¿vas a volver?

Capitulo 51: El blanco real

El aroma del pan tostado llenaba la cocina. Naim había preparado café. Yo revolvía el azúcar con la mirada perdida, como si el mundo allá afuera no pudiera alcanzarnos.

Estábamos cansados. No de dormir poco. De vivir al límite.

Naim me pasó una taza caliente. Nuestros dedos se rozaron, y por un instante, el mundo pareció menos cruel.

Pero entonces, golpearon la puerta.

Ambos nos tensamos de inmediato.

La detective Garro entró primero, seria como siempre. Detrás venía su compañero, el reservado Farrias, y un hombre mayor, de traje gris, maletín en mano y rostro marcado por demasiados lunes.

Naim se colocó delante de mí sin pensarlo, el cuerpo firme, protector.

—Tranquilo, Naim —dijo la detective—. Es de los nuestros.

El hombre asintió con cortesía y se sentó frente a nosotros, colocando el maletín sobre la mesa. Los detectives se mantuvieron de pie, en silencio.

—Sofía —dijo el hombre, y fue al grano—. Lamentablemente, no traigo buenas noticias.

El nudo en mi estómago se hizo presente otra vez.

—¿Qué pasó? —pregunté con la voz apenas audible.

—Aún no tenemos el paradero de Catriel. Durante el tiroteo logró escapar. Nadie vio quién disparó primero ni cómo se dio a la fuga, pero las cámaras de la zona lo captaron en las inmediaciones. Sabemos que fue él.

Naim apretó la mandíbula, los puños cerrados.

—Maldito…

El hombre abrió su maletín, sacó una carpeta y deslizó unas fotos sobre la mesa.

—¿Reconocés esto, Sofía?

Me incliné. Era la cajita amarilla donde Naim me había dado el anillo. Y la camisa suya que me dio ese día en casa de Magalis... lo que perdí durante la mudanza.

—Sí... son mías —susurré.

Entonces sacó otra imagen.

La caja y la camisa estaban empapadas en un líquido rojo.

Me contuve.

Y luego otra imagen más.

Todo estaba quemado. La caja, calcinada. La tela, reducida a cenizas. Y una nota, escrita con marcador negro y letras toscas:

SE DÓNDE ESTÁS.

—¿Dónde dejaron eso? —preguntó Naim, con los dientes apretados.

—En la puerta trasera de la comisaría —respondió Garro—. Esta madrugada.

Me quedé helada.

—Sofía —continuó el hombre—, creemos que lo mejor es mantenerte bajo resguardo. Hasta que demos con él.

Asentí, aunque me costaba respirar.

Pero entonces el hombre giró la mirada hacia Naim.

—Y él... tendrá que—

Me puse de pie de golpe.

—¡No! ¡Él no se va a ningún lado!

—Sofía —intervino la detective—, entendemos lo que sienten. Pero este es un protocolo serio. A ti es a quien buscan. No podemos mantener a Naim bajo resguardo solo por eso.

—¡Él también está en peligro! —repliqué.

—Lo sabemos —dijo el hombre, serio—. Pero tú eres el blanco, no él.

La detective Garro frunció los labios, pensativa. Cruzó los brazos, bajó la voz y miró a Naim.

—Yo no estaría tan segura.

Todos la miramos.

—¿Qué querés decir? —preguntó Naim.

—Creo que el verdadero objetivo eres tu —dijo, apuntándolo con la barbilla—. Viendo cómo actúa, cómo organiza todo alrededor de ustedes dos... lo entendí. Este tipo no solo quiere dañar a Sofía. Quiere hacerlo de la peor forma posible: hiriéndola donde más le duele. Y ese sos vos.

Su compañero, Farrias, se aclaró la garganta.

—¿Entonces esto no se trata solo de ella?

—No —afirmó Garro—. Es un juego. Un mensaje. Él quiere que todos creamos que Sofía es el blanco, pero la mira real está en Naim.

Farrias asintió, procesando.

—Por eso la expuso. Porque sabía que, protegiéndola, estaríamos distraídos. Y él tendría vía libre para acercarse a su objetivo real.

Naim y yo nos miramos. No dijimos nada. El miedo era ahora un temblor compartido.

El hombre cerró la carpeta con un chasquido y se puso de pie.

—Entonces, señorita Sofía... señor Naim... ambos quedarán bajo protección. De forma oficial.

—¿Y ahora sí me puedo quedar con ella? —preguntó Naim, la voz ronca pero firme.

—Ahora no hay discusión —dijo Garro.

Me lancé a sus brazos sin pensarlo.

Porque en ese instante supe que el enemigo ya no jugaba solo con el miedo. Jugaba con nuestro amor.

Y eso lo volvía aún más peligroso.

Los pasos de los agentes se alejaron por el pasillo, y segundos después, se oyó el clic suave de la puerta al cerrarse. El silencio que quedó en el departamento fue tan espeso que parecía suspendido en el aire.

Seguía abrazándolo. Naim no dijo nada, pero sus manos me envolvieron con esa ternura que solo tiene lo irrompible. Rozó su nariz con la mía.

—¿Estás bien? —susurró, la voz más suave que nunca.

—Ahora sí —respondí.

Sus labios rozaron los míos como una promesa. Como un refugio. Y sin pensarlo, lo besé. Sin miedo. Sin contenerme.

El beso creció lento, profundo, hasta encendernos por completo. Naim me alzó con cuidado, guiándome hasta el sofá. Me tumbó con delicadeza, como si temiera romperme, aunque sus manos decían otra cosa: deseo, urgencia, amor desesperado.

Me miró desde arriba, los ojos verdes brillando.

—No quiero pensar —murmuró—. No hoy.

—Entonces no pensemos.

Mis dedos bajaron por su nuca, y entre susurros, caricias temblorosas y besos que hablaban más que las palabras, nos deshicimos de la ropa y del miedo.

Cuando nuestros cuerpos se encontraron, el mundo se detuvo. No hubo más amenazas. Solo nosotros. Solo el latido de un amor que ardía como si fuera el último instante que nos quedaba.

Y lo tomamos.

Porque cuando el amor se convierte en el único lugar seguro… no hay sitio mejor para quedarse.



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En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 28.07.2025

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