¿vas a volver?

Capitulo 40: Es una amenaza.

La casa estaba llena de ese tipo de silencio dulce que queda después de una noche intensa. El desayuno improvisado se había convertido en risas, y luego en pereza. Naim y Lucas se marcharon después del almuerzo, con besos lentos y promesas cortas.

-No tardes en escribirme -susurró Naim antes de besarme la frente, como si supiera que ese "hasta luego" iba a pesar más de lo normal.

Ahora estábamos Magalis y yo, tiradas en su cama como si no existiera mañana. Ella con el cabello hecho un nido de pájaros, yo aún con la camiseta gigante de Naim y cara de domingo eterno.

-¿Sabes qué? -dijo Magalis, estirando los brazos como un gato-. Ayer fue oficialmente la mejor noche de mi vida.

-¿Lo dices por Lucas o por el quesillo? -bromeé, dándole con la almohada en el brazo.

-Por ambos. Y por el ludo. Y por ti, claro -se giró hacia mí con una sonrisa cómplice-. Aunque... honestamente, lo que me mata es pensar que tu pijama terminó en el suelo antes que las palomitas.

-¡Magalis! -me tapé la cara con una almohada mientras ella estallaba en carcajadas.

-¡Ay, vamos! No me lo niegues. Se notaba en tu cara de "me acabo de teletransportar al paraíso". Y Naim bajó como si hubiera ganado una batalla de dragones. ¡Por favor!

-Eres una bruja, en serio -dije entre risas, aún escondida bajo la almohada.

-Una bruja que te ama -canturreó, lanzando un cojín al aire.

Nos quedamos calladas un momento, compartiendo una de esas pausas cómodas que solo pasan entre mejores amigas. Hasta que mi celular vibró en la mesa.

No reconocí el número de inmediato, pero era un número local. Contesté sin pensar mucho.

-¿Aló?

Del otro lado, una voz alterada, temblorosa, con el tono de quien acaba de correr por cuadras.

-¿¡Sofía!? ¿¡Estás bien!?

-¿Mamá? -me senté de golpe en la cama, alarmada por el tono-. Sí, estoy bien. Estoy con Magalis, en su casa. ¿Qué pasa?

-¡Dios mío! -sollozó ella-. Mi amor... ay, mi amor, gracias a Dios...

-¿Mami? ¿Qué ocurre? -pregunté, sintiendo que algo muy malo había pasado.

-Ya estamos en camino hacia allá. Te quiero aquí, en casa, Sofía. No digas nada. Solo espéranos. Por favor...

La llamada se cortó.

Me quedé con el celular en la mano, helada, mirando al vacío.

-¿Qué pasó? -Magalis se incorporó al instante, su rostro dejando atrás la risa.

-No lo sé... era mi mamá. Estaba llorando. Dijo que ya venían para acá y que me quiere en casa. No explicó nada.
Nos miramos en silencio.

Me quité la camiseta de Naim con prisa apenas colgué la llamada, Magalis buscó una de sus camisetas limpias y un short cómodo. Me los lanzó sin decir nada, su expresión era todo menos tranquila.

Apenas terminé de vestirme, se escuchó el golpe de la puerta principal. Fuerte. Urgente.

Corrí al pasillo. La abrí.

-¡Mamá!

Ella me abrazó de inmediato, sin decir palabra, como si necesitara asegurarse de que yo estaba completa. Me rodeó con fuerza, su cuerpo temblaba. Y segundos después, sentí los brazos de mi papá sumarse al abrazo, envolviéndome por completo.

-¿Estás bien, hija? -preguntó él, mirándome con ojos desbordados de miedo.

-Sí, sí, estoy bien. ¿Pero qué pasa? ¿Qué ocurre?

-Es mejor irnos -dijo mi mamá, con la voz aún quebrada.

Miró a Magalis, que nos observaba desde la sala, y se acercó a ella como si fuera su propia hija.

-Magalis, cariño... ¿quieres venir con nosotros? No quiero dejarte sola.

-Mi mamá no debe de tardar en llegar... pero gracias -respondió ella, intentando sonar fuerte, aunque su voz tembló mientras abrazaba a la mía.

Mi papá la observó con seriedad. Algo en su rostro cambió. No era enojo... era preocupación pura.

-Insisto, Magalis. No debes quedarte sola. Llamaremos a tu mamá desde la casa. Vas a estar allá hasta que llegue.

No hubo espacio para réplica.

Todo pasó rápido. En minutos ya estábamos los cuatro en el auto. Nadie decía nada. Mi mamá seguía temblando, apretándome la mano como si soltarme fuera un riesgo.

-¿Alguien me va a decir qué está pasando? -pregunté finalmente, mirando a ambos desde el asiento trasero.

Silencio.

Magalis me apretó la pierna suavemente, su mirada tan perdida como la mía.

Algo estaba muy mal.

Y yo lo sentía en los huesos.

Apenas cruzamos la puerta de casa, mis padres me envolvieron en otro abrazo. Esta vez fue más largo, más fuerte. Como si aún no creyeran que de verdad estaba frente a ellos, ilesa.

-Hija... -susurró mi mamá entre lágrimas, acariciándome el rostro-. Estás bien. Gracias a Dios estás bien.

-¿Pero qué pasó? ¿Alguien me puede explicar qué está ocurriendo?

Mi papá me tomó de los hombros y me miró con seriedad, pero con una dulzura que solo se activa cuando un padre está al borde del miedo.

-Sofía... hoy llegó algo a casa. Algo horrible.

Nos guió hacia la sala. Sobre la mesa del comedor había una caja negra. Igual a la primera.

Mi estómago se encogió.

-No la abrimos nosotros. Ya estaba abierta cuando llegamos -dijo mi madre con voz quebrada.

Me acerqué con lentitud.

Adentro había un peluche.

Uno diferente al anterior. Era más grande. Rojo, o más bien... empapado de algo rojo.

Sangre seca.

Y sobre su pecho, pegada con un gancho oxidado, había una fotografía.

Yo. Saliendo de la casa de Magalis. Sonriendo. Con la camiseta de Naim aún puesta.

Me cubrí la boca. Magalis soltó un pequeño grito ahogado.

-¿Quién...? ¿Quién haría esto? -pregunté, sintiendo un frío que me trepaba por la espalda.

-Es una amenaza, Sofía -dijo mi papá con voz grave-. Alguien te está vigilando. Y va en serio.

-Yo... yo creo que fue Catriel -confesé finalmente, tragando saliva.

-¿Catriel? -preguntó mi mamá, girando hacia mí con el rostro desencajado-. ¿Por qué él haría algo así?

-Está obsesionado -intervino Magalis, seca, segura-. No lo dijo, pero lo sabemos. Está buscando una forma de manipular todo. Siempre ha sido así.



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En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 15.07.2025

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