriel mastica ego a la parrilla."
—Ok, ese me gustó —rió él, y por fin, por primera vez desde que salimos del colegio, vi la calma en sus ojos.
Pero la calma duró poco.
Un mensaje privado. De un número desconocido.
"¿Crees que ganaste? Esto no ha terminado. Pronto todos van a ver quién eres realmente."
Se lo mostré. Su expresión cambió de inmediato.
—¿Catriel? —preguntó, con la mandíbula apretada.
—No lo sé. Pero el tono... es él.
Naim se puso de pie. Caminaba de un lado a otro. La respiración fuerte. Los puños cerrados.
—Está empezando a perder el control.
—Y eso lo hace más peligroso —dije, apenas en un susurro.
Me acerqué, lo tomé de la mano.
—No vamos a dejar que esto se nos vaya de las manos, ¿sí? Estoy contigo. Y no me voy a esconder.
Él me miró. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con ese calor que solo él sabía darme.
—Tú y yo. Hasta el final.
Luego me abrazó más fuerte.
—Te amo, Sofi.
—Y yo a ti —respondí, y lo besé.
No fue un beso de película... fue mejor. De esos que no tienen música de fondo, pero se sienten como si todo el universo respirara más lento para dejarte sentir.
Después, sin decir mucho, Naim puso la película —una que ni siquiera recordábamos haber escogido— y trajo el helado. Nos acomodamos en el sofá, envueltos en esa manta horrible que él juraba no amar, pero que siempre tenía cerca.
Me recosté contra su pecho. Sus dedos jugaban con mi cabello, mientras yo intentaba concentrarme en la trama, pero su respiración tranquila y su olor a hogar me ganaban.
Sentí su mirada, sentí cómo su mano se detenía justo donde empezaba mi cuello. Levanté la cabeza, despacio, y mis ojos se encontraron con los suyos. Tan cerca. Tan seguros.
Roce mis labios con los suyos, apenas un suspiro de distancia.
Y entonces él subió su mano a mi mejilla, con ese gesto tan suyo… y reclamó mi boca.
Fue suave. Fue lento. Pero también firme. Como si dijera: “estás a salvo”.
Cuando nos separamos, sus labios aún rozaban los míos.
—¿Y si te secuestro mañana? —susurró con una sonrisa torcida—. ¿Crees que tus padres me maten?
—Matarte no... pero puede que te hagan cocinar los domingos por un año —bromeé, y él rió bajito, justo antes de que el timbre sonara.
Ambos nos miramos. Naim hizo una mueca.
—¿Ignoramos y fingimos que somos ermitaños?
—Demasiado tarde —respondí, ya escuchando la voz inevitable de Magalis.
—¡Parejita! —gritó desde la puerta, como si viviera ahí—. ¡Abran que traje refuerzos!
Naim fue a abrir y apareció ella, brillante como siempre, y detrás venía Lucas, cargando un paquete de galletas con la solemnidad de quien trae un regalo de paz.
—¿Todo bien? —preguntó Magalis, entrando como un huracán amable—. ¿Necesitan otra manta fea? Porque esta se ve sospechosamente querida.
—¡Ni lo pienses! —respondió Naim, abrazando su manta como si fuera su mascota.
Nos sentamos todos en la mesita baja frente al sofá. Magalis repartía las galletas como si estuviéramos en misa y ella fuera la monja más irreverente de la historia.
—¿Y ustedes? ¿Cuándo pasan a la siguiente base? —preguntó Naim de repente, mirando a Lucas con esa sonrisa traviesa que siempre me hace querer lanzarle una almohada.
Lucas se atoró con la galleta.
Magalis, que justo bebía chocolate, se atragantó y empezó a toser como si le hubiera dado un ataque.
—¡Casi muero por tu culpa! —dijo Magalis, roja como una manzana.
—¿Base? ¿Qué base? ¿Qué juego estamos jugando? —Lucas intentó disimular, pero ya estaba enterrado en su propia trampa.
—Tú sabes... base uno: manito. Base dos: abracito. Base tres...
—¡NO SIGAS! —gritamos todos al mismo tiempo, cubriéndonos los oídos.
—Base cuatro es la boda, ¿cierto? —bromeé, viendo cómo Lucas ya sudaba como si estuviera en pleno examen final.
—¿Y la cinco es que adopten un gato juntos? —agregó Naim con una expresión totalmente inocente.
—¿¡QUIÉN ADOPTA GATOS EN LA BASE CINCO!? —exclamó Magalis entre risas y frustración.
—¿Quién NO lo hace? —respondió Lucas, intentando recuperar la dignidad—. Es la evolución lógica del amor. Mano, abrazo, beso... gato.
Nos reímos todos. De verdad. De ese tipo de risa que te limpia el alma después de un día de mierda.