¿vas a volver?

Capítulo 55: El eco de las sombras.

La tarde había sido tranquila.

Garro y Farrias se habían marchado más temprano, por primera vez en semanas. Naim seguía en el taller, como siempre. Yo me quedé en casa. Solo eran unas horas. Nada fuera de lo común.

O eso creí.

Estaba en la cocina, lavando un par de tazas cuando escuché un crujido. Me detuve en seco. Giré lentamente hacia la puerta trasera, la que da al patio, justo donde empiezan los árboles que bordean el sendero.

Nada.

Me acerqué despacio, con el corazón acelerado. Entreabrí la cortina.

Nadie.

—Tranquila… —me susurré—. Seguro fue un animal.

Pero algo en mi pecho no se calmaba. Ese presentimiento punzante, esa sensación de ser observada, aunque no haya ojos visibles. Una espina que no te deja respirar.

Entonces, la luz parpadeó. Una vez. Dos.

Y se fue.

La casa quedó envuelta en una penumbra espesa, casi irreal.

No lo pensé. Corrí a la habitación, cerré la puerta con seguro y me acurruqué junto a la cama, con el pecho apretado, respirando como si me ahogara. Fue entonces cuando los escuché.

Pasos.

Lentos. Arrastrados.

Un golpe.

Vidrio rompiéndose.

Gateé hasta la ventana. Me temblaban los dedos al empujarla. La logré abrir. Salté. Caí mal. La rodilla se estrelló contra la tierra, pero no me importó.

Iba a correr.

Pero no alcancé a dar ni un paso.

Unas manos me sujetaron con fuerza por la cintura.

—Hola, mi Sofía…

Me paralicé. Sentí cómo se me congelaba la sangre.

—¿Catriel…? —susurré, con horror.

—¿Dónde está Naim? —preguntó con una sonrisa torcida, sucia. Se acercó más, lo suficiente para sentir su respiración, podrida de odio, en mi oído.

Entonces, la voz que me devolvió el alma:

—¡Suéltala!

Naim.

Mi corazón casi se detuvo. Sus pasos se escuchaban acercándose como una tormenta.

—Uuuh… justo a tiempo —ronroneó Catriel, girándonos apenas hacia el jardín—. Vamos, campeón, no seas impulsivo…

Fue entonces cuando lo vi: el arma. Justo contra mi sien.

—Quieto ahí, Naim. Un paso más… y tus recuerdos de Sofía serán eso: solo recuerdos.

—¡Maldito! Si no la sueltas, te juro que…

—Shh, shh… —lo interrumpió, presionando aún más el arma contra mi cabeza—. Está muy guapa, ¿eh? Has hecho un buen trabajo cuidándola. Dime… ¿sigue sabiendo igual?

Naim rugió. Sus puños temblaban. Dio un paso más.

—¡TE MATARÉ!

—Eso… eso me encanta —rió Catriel, como un loco—. Eres un digno oponente. Pero dime, Sofía… ¿de verdad crees que él es mejor que yo? ¿Dímelo tú?

Yo no podía hablar. Apenas podía respirar. Mi cuerpo entero temblaba. No era por el frío. Era por el miedo. Por el asco.

—¿Sabes qué? —susurró, bajando apenas el arma para apuntar directamente a Naim—. Vamos a terminar esto de una vez…

Su dedo se movió sobre el gatillo.

Y entonces, un motor.

Un coche a toda velocidad.

Luces que rompieron la oscuridad.

Catriel se giró, distraído.

—¡Maldición! —gritó, y me empujó con violencia.

Caí al suelo. El impacto me sacó el aire del cuerpo.

—¡Sofía! —escuché a Naim gritar mientras corría hacia mí.

Pero Catriel también corrió. Huyó entre los árboles.

Naim pasó a mi lado sin detenerse. Fue tras él. Una sombra rabiosa.

Y entonces…

¡BANG!

El disparo rompió la noche.

—¡NAIM! —grité, desgarrándome por dentro.

Me levanté a trompicones, apenas sintiendo mis piernas. Corrí tras él.

El disparo seguía retumbando en mi pecho cuando las luces del coche nos iluminaron por completo.

Garro bajó primero. Su rostro estaba pálido, desencajado. Corrió hacia mí, me sostuvo por los hombros y me revisó como una Madre desesperada.

—¿Sofía? ¿Estás bien? ¿Te hizo algo?

Negué con la cabeza, aunque apenas podía hablar.

—Estoy… estoy bien —susurré, aunque por dentro sentía que estaba hecha trizas.

Farrias apareció segundos después, con la cara desencajada, y se adentró en el bosque con el arma lista.

—¿¡NAIM!? —gritó Garro.

Y entonces lo vi.

Naim apareció entre los árboles, cubierto de tierra y sudor. Tenía los ojos rojos, rabiosos.

—¡Escapó! —gritó con impotencia.

No lo dudé. Corrí hacia él. Lo abracé con todas mis fuerzas, aferrándome a su cuerpo como si pudiera fundirme en él. Como si fuera lo único que me mantenía en pie.

—¿Cómo nos encontró? —preguntó Naim con rabia, mirando a Garro y Farrias—. ¡Se suponía que ella estaba segura! ¡Que estábamos seguros!

Garro respiró hondo. Su voz fue grave, como una sentencia.

—Tranquilo, Naim. Vamos a averiguarlo. Pero ahora… tienen que empacar.

—¿Qué...? —logré decir, la garganta en carne viva—. ¿Ahora?

—No pueden quedarse aquí —añadió Farrias—. Si él los encontró, se acabó el margen. Es hora de hacer lo que planeamos desde el principio.

Yo sabía lo que eso significaba. Aunque no quería aceptarlo.

—¿Hacer qué? —pregunté, aunque la respuesta ya pesaba en mi pecho.

—Empaquen —dijo Garro con firmeza—. No hay tiempo.

Todo se volvió borroso. Naim y yo entramos a la casa como dos sombras, moviéndonos en automático. Yo aún temblaba. Cada paso era un recordatorio cruel: teníamos que huir. Otra vez.

Empacamos lo esencial. Solo lo que importaba: documentos, ropa, el anillo que Naim me había dado, las pocas fotos que habíamos impreso. Todo cayó en una maleta.

Veinte minutos después, ya íbamos en el auto.

Farrias al volante, Garro dando instrucciones por teléfono.

La carretera era oscura, infinita. No dijimos nada. Solo escuchábamos el rugido del motor, y el silencio espeso entre nosotros.

Nos detuvimos en un hotel a las afueras de una ciudad.

—Descansen —dijo Farrias al estacionar—. Aquí estarán seguros hasta que lleguemos a la ciudad principal. Yo vigilo. Vayan.

No discutimos.

Entramos a la habitación. Naim me abrazó. No dijo nada. No hacía falta. Su pecho era mi refugio. Mis lágrimas volvieron a caer. En silencio.



#2510 en Novela romántica
#850 en Otros
#312 en Humor

En el texto hay: romance, romance y desamor, amor dolor

Editado: 28.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.