Vecino de número

Capítulo 18

 

 

―¿Te vas a matar?

Al principio pensé que esas palabras estaban solo dentro de mi cabeza.

Me pasaba en ocasiones, escuchaba frases que se quedaban rebotando en mi cráneo, pero al buscar al emisor resultaba que no encontraba a nadie. Ahí, en la madrugada, mirando hacia abajo desde un puente peatonal, y con la luz parpadeante de una farola que apenas alcanzaba a alumbrar un radio de un par de metros, ni siquiera me molesté en verificar si había alguien más.

Hacía frío. Llevaba un abrigo grande, que cubría cada tramo de mi piel, las corrientes de aire lograban rozar apenas un trozo de mi rostro, pero el frío se colaba en cada hendidura y terminaba por penetrarme los poros.

Quizá, el hielo no venía de fuera.

―¿Te vas a matar?                                                                                              

Entonces, sí volteé hacia la dirección de la cual provenía el sonido y me impresioné al advertir otra figura humana a mi lado. Era un chico un par de años mayor que yo, y tenía los ojos verdes más increíbles que hubiese visto en una persona. Casi sentí que estaba frente a un felino.

―¿Disculpa? ―dije y no sentí mis labios.

―¿Te vas a matar? ―repitió por tercera vez, con un gesto tranquilo colgando de su rostro―. Si te vas a matar, ¿me dejarías presenciarlo? Nunca he visto a alguien suicidándose. ―Se rio de su propio chiste―. Bueno, lo he visto por vídeos, pero nunca en persona. Quiero entender cómo es, si se siente algo distinto.

Experimenté una sensación extraña al oírlo, al detallar sus expresiones casuales que combinaban con su postura de manos dentro de su abrigo. Supuse que esa sensación era sorpresa. Después de muchos meses, algo inusual me ocurría, algo que, fuese bueno o malo, rompía mi rutina emocional de pura apatía.

―No lo sé ―le respondí mirando hacia abajo―. Ya he estado varias veces aquí, pero no me atrevo.

―Si quieres yo te empujo.

El chico dio dos pasos en mi dirección y yo, que estaba con las manos aferradas al barandal, las solté para alejarme del extremo.

―¡No! ―grité exaltado.

Él se detuvo, sus manos seguían resguadadas en su abrigo. Me sonrió.

―Tú no te quieres morir ―concluyó.

Miré hacia un lado, sin saber cómo tomarme esa afirmación. Me di cuenta en el mismo instante de lo patético que era por pensar que hasta para eso ponía excusas. No tenía talento ni para desaparecer.

―¿Por qué te ibas a arrojar? ―cuestionó él.

Su actitud despreocupaba en medio de esa situación me horrorizaba y me reconfortaba a partes iguales.

―Es que…

Hice una pausa, pensando en si debía decirlo, en lo extraño que era el momento para soltar algo así. No pasó mucho antes de que decidiera que ese tipo, que yo no conocía de nada, era perfecto para desahogarme. Porque solo existían dos personas a las que era adecuado decirles una verdad importante sobre uno mismo: a tus seres más queridos y a un completo desconocido.

―Mi madre murió cuando yo tenía seis años, por cáncer. La quería mucho. Cuando ella murió, solo quedamos mi padre, un hermano mayor y yo. Ellos hicieron sus vidas y yo, no sé, me quedé solo. Hace unos meses me di cuenta de que no tengo ninguna aspiración, ni sueños, ni sentimientos positivos. Una mañana me levanté y entendí que nada tiene valor para mí. No me imagino un futuro bueno ni uno malo, simplemente no me imagino un futuro. Me han dicho que tengo depresión.

Hablé rápido, sin adornar nada, fui directo a lo que me había tomado meses darme cuenta. Creí que si lo hacía de otra manera empezaría a llorar o saldría corriendo para lanzarme a la autopista que estaba bajo nosotros.

El otro chico, el de los ojos verdes fascinantes, miró hacia arriba mientras yo hablaba. Cuando terminé, empezó a columpiarse sobre sus propios pies, primero yéndose hacia adelante y luego hacia atrás. Treinta segundos después, dio su veredicto, que yo esperaba como si estuviera frente al juez de mi vida.

―No tienes depresión. Nadie que sepa por qué está deprimido está deprimido realmente. ―Dejó su ritual para mirarme―. Los únicos que sí tienen depresión son los que no saben por qué se quieren morir.

Se acercó unos pasos y nuestros rostros quedaron separados por unos treinta centímetros. La mirada de ojos verdes se tornó agresiva, penetrante, su expresión, en cambio, se mantuvo serena, de porcelana, sin concordar con su discurso.



#39262 en Novela romántica

En el texto hay: amor juvenil, familia, amistad

Editado: 13.11.2023

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