¿Te acostarías conmigo?
Sí.
Lo haría, pero preferiría no hacerlo.
Chisté. Eso último me quedaba claro. Con tantas opciones, acostarse con alguien como yo era un plan suicida.
No respondí más, traté de concentrarme en la clase aunque la sensación de haber hecho algo estúpido no dejó de rondarme la cabeza incluso cuando salimos. Si ya me comía a mí misma cada vez que cometía un error en situaciones que para cualquiera serían olvidables, el pensar que había enviado semejante mensaje me estaba devorando.
Para mi buena o mala suerte, no tuve que esperar mucho para que me obligaran a hacerle frente a mi idiotez. Cuando salí del colegio y volteé en una esquina al dirigirme a un supermercado antes de encaminarme a la parada de autobuses, alguien me tocó el hombro y al volverme me encontré con la sonrisa de Loris.
Iba vestido con una camisa negra que tenía unos logos de quién sabía que cosa, y llevaba unos lentes de sol con un estilo horizontal que no se veían exagerados y quedaban cubiertos por algunos mechones que escapaban en todas direcciones. Con sus llamativos ojos cubiertos, la perfección del resto de sus facciones se burlaba de quien las mirara. Es decir, de mí.
Fresco e incomprensible, así lo describí en mi mente.
―Hola.
Me quedé un momento contemplando la situación.
―¿Cuánto me dijiste que tardabas de donde vives hasta acá?
―Media hora. ―Quitó su mano de mi hombro―. Vine por tu mensaje.
Nuevo análisis de la situación.
Sentí mi rostro caliente y esperé que no se transparentara en mis mejillas.
―No me voy a acostar contigo ―solté―. Era curiosidad.
―¡¿Qué?! ¡¿O sea que me afeité la entrepierna para nada?!
Tengo que reconocer que eso me sacó una pequeña sonrisa, aunque la disimulé. Loris también sonrió.
―Vine porque supuse que ibas a malinterpretar mis respuestas.
―¿Y supones eso por...?
―Porque yo hago lo mismo.
Se quitó los lentes y ese color de ojos claros me inundó de nuevo. Su mirada fue tan sincera que tuve que apartar la vista y enfocarla en la hilera de hormigas que estaba a pocos centímetros de mi pie.
―Malinterpretar lo que otros nos dicen es una manera de confirmar lo que sospechábamos: que nadie nos aprecia y que somos víctimas de los demás. Y con eso nos desvinculamos de la responsabilidad de nuestras emociones.
―¿Otra enseñanza de la terapia?
―Así es.
Quizá yo también debía llevar una. El problema era que me daba miedo que el terapeuta terminara siendo un inepto irresponsable, y más miedo me provocaba imaginar que no lo fuera y tener que enfrentarme a tantas cosas.
―No sé por qué que le pagas a alguien para que te diga que lo haces todo mal… para eso me tienes a mí. Hasta te puedo hacer un plan de pago ―bromeé.
Loris llevó su mano derecha hasta la mía y atrapó mis dedos con los de él. Me atraganté con las palabras al sentir el gesto. Era la primera vez que nuestros cuerpos de sentían de esa manera, y el roce de su piel me resultó revelador. Por su manera de ser, me era fácil asociarlo con fragilidad, pero la firmeza en el agarre me hizo recordar que él era más grande y más fuerte que yo.
Experimenté de nuevo esa sensación de estar frente a alguien que no conocía.
―Lo sé, y no quiero perder la relación que tengo contigo.
En esa ocasión, seguro que mis mejillas sí se enrojecieron, aunque para ese punto había olvidado de qué hablábamos.
―Ah, lo siento, lo hice otra vez ―dijo apartando el contacto.
Yo bajé mi mano y toqué con disimulo la palma con las puntas de mis dedos, rememorando la sensación de ese toque humano que tan raro era para mí.
―E-está bien. ―Me aclaré la garganta y continué con mi caminata con tal de no verlo directo a los ojos―. ¿Y bien? ¿Para qué viniste?
Loris caminó a mi lado.
Avanzábamos por una acera ancha, donde pocas personas se movían, que estaba a un lado del colegio. El supermercado quedaba a unas tres cuadras, así que podía comprar lo que quería y tenía tiempo para llegar a mi parada.
―Cuando me enviaste los mensajes quise venir, sentí que debía hacerlo. Apuesto que pensaste que te dije que no quería acostarme contigo por tu físico.
―Puede ser.
―No tiene que ver con eso. Para mí acostarme con alguien no es importante. Al inicio no lo hacía, pero los chicos que conocí por internet me lo recomendaron, porque en los lugares donde me muevo si no lo haces piensan que eres homosexual.
―¿Y?
Loris se rio.
―Yo pregunté lo mismo, pero sí es un problema. Yo vivo de las promociones que le hago a las marcas y muchas no trabajan con gente que no sea hetero. Puedes subir una foto diciendo que te acostaste con diez mujeres y no te afectaría tanto como un solo hombre.
―Pensé que las empresas habían dejado eso de lado, incluso muchas apuestan a la inclusión como estrategia, ¿no? ―dije pensando en ciertas publicidades.