¨La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés" ANTONIO MACHADO
Estar prácticamente sana y salva y poder moverme a pesar de las lesiones que tenía fue un milagro médico. Eran las doce del mediodía y no lograba aferrarme a la idea de permanecer en cama.
Me dieron una silla de ruedas y si no saben lo que se siente tener una silla de ruedas no han experimentado la adrenalina de conducir de esas cosas en los pasillos y la emoción de estar en un hospital.
Hice girar las llantas huyendo de la enfermera que estaba a mi cargo, dejando que esos ridículos zapatitos blancos se deslizaran por el pulcro suelo mucho antes de chocar contra una anciana, mi nueva amiga, Flor, esa señorita sí que disfrutaba de las persecuciones, siempre y cuando no olvidase que había una persecución. El Alzheimer era extraño con ella.
Tome el asesor estirándome para apretar los botones. Odie a mis mejores amigos y a mi queridísima media naranja por ir a la universidad y no quedarse conmigo pero comprendía que tenían una misión. Atrapar a la asesina, y por lo tanto no podían perder el tiempo.
Mientras esperaba llegar a la primera planta recordé las fotos y me pregunte que sería esa en donde había un conejo por los laberintos en el campus dos, había algo especial en esa imagen. Aquello había sido pintado con nostalgia, con innegable pena y como despedida.
Llegue a la primera planta y salí del hospital dejando que las personas me vieran como una loca por ir afuera en silla de ruedas. No es que no pudiese caminar, claro, había peligro de que las heridas en mis muslos se abrieran ya que mi cuerpo había decidido enfocarse en cerrar las heridas de mi abdomen y nariz, una nariz que ahora lucia perfecta y bonita, como si nunca hubiera estado rota, además de una buena reconstrucción de mi cara, suerte que nadie había mencionado el hecho de que lucía fatal.
Conduje mi maravillosa compañera de dos ruedas hacia el auto de mi hermana y me levante cuando ella salió del coche, Aleisha era la única que podía haber faltado a clases y darme una ayudadita. Huir del hospital era algo difícil.
– Alto ahí – grito una enfermera, creo que era la que se chocó, no estaba segura, todas usaban los mismos zapatitos.
– Vamos Aleisha – entre al auto y ella me siguió – arranca – señale hacia adelante y ella sonrió haciéndome caso.
– Buenas tardes hermana mayor.
– Hola Ale, creí que moriría ahí, el hospital es deprimente.
– Casi mueres – frunció el ceño.
– Morí – aclare recordando mi certificado de defunción - y ahora estoy en una pieza, dile a papa que se encargue de los problemas que me acarrearan huir de un hospital.
– Esta loca.
– Hey, agradece que somos hermanas – me burle hasta el camino a casa.
Aleisha me ayudo a cambiarme, en su mayoría ropa que tapara los moretones de mi cuerpo, no sé porque aun los tenía. Me ayudo a peinarme con cuidado de no desprender los puntos y después me llevo en su auto a la universidad. Murmuro una seria de advertencias al mismo tiempo en que yo la ignoraba y entraba a aquella monstruosidad que mantenía preso a los locos de los niños ricos.
Ingrese al salón de arte con la esperanza de no encontrar a la profesora Paz ahí, justo como pensé que sería. Recorrí los cuadros góticos y espeluznante con los dedos reconociendo por fin algunas imágenes, relacionándolas con las del ese libro de bocetos y esperando. Hoy se realizaría la operación. Hoy atraparían a la profesora Paz y la meterían tras las rejas, después la interrogarían y sacarían las pruebas de este salón.
Camine hacia el otro lado plantando otra vez mi vista en la pintura del conejo blanco, era curioso que me llamara tanto la atención y sin duda se debía a los sentimientos que envolvían aquella pintura.
Respire profundamente y desee poder ver los recuerdos como en la mente humana pero no era posible, aquello no estaba dentro de mis capacidades.