¿vas a volver?

Capitulo 34: Silencio con nombre propio.

Nos sentamos en el suelo de su cuarto. No pusimos música. No prendimos la tele. Solo respiramos.
Espalda con espalda. Corazón con corazón.

Yo podía sentir su pulso en mi espalda, fuerte... más rápido que el mío.

A veces creemos que el silencio es vacío. Pero ese silencio tenía nombre: miedo.

—¿Te da miedo? —pregunté, apenas audible.

—Mucho —respondió él, sin girarse.

—¿Por mí?

—Por ti... por lo que puede pasarte. Pero también por lo que soy capaz de hacer si alguien se atreve a tocarte.

Me giré. Lo miré. Sus ojos estaban fijos en el suelo, pero llenos de tormenta.

—Nunca te había visto así —dije.

—Es que nunca me habían dolido tanto las cosas. Antes podía hacer chistes, correr, mirar a otro lado. Pero ahora... no hay otro lado.

Tomé su mano. Estaba fría.

Me incliné. Apoyé la frente contra él.

—Tú eres mi refugio. No importa cuán oscuro se ponga el día. Contigo siempre hay un rincón que no duele.

Nos abrazamos. Más que abrazo, fue un nudo de almas.

Y ahí, en medio de ese nudo, lo escuché romperse.

—Tengo miedo de que te canses —dijo, apenas en un susurro—. De que todo esto sea demasiado para ti.

—Naim...

—Tengo miedo de que pienses que si yo no estuviera, tú estarías mejor. Sin drama, sin peleas, sin Catriel, sin amenazas.

Lo aparté con cuidado. Lo obligué a mirarme.

—Tú no trajiste el caos. Tú fuiste el que me sacó de él.

Su mirada se quebró por dentro, como cristal bajo agua.

—Nadie nunca me miró como tú —susurró.

—Tal vez porque nadie se tomó el tiempo de ver quién eras de verdad —le respondí.

Y entonces lo besé.

No porque fuera necesario.
Sino porque había tanto por decir... que no cabía en palabras.
Un rato después, ya recostados, con la manta fea de Naim encima y una taza de chocolate entre nosotros, abrí mi celular. Solo un segundo. Por reflejo.

Y ahí estaba.

Otro mensaje.

"Sigue ignorándome, y lo vas a lamentar."

Se me heló la sangre. El número era distinto.

Pero el tono... igual de enfermo.

—¿Qué pasa? —preguntó Naim al ver mi cara.

Le mostré el mensaje. Esta vez, sin dudarlo.

Naim leyó el mensaje con la mandíbula apretada. Su mano tembló un poco antes de pasarla por su rostro.

—¿Otro número? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Asentí en silencio, con el estómago revuelto.

—No pienso responderle —dije, tratando de sonar más valiente de lo que me sentía.

Él me miró. Esa mirada suya que parecía analizar más allá de lo que yo decía.

—Ya no se trata solo de responder, Sofía. Se trata de que no te dejen vivir en paz.

—Entonces no les voy a dar el gusto de verme caer —respondí, firme—. No voy a dejar que me roben esto.

Lo señalé a él. A nosotros. A ese pedacito de calma envuelto en una manta fea.

Naim suspiró y me atrajo hacia su pecho de nuevo.

—Me encantaría poder sacarte de todo esto. Llevarte a un lugar donde nadie te moleste jamás. Solo tú, yo y un gato... o dos.

—¿Y la manta? —pregunté, medio riendo.

—La manta va incluida. Aunque tengamos que registrarla como ciudadano legal.

Me reí, bajito, pero real. Esa risa que solo él me sacaba, incluso en los días más torcidos.

—Vamos a estar bien, Sofía. No sé cómo, no sé cuándo… pero lo vamos a estar. —me dijo contra el cabello.

Cerré los ojos. Sentí su voz vibrando en su pecho, en mi espalda.

Y en ese abrazo, me sentí fuerte otra vez.

No invencible. No ilesa.

Pero fuerte. Como si, aunque viniera otra tormenta, esta vez no me encontraría sola.

La taza de chocolate quedó medio olvidada en la mesa.



#2562 en Novela romántica
#891 en Otros
#322 en Humor

En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 15.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.