Llegué a casa con la piel aún oliendo a río, el cabello enredado por el viento y los labios con sabor a chocolate y besos.
Pero apenas cerré la puerta tras de mí, la burbuja estalló.
Encendí el celular.
245 notificaciones.
Grupos, menciones, mensajes directos. Videos. Comentarios. Un par de amenazas. Muchas frases de apoyo.
Suspiré y me senté en el borde de la cama. Me temblaban un poco las manos. No sabía por cuál empezar.
Y entonces, una videollamada: Magalis.
—¡YA ERA HORA, MUJER! —gritó, como si no llevara medio día enviándome memes—. ¿Estás viva? ¿Te devolvió el secuestrador? ¿Qué tan mal estás emocionalmente del uno al "le escribirías un poema cursi en Instagram"?
—Estoy bien... demasiado bien, creo.
—Awww. ¿En serio? ¿Hubo... cascada de amor?
Le conté todo. O casi todo. Lo suficiente como para que gritara tres veces, se tapara los ojos, y prometiera conseguir un novio con Jeep solo para que la llevara a un lugar sin señal.
—Ay, te odio un poquito —dijo, dramatizando—. Pero te amo más.
Justo cuando estaba por contarle lo del mensaje extraño, me interrumpió:
—¡Ah! ¡Lucas me escribió algo más! Dice que hoy me va a mostrar "su versión favorita de sí mismo". ¿QUÉ SIGNIFICA ESO? ¿SE RAPÓ? ¿SE PINTÓ EL PELO? ¿ME VA A LEER UNA CARTA DE AMOR?
—O capaz te va a rapear una carta de amor —reí, mientras me tumbaba de nuevo en la cama.
Mi celular vibró otra vez. Un mensaje nuevo. Número desconocido.
"¿Te divertiste, princesa? El tiempo se acaba."
Sentí un cosquilleo en la nuca. Un nudo en el estómago.
Apagué la pantalla. No. No ahora. No mientras su voz aún resonaba en mi cabeza diciéndome "hasta el final".
—¿Todo bien? —preguntó Magalis, notando mi cambio de tono.
—Sí... solo estoy cansada.
—Pues descansa, porque mañana a las cinco nos vemos. Lucas me dijo que nos veamos en el parque central. ¡Y tú vas conmigo! Que no quiero morir de nervios sola.
—A las cinco estaré ahí. Te acompaño al fin del mundo.
—Perfecto. Ah, y ponte linda. No sera un día común. Lo siento en mi instinto dramático.
Nos despedimos, y al quedarme sola, miré otra vez la pantalla bloqueada del celular. La amenaza seguía ahí. Silenciosa. Insistente.