El primer indicio de que el día había comenzado fue el zumbido insistente del teléfono de Naim, rompiendo el silencio acogedor de la habitación.
Él lo buscó a tientas sobre la mesita de noche, sin despegarse del todo de mí. La pantalla iluminó brevemente su rostro con la notificación de un número desconocido.
—¿Vas a contestar? —pregunté, aún acurrucada sobre su pecho, la voz apenas un murmullo somnoliento.
—Sí —respondió, aunque su mandíbula se tensó apenas deslizó el dedo para atender la llamada.
—Hola —dijo, con un tono serio que me hizo abrir más los ojos.
Hubo una pausa. Un breve silencio denso, incómodo.
—¿Quién habla?
Su expresión cambió. Se volvió más fría, más dura. Sus ojos perdieron todo rastro de ternura.
—Crees que no sé que eres tú, Catriel —soltó, seco, como una sentencia.
Me incorporé un poco, de inmediato alerta. Pude sentir cómo el ambiente en la habitación había cambiado.
La línea quedó muda unos segundos. Y luego, la llamada se cortó.
—¿Qué dijo? —pregunté, sentándome por completo. Crucé los brazos sobre el pecho, y la sábana que nos cubría cayó sin que me importara. Estaba molesta, más que sorprendida.
—No tiene sentido —murmuró, dejando el celular a un lado y evitando mi mirada.
—¿"No tiene sentido"? ¿En serio, Naim? Quedamos en que no me ibas a dejar fuera de esto.
—Sofía... —suspiró, cerrando los ojos como si intentara no decir algo de lo que se arrepentiría después.
—¡Naim! —lo llamé, alzando un poco más la voz, clavando mis ojos en los suyos.
Él los abrió con resignación. Me miró con una media sonrisa que no combinaba con la tensión en su rostro.
—Perdón, mi chica del maíz... pero es que eres una bendita distracción. Así no puedo ni pensar bien —murmuró mientras sus manos acariciaban mis brazos desnudos, como si buscara calmarme con caricias.
—No me cambies el tema —le reproché, aunque una risa nerviosa se me escapó por la nariz—. ¿Qué te dijeron? ¿Era Catriel?
—No dijo nada concreto. No era su voz, pero estoy seguro de que era él. Solo quería molestarme. Marcar territorio. Dejar claro que sigue ahí... respirando en nuestra nuca.
Me mordí el labio. Las palabras me ardían en la lengua, pero no quería discutir. No ahora. No con su calor todavía en mi piel y su olor impregnado en las sábanas.
—No quiero que vuelva a tocarte —dijo él en voz baja, más para sí mismo que para mí.
—No puede tocarme, Naim. No mientras me tengas así —le respondí, acercándome hasta quedar sentada sobre él, con nuestras frentes pegadas.
—¿Quieres darte un baño antes de que Magalis venga a azotar la puerta? —pregunté con una sonrisa traviesa.
Él rió, apoyando la frente en mi cuello y dejando una fila de besos suaves.
—Esa idea me encanta.
Me bajé de su regazo con cuidado y caminé hacia el baño, sabiendo que él venía detrás de mí. Entramos juntos a la ducha, y al abrir la llave, el agua caliente empezó a caer, envolviéndonos en una nube de vapor.
Naim se colocó detrás de mí, sus manos se deslizaron por mi cintura mientras sus labios rozaban mi espalda desnuda.
—¿Cómo consiguió Catriel tu número? —pregunté sin girarme, cerrando los ojos mientras sentía su boca dejar un beso justo en cuello.
—Es Catriel. Lo consiguió. Lo demás no importa —respondió con voz baja, mientras sus labios subían por mi espalda, hasta mi cuello, entre besos cálidos y lentos que me hacían estremecer.
Tomó el jabón líquido y lo frotó entre sus manos hasta hacer espuma. Luego, comenzó a deslizarlo por mi piel con calma, masajeando cada parte de mi cuerpo como si lo hiciera con devoción.
—Así no vale... —murmuré, apoyándome contra él mientras sus manos resbalaban por mis hombros, mi cintura, mis caderas.
—¿No vale qué? —susurró junto a mi oído.
—Que me laves como si fueras un ángel caído del cielo. Me vas a malacostumbrar —respondí, con una sonrisa que se me escapaba entre jadeos.
—Entonces lo estoy haciendo bien —murmuró, y volvió a besarme el cuello.
Luego tomó el champú. Lo aplicó sobre mi cabello con movimientos suaves, lentos. Sus dedos se entrelazaban con mis mechones, masajeando mi cuero cabelludo con tanta ternura que me hizo cerrar los ojos y dejarme llevar.
El agua caliente seguía cayendo, deslizándose por nuestros cuerpos mientras él me acercaba más. Podía sentir su piel contra la mía, su respiración, su deseo contenido.
Me giré para mirarlo. Sus ojos brillaban, cargados de algo más que pasión. Me tomó del rostro con ambas manos, me besó con fuerza, y luego apoyó su frente contra la mía.
Sus labios bajaron por mi garganta, mi pecho, dejando una línea de fuego con cada beso. Yo lo busqué con las manos, explorando su espalda, su cuello, todo.
—Aquí... —jadeé, hundiendo mis dedos en su cabello—. Aquí estoy segura.
Él me miró, con ese brillo en los ojos que solo tenía cuando me deseaba.
—Contigo, hasta el infierno sería un lugar seguro —susurró, antes de volver a besarme como si ya no quedara mundo afuera.
Lo besé con desesperación contenida, y allí, entre el vapor, el agua y los suspiros, volvimos a amarnos. Lento. Profundo. Íntimo.
Éramos piel y alma.
Sin prisa.
Sin miedo.