¿vas a volver?

Capitulo 49: gritos, sirenas y humo

Apenas el mensaje desapareció de la pantalla, mi papá corrió hacia mí. Me arrancó de los brazos de Naim con una mezcla de alivio y desesperación.

—¡Sofía! —me miró de arriba abajo, tocándome los hombros y la cara—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Yo solo temblaba, incapaz de responder. Mi mente seguía atrapada en esas letras blancas que habían brillado como un tatuaje en la pantalla, sin escapatoria posible.

Un oficial se acercó corriendo, serio, ceño fruncido. El jefe, seguramente.

—Tenemos que sacarla de aquí ya —dijo con firmeza—. No es seguro para ella ni para nadie.

Sentí que el mundo empezaba a moverse otra vez y yo no podía seguirle el paso. El policía dio un paso hacia mí, pero negué con la cabeza, débil.

—No... no... —susurré, como si mi murmullo pudiera detener el universo.

—Deme un segundo —intervino mi papá, levantando la mano hacia el oficial.

Se arrodilló frente a mí, tomó mis manos entre las suyas.

—Princesa, ellos te van a cuidar. Solo será un momento. Tu mamá y yo iremos enseguida, ¿sí? Confía en mí.

Pero mi cuerpo no respondía. Mi mirada buscó a Naim, ese ancla firme en medio del temblor.

Mi papá siguió mi mirada, lo entendió al instante.

Se puso de pie, miró al oficial con dureza.

—¿Puede ir con ella?

El oficial abrió la boca para negar, pero mi papá no preguntaba, ordenaba.

—Escúcheme bien. Él va con ella. No se van a separar de mi hija. Si tiene hijos, entenderá. No me importan protocolos ni papeleos.

Se acercó más, bajó la voz, y sus palabras se volvieron amenazantes.

—Porque si mi hija colapsa, si le pasa algo, si la obligan a ir sola, el problema no será de ese loco. Será mío. ¿Quedó claro?

El oficial tragó saliva, miró a Naim, luego a mí, y finalmente asintió.

—Está bien. Pero bajo custodia. No se despegarán de ella.

—No será un problema —respondió Naim, tomando mi mano con firmeza.

Mi papá nos abrazó a los dos con desesperación, y en un susurro que solo pude escuchar yo dijo:

—Te amo. Vamos a salir de esta.

Entonces me dejé guiar, con la mano de Naim apretando la mía con fuerza.

El auto arrancó entre gritos, sirenas y humo. Íbamos atrás, con vidrios polarizados, escoltados por dos patrullas, una adelante y otra atrás.

No dije nada. No pude. Me acurruqué en su pecho, buscando refugio en sus brazos. Él me apretó fuerte, sin palabras.

Las lágrimas rodaban silenciosas, como si mi cuerpo ya no pudiera sostener más.

Naim besó mi frente y me acarició el cabello, sus dedos temblaban apenas.

—Ya pasó —susurró—. Ya pasó, amor. Estoy contigo.

Pero no había pasado. No del todo.

El viaje fue corto, pero pareció eterno.

Llegamos a la comisaría, donde nos hicieron bajar rápido. Todo estaba preparado.

Un oficial se acercó con tono formal, pero había un dejo de empatía en su voz.

—Sofía, esta noche estarás bajo vigilancia policial directa. Tenemos un protocolo de protección activa. Naim podrá quedarse contigo, con autorización temporal. Mañana evaluaremos la situación con el fiscal.

Asentí, sin fuerzas para discutir.

Subimos a otro vehículo, esta vez sin luces ni ruido. Más discreto, como si el silencio fuera parte del operativo.

Llegamos a un departamento pequeño, en un edificio antiguo de tres pisos. Ni céntrico ni aislado. Perfecto para pasar desapercibidos.

Dos detectives nos esperaban: un hombre de unos cuarenta, chaqueta marrón arrugada y mirada filosa, y una mujer joven, cabello recogido, con libreta en mano y gesto serio.

Nos examinaron en segundos.

—Van a quedarse aquí esta noche —dijo ella—. El lugar está asegurado. Cámaras en los pasillos, vigilancia constante en la entrada, dos agentes en planta baja. Pueden moverse dentro del departamento, pero no salir hasta nuevo aviso.

—Tienen agua, comida, teléfono directo a la central. Lo que necesiten, llaman —agregó él, mirando a Naim como si leyera sus pensamientos.

Tomé la mano de Naim, aferrándome como si soltarla fuera rendirme.

—Estarán bien —dijo la detective, bajando un poco el tono—. Solo necesitan descansar.

Nos dejaron solos. La puerta se cerró.

Por primera vez desde el incendio, el disparo y el caos, hubo silencio.

Pero no era un silencio tranquilo. Era ese que retumba en los oídos cuando todo adentro aún arde.

Naim se sentó en el sofá y me jaló suavemente para que me sentara en sus piernas.

Lo hice sin pensar, como un reflejo. Una necesidad.

Por un rato, fuimos solo eso: dos cuerpos intentando calmar el temblor del alma.



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En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 28.07.2025

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