¿vas a volver?

Capitulo 48: Solo Sofia.

Estábamos saliendo de la zona de lavamanos y fregadero cuando sonó la primera alarma.

Un estallido seco. Violento. La explosión fue tan fuerte que el suelo vibró bajo nuestros pies.
El sonido fue ensordecedor. Un BUM que pareció partir el aire en dos.

Las luces del pasillo parpadearon. Los vidrios de una ventana cercana estallaron con un crujido agudo. Y el olor…
El olor a humo fue inmediato. Denso. Asfixiante.

—¿¡Qué fue eso!? —gritó Magalis, soltando la taza que se hizo trizas al tocar el suelo.

No pude responder. El corazón me golpeaba tan fuerte que apenas distinguía mis pensamientos.

Y entonces lo vimos.

La humareda.

Negra. Espesa. Subiendo como una marea por el pasillo izquierdo del hospital.
Después vinieron los gritos. Uno rompió el aire como una sirena:
—¡FUEGO!
Y el caos se desató.

Puertas que se abrían de golpe.
Médicos corriendo.
Camillas rodando a toda velocidad.
Enfermeros arrastrando pacientes como podían.

Magalis y yo nos miramos apenas un segundo… y corrimos.

—¡Lucas! —gritó ella.

—¡Naim! —grité yo.

Pero no llegamos lejos.

Un policía me atrapó del brazo, tirando de mí con fuerza hacia atrás.

—¡Señorita, no puede ir por ahí! ¡Evacuación inmediata!

Otro agente detuvo a Magalis. Ella pataleaba, luchaba, las lágrimas ya desbordadas.

—¡Déjenme pasar! ¡Lucas está ahí dentro!

Yo también forcejeaba. El aire ya ardía en mis pulmones. La gente empujaba. Una camilla pasó tan cerca que me rozó.
Y entonces, otra explosión. Más lejana, pero igual de potente. El suelo volvió a temblar.

Un pedazo del techo se desplomó a la distancia. El humo invadía todo. Y el calor… ya era real. Palpable.

—¡NAIM! —grité, con toda mi alma—. ¡NAIM!

Silencio. Nada.

Magalis también gritaba, su voz rota llamando a Lucas, desesperada.

Todo era un torbellino de sirenas, gritos, cuerpos corriendo y pasillos cubiertos de humo.
Los policías nos mantenían retenidas, pero ya no pensábamos. Solo sentíamos.

Entonces, entre el humo y la confusión, lo vi.

Un camión de bomberos frenó frente a urgencias. Y bajó de él… mi papá.

Casco. Chaqueta. Pasos decididos.

Pero cuando me vio, algo en él se quebró.

—¡Sofía! —gritó, empujando cuerpos, atravesando humo y desorden para llegar hasta mí.

Me abrazó con una fuerza que dolía. Con el alma de un padre que no sabía si seguía teniendo hija.
Me tomó el rostro con ambas manos. Sus ojos estaban enrojecidos, desbordados.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?

—Estoy… estoy bien, pero… ¡Papá! —mi voz tembló—. Naim está adentro. ¡Y Lucas también!

Su mirada cambió de inmediato. Se volvió acero.

Se giró y gritó a su equipo:

—¡Equipo uno, al ala izquierda! ¡Equipo dos, despejen quirófano y urgencias! ¡Hay pacientes atrapados en el segundo piso!

Todo se activó. Los bomberos corrieron. Los policías formaban barreras.
Los médicos intentaban mantener el orden.

Magalis se aferraba a mí. Lloraba sin poder parar.

Los minutos se volvieron cuchillas lentas. El humo seguía saliendo, como una señal de todo lo que se estaba perdiendo ahí dentro.

Yo solo miraba la entrada.
Esperando.
Rezando.

Entonces mi papá apareció de nuevo, sin casco, empapado en sudor y humo. Gritaba nombres, daba órdenes, señalaba rutas.

Y de pronto…

—¡¡LOS TENEMOS!! —gritó uno de los bomberos—. ¡Dos pacientes saliendo por el ala norte!

Los vimos salir.

Dos siluetas emergiendo entre la niebla espesa.

Lucas, pálido, débil, el brazo vendado, el rostro cubierto de hollín.

Y Naim… con la cara manchada de ceniza, un corte sangrando en su frente, sujetándolo con fuerza.

Corrimos.

Magalis se lanzó sobre Lucas, llorando, temblando, abrazándolo con una desesperación que partía el alma.

—¡Lucas! ¡Dios mío! ¡Estás vivo!

Él apenas sonrió, pero la miró como si en ella estuviera su única certeza.

Yo me lancé sobre Naim. Lo abracé con todo el cuerpo, con todo lo que me quedaba de fuerza.

—Estás aquí… estás aquí… —repetía, como un mantra, como una plegaria que se hacía carne.

—Estoy bien —susurró, con la voz ronca y la respiración entrecortada.

Mi padre llegó enseguida, escaneándolo con ojos de bombero y de padre.

—¿Puedes caminar? ¿Estás respirando bien?

Naim asintió, con esfuerzo.

Papá dio una orden rápida. En segundos, llegaron paramédicos, oxígeno, gasas, camillas. Manos expertas empezaron a revisar heridas.

Yo no solté a Naim hasta que lo vi en una camilla, exhausto.

—Pensé que te había perdido —le dije, con la voz hecha trizas.

—No me voy a ir… —me apretó la mano—. No sin ti.

Paramédicos me apartaron con cuidado. Magalis estaba unos metros más allá, abrazando a Lucas mientras lo subían también a una camilla.

—¡Hay que controlar esa hemorragia ya! —ordenó un médico.

Papá volvió a acercarse a mí, su expresión entre alivio y pánico.

—¿Estás segura de que no te pasó nada?

—No, papá. Solo… solo quiero que esto termine.

Él asintió. No del todo convencido. Se giró hacia su equipo, activando el siguiente protocolo.

Y entonces…

Un disparo.

Seco. Cercano. Aterrador.

Un policía cayó a pocos metros, con un grito ahogado. Su arma salió volando.

El caos volvió.

—¡TÍRANSE AL SUELO!

—¡TIRADOR ACTIVO! ¡ZONA ESTE!

—¡REFUERZOS YA!

Nos lanzamos detrás de una ambulancia. Naim me cubrió con su cuerpo, temblando. No sabía si era por el dolor… o por la furia.

—Shhh, tranquila —susurró—. Estoy aquí. Te tengo.

Los disparos cesaron tras unos segundos de infierno. Solo quedó el eco por los radios.

—Zona asegurada. El tirador… desapareció.

—¡CIERREN EL PERÍMETRO YA!

Poco a poco, los cuerpos emergieron. El policía herido era atendido. Sangre en el asfalto. Ambulancias. Camillas volcadas.



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Editado: 15.07.2025

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