Vecino de número

Capítulo 13

 

 

Ámbar no llegó.

Era la única persona que estaba esperando, pero no llegó. Con el pasar de los minutos su atraso dejó de ser la típica tardía para convertirse en una ausencia y yo me resigné a que esa noche iba a ser lo mismo de siempre.

No conocía a casi nadie de todas las figuras que danzaban por mi apartamento como si fuese un espacio público. No me gustaban esas cosas, pero Esteban insistía en que eso le daba un tono más personal a la celebración, incluso si luego del toque de queda que me daba el edificio todos terminarían en el bar que estaba a unas cuadras sin ser capaz de reconocerse los unos a los otros.

Esteban hablaba mucho de que necesitaba socializar con las personas del medio. «Estoy seguro de que incluso te contratarían en la tele», decía, «tienes todo lo que esos productores andan buscando, solo es cuestión de darse a conocer». Yo no estaba seguro de que esa fuese una buena idea, pero cuando él me proponía algo, yo lo hacía. Si decía que tenía que sonreír, sonreía, si decía que le coquetara a una chica, coqueteaba. La mayoría del tiempo no sabía qué rumbo estaba tomando mi vida, pero tampoco podía quejarme. Cuando yo había manejado mi propio rumbo, había estado apunto de descarrilarme y caer al vacío. Algunas personas tenemos una inclinación natural hacia ser guiadas, creo, o terminamos siendo un imán de la desgracia.

Miré a mi alrededor, había bastante gente haciéndose espacio entre la pequeña multitud y tomando bocadillos de la mesa que estaba en el centro de la sala. Mi apartamento iba a terminar apestando a alcohol y tendría que mandar a limpiar los muebles, lo presentía. No era una de esas fiestas catastróficas de las películas, pero tampoco era un ambiente tranquilo. La música a volumen alto me irritaba, no entendía cómo las personas podían hablar entre ellas cuando a mí me taladraba los oídos. Pero lo que de verdad me impacientaba eran esas pastillas y las láminas que empezaba a detectar en las manos y las bocas de los invitados.

Como atraído por mi enojo, Esteban apareció.

―Te dije que no quería droga.

―No puedo revisar los bolsillos de cada persona que entra, chico ―me respondió burlón―. ¿Y por qué diablos tienes esa cara? Es tu cumpleaños, anímate un poco. 

Observé a mi amigo. Sus ojos verdes y maliciosos me hicieron sentir más frustrado y mi cuerpo entero se tensó cuando se aproximó para susurrar en mi oreja.

―Así como estás, cualquiera pensarías que eres un pésimo anfitrión. Y no quieres eso, ¿verdad? ―Sentí mi quijada endurecerse como si fuese un trozo de metal adherido a mi cuerpo de carne―. Mira, esa chica de ahí es hija del productor de un programa de mierda, igual y le hablas ―dijo alejándose para comenzar a hablar con un grupo de tipos que estaba seguro eran los que habían empezado a pasar las drogas.

Suspiré, acongojado, y me acerqué a la muchacha que mi amigo me había señalado. Estaba sola, se notaba que Esteban la había invitado y luego abandonado en medio de desconocidos. Era bonita, supongo, pero no una de esas bellezas despampanantes que poblaban en ese instante mi apartamento.

―Hola, ¿vienes sola? ―le pregunté componiendo mi gesto por uno alegre, uno de esos que pone la gente que no se quiere cortar las venas.

―¡Hola! ―Se sonrojó al saludarme, seguro que yo le gustaba y por eso Esteban la había invitado―. Yo… Me llamo Alicia, un gusto. Te conozco por tus fotos y eso ―se presentó sin mucha gracia.

Estaba nerviosa, y eso estaba bien. El nerviosismo es síntoma de la sinceridad.

―Un gusto, yo soy Loris, como ya sabes. ¿Te ofrezco algo?

―Estoy bien.

―¿Has escuchado ese problema del tren lleno de gente infectada que está a punto de llegar a una ciudad?

Ella cambió por completo su gesto. Se le notaba dubitativa, y eso también era bueno.

Había dos formas de conocer a alguien, una era la manera común, con preguntas para romper el hielo y tratando de incorporar lo menos posible ciertas ideologías a la conversación, y la otra, que estaba más cercana a entender quién era realmente la persona que tenías en frente, era hablar sobre temas esenciales de los que todas las personas tienen una opinión.

―Te explico. Es un problema de respuesta cerrada donde tienes que elegir en base a tus criterios. Este es muy conocido. Se trata de que en un tren van una cierta cantidad de personas, digamos, cien. Estas personas se han contaminado de un virus potente. El tren se dirige a la ciudad y cuando este se abra, el virus se empezará a esparcir. ¿Qué harías tú? ¿Harías explotar el tren con las cien personas o lo dejarías llegar a la ciudad?

Alicia me miró, esta vez impresionada, y por un momento giró la vista hacia los lados, de seguro pensando que le estaban haciendo una broma o buscando con quien compartir su extrañeza.

En cierto punto, empezó a reír. Fue una risa forzada.

―Ya entiendo ―dijo―. Me habían dicho que eras una persona inusual, que te gustaba hacer ese tipo de preguntas, pero verlo en persona es distinto. Eso es agradable. ¿Todavía estás trabajando con…?



#35809 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.