La película había terminado hacía rato, pero nadie se había movido para cambiarla ni sugerirlo. La sala seguía en penumbras, solo iluminada por la tenue luz del televisor apagado.
Magalis y Lucas estaban acostados en la sabanas en el suelo, él recostado y ella encima, sobre su pecho, enseñándole algo en el teléfono que los hacía sonreír cómplices.
Yo estaba en el sofá, recostada sobre el pecho de Naim, que distraídamente pasaba su mano por mi brazo en un gesto suave y reconfortante. Entre videos tontos de TikTok y risas silenciosas, sentía que, aunque el mundo estuviera caótico afuera, aquí había un pequeño refugio.
De repente, mi teléfono sonó. Vi el nombre de mamá en la pantalla y al instante, un mensaje llegó:
Mamá: "No te desveles con Magalis, ya duérmete, ¿sí?"
Sonreí, sintiendo ese calor familiar mezclado con la tranquilidad de la noche.
Respondí con un simple:
Sofía: "Lo intentaré."
Naim apretó un poco mi brazo, y yo cerré los ojos, dejándome llevar por ese momento de calma que tanto necesitaba.
Abrí los ojos y miré a Naim, que seguía con la mirada fija en mí, tranquilo y sin prisa.
Sus labios buscaron los míos.
—¿Te quieres quedar a dormir? —le pregunté bajito, con un poco de timidez.
Él sonrió, esa sonrisa que me derretía me dio un beso rapido en la nariz
—Claro que sí —respondió él—. No pienso dejarte sola esta noche.
Me acomodé mejor sobre su pecho, sintiendo el vaivén lento de su respiración, el calor de su cuerpo envolviéndome como una cobija que me protegía de todo lo malo.
Me acerqué a su rostro y rocé sus labios con los míos. Luego me separé apenas unos milímetros, lo suficiente para que mi voz saliera en un susurro:
—Gracias por quedarte.
—Gracias a ti por invitarme —contestó, mirándome como si cada palabra que decía fuera una promesa.
Entonces, como si el momento necesitara recordarnos que aún estábamos en el mundo real, la voz de Magalis rompió el silencio:
—¿Alguien quiere postre?
Nos giramos y la vimos de pie, sirviendo con entusiasmo un pedazo de quesillo para cada uno. Lucas la ayudaba con los platos, y juntos nos pasaron los dulces como si fueran el premio de una noche perfecta.
Entre cucharadas de postre y bromas, Lucas propuso jugar Ludo.
Y así empezó la guerra.
Trampas, acusaciones en broma, risas que hacían eco en las paredes de la casa. Magalis gritaba que Lucas hacía trampa, Lucas juraba que era inocente, y Naim fingía estar indignado cada vez que alguien lo sacaba de su casilla.
Yo solo reía. Reía de verdad. Como hacía mucho no lo hacía.
No supe en qué momento mis ojos se cerraron.
Solo sentí, entre sueños, cómo mi cuerpo era levantado con suavidad. El aroma de Naim se mezclaba con la brisa nocturna que entraba por una ventana cercana. Instintivamente, me acurruqué más, hundiendo el rostro en su cuello.
—No quise despertarte —murmuró cerca de mi oído—. Magalis dijo que es más cómodo dormir en una cama que en el piso.
Solté una risita flojita, sin abrir los ojos. Estaba demasiado cómoda como para resistirme.
Escuché cómo una puerta se abría con un leve chirrido, cómo mi cuerpo era depositado con cuidado sobre un colchón mullido. Supe que era la cama.
Entonces abrí los ojos.
Naim se estaba quitando los zapatos, en silencio. Luego se acostó a mi lado, con movimientos lentos, como si no quisiera romper la magia de ese instante. Nos arropó con la sábana hasta los hombros, y yo me acerqué, buscando su calor. Apoyé la cabeza en su pecho, donde su corazón latía con firmeza, como un tambor que me recordaba que estábamos vivos, juntos y a salvo...
El cuarto estaba en penumbra, iluminado solo por las luces de la calle que se colaban a través de las rendijas de la persiana. Ese resplandor suave le daba a su rostro una belleza tranquila, casi irreal.
Levanté el rostro y lo miré a los ojos.
—Te amo, Naim —dije, sin titubear, dejando que las palabras salieran como un soplo desde el alma.
Él me miró como si acabara de decirle el secreto más importante del universo.
—Te amo, Sofía —respondió, y en su voz había una certeza que me sostuvo por dentro.
Sus labios buscaron los míos, despacio, con cuidado, como si quisieran grabar cada segundo. El beso fue lento, profundo, lleno de una ternura que me desarmaba por dentro. Sentí cómo su mano se deslizaba por mi cintura con suavidad, y su otra mano acariciaba la línea de mi mandíbula, sosteniéndome con una dulzura casi reverente.
—Dime si quieres que pare —murmuró entre besos, su respiración mezclándose con la mía.
—No pares —susurré contra su boca, sintiendo cómo el mundo se encogía hasta caber en ese instante.
Naim me giró con cuidado para quedar frente a él. Su mirada recorrió mi rostro, como si necesitara memorizar cada detalle antes de seguir. Sus dedos se deslizaron por el borde de mi blusa, pidiéndome permiso sin palabras. Asentí, y él la retiró despacio, sin apuro, como si desnudarme fuera un acto sagrado.
Sus labios bajaron por mi cuello, dejando un rastro de fuego dondequiera que tocaban. Mi piel se estremecía con cada caricia, cada suspiro. Sentí cómo sus manos se aventuraban por mi espalda, cómo exploraban cada curva con una paciencia que me hacía temblar.
—Eres hermosa —dijo, y no fue solo la voz grave lo que me hizo cerrar los ojos, sino la sinceridad que sentí en esas dos palabras.
Mis dedos se deslizaron por debajo de su camiseta, ansiosos por tocarlo, por sentir su piel cálida bajo mis manos. Se la quité, y por un segundo solo nos quedamos mirándonos. Desnudos de ropa y de miedo. Solo nosotros.
El resto fue lento, íntimo, lleno de miradas, de suspiros compartidos, de movimientos suaves y sincronizados. Como si nuestras almas hubieran estado esperando este momento desde siempre.
Y cuando nuestros cuerpos se unieron, no fue solo deseo lo que sentí... fue amor. Crudo, puro, inevitable.