Capítulo 54: Tres meses después.

Han pasado tres meses desde que llegamos a este pueblo escondido entre montañas y neblinas suaves. Tres meses exactos desde que nuestra vida dio otro giro inesperado.

Al principio, todo era extraño: el silencio, las calles sin ruido, la sensación constante de estar escondidos. Pero poco a poco, nos fuimos acostumbrando. Sin darnos cuenta, creamos una rutina. Una pequeña vida.

Yo llamo a mis padres todos los días. No importa la hora ni lo que esté haciendo, siempre encuentro un momento para hablar con ellos. Naim llama a su abuela. Aunque nunca lo dice, sé cuánto la extraña. Lo noto en su voz después de colgar, en el modo en que se queda mirando por la ventana unos minutos más de lo normal.

Magalis y Lucas también llaman, aunque las llamadas no duran mucho. A veces ríen, a veces se les quiebra la voz. Quisieran vernos, pero nadie sabe dónde estamos, y nosotros no podemos decirlo. Esa es la regla. Una que cada vez se siente más pesada.

Garro se ha vuelto más que una detective. Para mí, es como una tía que aparece cada fin de semana con una sonrisa torcida, galletas escondidas en la mochila y consejos que no pedí pero siempre necesito. Farrias, con su cara de lunes eterno, ya hasta se relaja cuando viene. Habla con Naim como si fueran amigos de toda la vida. Lo he visto reírse. Una vez. Pero fue suficiente para sorprendernos a todos.

El pueblo... nos ha tratado como si fuéramos suyos. Todos nos conocen. Todos nos saludan. Todos nos cuidan, sin hacer preguntas. Es como si el secreto también fuera de ellos.

Yo trabajo en una pequeña librería. La señora Ángela, la dueña, me adoptó desde el primer día. Dice que le gusta cómo ordeno los libros por color y no por autor. Que eso es cosa de gente sensible. Naim consiguió trabajo en un taller de autos. Llega a casa con olor a aceite y motor, pero con una sonrisa que no cambia por nada.

Y aunque no quiero admitirlo del todo... ya hasta me imagino viviendo aquí. Por mucho tiempo. A veces fantaseo con quedarnos. Con hijos. Lo sé, suena loco. Somos demasiado jóvenes y el peligro aún está ahí afuera. Catriel sigue desaparecido. Sigue siendo una sombra. Pero este pueblo... este rincón del mundo... tiene algo que calma.

Recibí mi título de bachiller hace unas semanas. Me lo enviaron por correo. Cuando lo abrí, lloré. No solo por lo que significaba, sino por todo lo que no viví. Mi último año de instituto quedó enterrado en medio del miedo, las mudanzas, las noches sin dormir. La universidad... ese sueño se esfumó en algún punto del camino.

Sé que a Naim le pasa igual. A veces lo escucho por las noches, despierto. En silencio. Sé que piensa en su abuela. En lo que dejó atrás. No se lo dije, pero estoy segura de que mis padres le explicaron todo. Que hablaron con ella. Que la cuidan en lo posible.

Lucas y Magalis van a verla. Mis padres también. Y aunque suene extraño, la madre de Magalis se pasa mucho tiempo con el padre de Lucas últimamente. En una carta, Magalis me escribió: "No quiero ni pensar en ser hermanastra de mi novio." Tuve que reírme.

Nuestra casa de madera se volvió un hogar. La pintamos juntos. Arreglamos los escalones del porche. Le colgamos luces en las ventanas. Es pequeña, pero nuestra. Y aunque a veces la vida con Naim es una montaña rusa de emociones, no la cambiaría por nada.

Hay días en que quiero ahorcarlo. Otros en los que solo quiero quedarme enredada en sus brazos. Hay noches en que su sola respiración me tranquiliza, y otras en que solo quiero que me bese hasta que me olvide del mundo. Y hay momentos, como ahora, en que me basta con sentarnos en las escaleras del porche, viendo a los niños jugar en la calle y la neblina bajar por las montañas.

Esto, aquí, ahora... es paz. Una que no sabíamos que necesitábamos.

Y aunque el peligro sigue allá afuera, mientras estemos juntos, mientras siga despertando y encontrando sus ojos... siento que todavía tenemos un futuro por construir.