Vecino de número

Capítulo 15

 

 

Cuando Loris terminó, ya era de noche. Había estado más de dos horas enjuagando hasta que el color del agua se perdió y el líquido volvió a ser transparente.

Al levantarme, sentí todos los músculos de mi cuerpo agarrotados, y las heridas en las palmas de mis manos empezaron a doler. Antes las había ignorado, quizá porque mi cerebro había estado ocupado haciéndome sentir miserable como para enviarme señales de dolor físico, pero al estar más tranquila todo eso que no me llamaba la atención cobró importancia, y el solo hecho de ponerme de pie me hizo arrugar el rostro.

No quise quejarme, Loris tampoco había estado cómodo, aun así, él solo me dirigió una mirada cargada de preocupación cuando, después de un tiempo que pareció eterno, volvimos a mirarnos de frente.

―¿Qué? ―pregunté, incómoda por su inspección.

Loris se lo pensó antes de hablar.

―¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

En otra ocasión, me habría burlado de su gesto serio, pero la gravedad en su mirada era tan sincera que no pude más que negar moviendo la cabeza de un lado al otro. Los dos nos mantuvimos en silencio, con una gotera que aún caía de la ducha de fondo. Ese bienestar de hacía un rato se había disipado y el frío comenzaba a calarme todo el cuerpo.

―Voy a bañarme ―dije con una voz susurrante.

Loris asintió.

―Me voy. Si necesitas algo más, puedes pedirme ayuda.  

―No te vayas ―me apresuré a decir.

Hasta ese momento no noté que algunos mechones se habían adherido a su rostro por la humedad del ambiente y que su ropa, en especial sus pantalones, había sido alcanzada por restos de pintura. Además, el color de sus ojos de por sí inusuales tomó un matiz cristalino ante mis palabras, al menos así me lo pareció.

―Digo, supongo que viniste para algo, y, y tu ropa se manchó, así que te prestaré ropa para que te cambies, mi… mi madre debe tener un pantalón que te quede mientras se seca ese ―corregí mi desesperado intento de detenerlo sin atreverme a mirarlo de frente.

Observé el cuerpo de Loris, su posición mantenía cierta rigidez. Estaba claro que no se sentía cómodo. Quise agregar algo, pero se me adelantó.

―¿No te molesta que me quede?

Entonces sí alcé la vista para encontrarme con su rostro y el gesto de un niño que está apunto de confesar que hizo alguna travesura.

―¿Por qué iba a molestarme?

Loris me apartó la vista y la detuvo sobre la cerámica del baño, la cual conservaba algunos restos de rojo en las esquinas. Tomó valor y me encaró al hablar.  

―¿No me odias?

―A veces.

Un gesto que me estrujó el corazón me obligó a cambiar mi respuesta.

―De broma, pero no te odio en serio.

―¿No?

―Claro que no, ¿por qué iba a odiarte? Solo has hecho cosas buenas por mí.

Lo dije como si fuese una obviedad, porque lo era. Loris podía ser impredecible, pero no me había sentido incómoda por él en ninguna ocasión, y teniendo en cuenta que a mí me incomodaba hasta mi reflejo, era muchísimo decir. Sin embargo, mis palabras lograron que su cara me devolviera un gesto emocionado, como si le hubiese confesado algo revelador.

―Entonces, esperaré.

Sonrió, sus labios se curvaron hasta destacar sus pómulos, y yo comprendí que había estado esperando admirar esa sonrisa desde el primer momento en que lo vi en la entrada de mi casa.

Se encaminó a la salida del baño y al estar afuera, se giró.

―¿No necesitas que te ayude también a bañarte?

Le lancé la puerta en la cara.

 

 

*

 

 

Después de media hora de luchar contra la pintura que cubría buena parte de mis piernas y mis brazos, salí del baño aún con algunos tonos de rojo sobre la piel, con el plan de encargarme de ellos la mañana siguiente. No quería hacer esperar a Loris, quien había invertido varias horas en limpiar mi pelo con paciencia. En gran medida lo había logrado, aunque el largo de mi cabello había disminuido hasta apenas tocar mis hombros.

Al salir, lo encontré tirado en el suelo, boca arriba, con la vista clavada en el techo.

―¿Pasa algo?

―Sí, tus cosas me llaman mucho la atención, pero no quería ser invasivo, así que preferí mirar hacia arriba.

Observé yo también el techo de mi cuarto. Era de madera oscura, elegante, y estaba limpia porque apenas notaba una mancha tenía el impulso de limpiarla, incluso si era de noche.

―Mi techo es lo que miro cuando trato de dormir, lo conozco mejor que cualquier parte de mi cuarto ―respondí.

Loris giró su rostro hacia mí y sonrió.

―Lo siento.

―Te disculpo ―dije mientras me secaba la cabeza con un paño―. ¿Quieres bañarte tú?

Él negó.

―Te voy a buscar algo entre la ropa de mi mamá para poner a secar tu pantalón.



#35792 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

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