―Servicio de citas con Loris, buenos días. Le atiende Ámbar.
―¡Estoy muy enojado contigo!
Sonreí. No me había fijado en el número.
―Ah, mi pequeña estrella.
―Me dijiste que nos íbamos a ver y llegó una chica extraña diciéndome no sé qué cosas de almas gemelas. ¡¿Y qué es eso de servicio de citas?!
―Bueno, ya que tenías tantas ganas de ayudarme a comprar lo que me faltaba, te ayudé a ayudarme. Ya me compré mi libro, ¡y unas papitas! ―Mastiqué cerca de la bocina para que escuchara el crujido.
―Para eso hubieras aceptado el dinero que te ofrecí.
―No, eso hubiera sido humillante.
―¿Y esto no es humillante para mí?
―Claro que no. Te consigo citas con chicas lindas. Soy como tu sugar momma… sin el sugar… y sin el momma.
Escuché a Loris soltar un ruidito que debía ser enojo o frustración. La verdad es que no había comprado el libro, claro que Loris podría negarse y yo tendría que devolver el dinero.
―¿Cuántas citas me hiciste?
―Seis, repartidas elegantemente y con un impecable gusto en los próximos quince días.
Loris se lo pensó unos segundos.
―Qué más da.
―¿Lo vas a hacer? ―pregunté entusiasta.
―Luego veré cómo vengarme.
*
Con el paso de los días, ocurrieron vamos acontecimientos.
El primero, que Loris siguió hablándome con normalidad, habíamos retomado nuestra rutina de mensajes con o sin sentido, y era reconfortante. La segunda, que César se había ausentado algunos días, él decía que porque había convencido a sus padres de que lo golpeó un borracho y se la podía pasar en casa haciendo nada, pero yo suponía que había esperado a que le bajase la hinchazón para que el golpe no pareciese la gran cosa. De cualquier manera, había regresado y me lanzaba miradas con el claro mensaje de que la venganza sería terrible, lo cual me hacía sentir un poco nerviosa, por no decir extremadamente paranoica.
Lo último que había cambiado es que más chicas me saludaban. El ser conocida de Loris me hacía digna, supongo. Era curioso, al inicio pocas lo conocían, pero esas habían esparcido el germen hasta que todas guardaran al menos una foto de su cuerpo en alguna galería de imágenes titulada «matemáticas».
―Buenos días, Ámbar.
Yo volteé al escuchar el saludo que se había hecho cotidiano. Iris, la chica 9.3, había adoptado como costumbre (o como reto) el interactuar conmigo. Ese día, en lugar de irse a platicar con otro grupo de chicas, se sentó a mi izquierda.
―Buenos días ―respondí seria.
Una de las cuestiones que una gran cantidad de personas no entendían, era lo difícil que resultaba para algunos comportarse de manera agradable, incluso intentándolo. En mi caso, cuando decía algo después pensaba en que podría haber usado otro tono de voz o colocar una expresión más suave, pero la siguiente vez que hablaba repetía mi error.
Con el tiempo, a ese conjunto de fallos se le llamaba personalidad.
―¿Recuerdas que te pagué por una cita con Loris? ―preguntó Iris avergonzada―. Puedes cancelarla.
Entonces sí que mi gesto cambió. Había gastado el dinero luego de que mi vecino de número me diera el visto bueno.
―No te preocupes, entiendo que es algo de último momento ―dijo cuando traté de explicarme―. Solo quería que se lo dijeras.
Iris era una persona sensible, una chica tierna. Que fuese atractiva y a la vez amable me parecía injusto. La gente linda debía tener un carácter de mierda para equilibrar el universo.
―Bueno, si ya no quieres está bien. ―Me quedé en silencio un momento, y en medio, una duda me asaltó―. ¿Y por qué ya no quieres? ¿Te da vergüenza? No debería dártela, entre todas las que me han pedido una cita con él, tú eres la que mejor pareja haría con Loris.
Ella se sonrojó y el tono rosado de sus mejillas combinó de forma perfecta con sus labios entreabiertos. Cuánta injusticia tenía esa chica en la cara.
―Pues… ya sé que es algo anticuado, pero es que yo también lo soy. ―Rio―. Pero desde que vi las fotos sentí que era una tontería pagar por verse con alguien que no conoces.
Pensé un momento en lo que decía para encontrarle sentido.
―¿Las fotos?
―Sí, las de Loris besándose con Gina.
Gina era la pelirroja que se me había acercado de primera a preguntarme por mi relación con el influencer. Tuve que esforzarme para asociar a Loris con ella.
Iris debió entender mi gesto confundido porque buscó en su celular y me enseñó un hilo de fotos en que, como mi compañera había dicho, Gina estaba colgada amorosamente de Loris, quien la aferraba por la parte trasera de su cuello en un beso que estaba lejos de parecer forzado.
Una sensación desagradable y efervescente ascendió desde mi estómago hasta la garganta.