Disculpen la tardanza. Tuve que realizar una pausa por asuntos personales y de trabajo, pero volveré a actualizar de manera regular. Muchas gracias a todas las personas que me preguntaron si todo estaba bien. También a quienes apoyan la historia, se los agrazdeco mil ❤.
Capítulo 21
Varias escenas se proyectaron en mi cabeza al leer el mensaje de Loris, ninguna tranquilizadora. ¿Qué había querido decir con que él también sería un monstruo? Le pregunté, pero no contestó. Incluso cuando insistí el servicio me mostraba que mis mensajes estaban llegando, pero él no los abría. Contra mi voluntad, intenté llamándolo, sin saber si sería capaz de abrir la boca cuando lo escuchara y sintiéndome de manera similar a aquella primera ocasión en que oí su voz. Sin embargo, eso tampoco surtió efecto.
Dejé el celular a un lado de mi almohada mientras pensaba, mientras trataba de convencerme de que lo que ese chico hiciera no era asunto mío. Ahora yo era un monstruo y por mucho que Loris renegara de eso, era la realidad y tendría que aceptarla. Sus asuntos no eran mis asuntos… Además, Loris no iba a hacer nada malo. Solo quería asustarme haciéndome creer que tomaría una navaja y se destrozaría la mitad de la cara. Su plan era alterarme, lograr que me levantara y corriera hacia él solo para encontrarme con que me había engañado.
Sonreí, fue un gesto sin gracia.
¿Quién estaba tan perturbado como para dañarse a sí mismo por una ridiculez así? Ese chico podía buscar otra compañía, una más atractiva, de preferencia. Intenté convencerme repitiéndome que todo era una tontería una y otra vez, y entre más pensaba en él, menos me convencía. Y es que Loris era justo el tipo de maniático sentimental que haría algo así. Casi me lo imaginaba al lado de mi cama con un tubo pegado a la garganta para poder respirar diciéndome que ahora sí podríamos estar juntos, como en el final de una mala película de terror.
Como impulsada, me levanté de la cama. Mi mente adormilada había perdido cualquier rastro de somnolencia y había empezado a maquinar. Tomé el celular y llamé de nuevo, pero nada. Seguía sin ver mis mensajes.
Hasta entonces, me giré y me encontré con mi madre que estaba dormida en una posición incómoda en la silla que había llevado para estar a mi lado. Admiré su rostro unos segundos, el cómo la luz de la luna se colaba en una pequeña rendija desde la ventana e iluminaba una raya en medio de su rostro, que a pesar de ser pequeña daba a entender lo hermoso de sus rasgos rodeados de su cabello castaño.
Recordé sus palabras. Se podían notar los restos de las lágrimas sobre sus mejillas.
Inhalé hondo y solté el aire poco a poco. Trataba de calmarme, porque esa sensación de tranquilidad ya no estaba, ahora era de nuevo un ser ansioso y anhelante, nada parecido a lo que había decidido ser.
Aparté esos pensamientos para dirigirme al mueble donde había visto a la enfermera guardar mi ropa. Solo me aseguraría que Loris no hiciera una idiotez y después volvería a donde pertenecía. Sí, justo eso. Si luego el chico quería implantarse escamas y pintarse de verde ya no sería mi problema, ya yo no existiría en su mundo para saberlo.
Me cambié con rapidez, sin hacer ruido, y dejé en el sitio la bata celeste que me identificaba como una paciente. Mi plan era simple, saldría del hospital y tomaría el autobús, luego iría al apartamento de Loris solo para darme cuenta de que no planeaba hacer ninguna idiotez. Regresaría y mi madre y los doctores ya estarían histéricos, y eso sería mi pase a mi acolchonada vida de ensueño.
Con esa idea en mente, y con una pequeña sonrisa maniática, salí de mi habitación sin hacer ruido. Me acercaba a las paredes para observar al siguiente pasillo y vigilar que no viniera nadie que me reconociera, como si estuviese protagonizando una película de espías. Después de caminar por varios lugares sin ver a nadie, me detuve preocupándome por la ausencia de mis «enemigos». Ahí, detenida en medio del hospital, un rayo de lucidez cruzó mi cabeza y me fijé en la esquina de la pantalla de mi celular para ver la hora.
Eran las dos y treinta y cinco de la madrugada, no tenía dinero, no tenía mi bolso y no había transporte público. Tarde pero seguro, el pensamiento racional volvió a anidarse en mi cabeza. Otra cosa también tenía clara: la hora no iba a detener a Loris.
Me devolví a mi habitación, aún sin decidirme cómo proceder, y me encontré de frente con mi madre en la puerta. Se veía sobresaltada, de seguro por no haberme encontrado al despertar. Sin pensarlo, y probablemente porque no me di el tiempo de hacerlo, le enseñé la pantalla con el último mensaje que había escrito Loris, como si ella tuviese una varita para solucionarlo.