Me quedé congelada al escuchar a Gina, y al repasar cada una de sus palabras, me sorprendí aún más. Por la manera en que lo había dicho, daba la impresión de que no se había acostado con Loris aquella ocasión en que algunas redes sociales se llenaron de sus fotos. Y si era falso, ¿por qué le pedía en ese momento que lo hicieran? Comprendía que Ámbar era una persona reservaba, pero Loris demostraba su interés por ella a cada momento, ¿cómo podía Gina hacer semejante petición si estaba enterada de la relación de esos dos?
No supe cómo sentirme. Me habían educado para no escuchar conversaciones ajenas, menos cuando se hablaba de temas personales, sin embargo, decidí quedarme y averiguar más.
―No me voy a acostar contigo.
―¿Qué? ¿Por qué no?
―Porque estoy guardando mi virginidad para Ámbar ―dijo él, y colocó una mano en su pecho como si fuese un hombre ofendido.
―Tú no eres virgen.
―Yo soy lo que quiera ser, me lo enseñó Barbie.
―¡Déjate de tonterías y sácate la p…!
―¡Gina! ―grité.
Salí de mi escondite y me coloqué frente a ellos. No me importaba aceptar que los espiaba, sentí que debía detener esa situación. Como había dicho Cruz, quizá Ámbar no necesitaba una disculpa, tal vez debía expresarle mi apoyo de otro modo, y eso haría.
―¿Iris? ―habló Gina―. ¿Nos estabas escuchando?
―Fui a traer ramas y los oí por casualidad. ―Miré con severidad a mi compañera, que no se veía sorprendida por mi repentina aparición―. No… no deberías pedirle esas cosas a Loris ―hablé algo menos confiada, sin saber cómo expresarme―. ¿No eres amiga de Ámbar?
Gina me miró con seriedad, pero pronto cambió su gesto por una sonrisa.
―¿Y qué tiene que ver eso?
―Que a Loris le… agrada Ámbar.
―Sí, pero a mí él no me gusta. Yo nada más me lo quiero co…
―¡Con más razón no deberías pedirle que se acueste contigo! Tú como amiga no deberías hacer nada con Loris, porque puede que Ámbar después se interese en él.
Loris me observó con sus ojos brillando.
―¿Iris, verdad? Pensé que eras una chica sin gracia, pero creo que te juzgué mal.
… a veces era tan complejo ayudar a una amiga.
Gina, en cambio, hizo un ademán con la mano, restándole importancia al asunto.
―Puff, a quién le importa. Cuando estén casados y tengan un perro que se llame Bingo ni se van acordar de esto.
Los ojos de Loris ya parecían dos zafiros.
―A ti también te juzgué mal.
―Pues como sea ―casi grité. Esos dos me ponían nerviosa, no sabía si estaban bromeando y yo era la única hablando en serio o qué ocurriría―. No vas a hacer nada con Loris y punto.
―Está bien, está bien… voy a pedírselo a Cruz.
―¡NO!
Ambos se giraron a verme; yo respondí con un sonrojo incendiario.
―Estaba bromeando.
―S-sí, yo también, ya sabes, porque no, no estaría bien, porque, este, ¡podría venir un asesino!
―Sí, es la regla número uno ―me apoyó Loris.
―¡Además! ―Intenté reanudar mi atención en lo que interesaba―. Si no te gusta Loris, ¿por qué tanto interés por irte a la cama con él? ¿Qué es lo que pasa?
Gina colocó un gesto extraño, con los labios apretados en un montoncito y una mirada que no supe descifrar. Después, como si se desentendiera de la conversación, se agachó y se dedicó a hacer figuras con su índice sobre el suelo. Yo intenté encontrar la respuesta en Loris, y este fue quien me devolvió el gesto mostrándome una pequeña sonrisa que me puso nerviosa.
Todavía no controlaba la sensación que me producían los hombres.
―No la juzgues.
Gina le devolvió una mirada a Loris que yo no entendí.
―Supongo que puedo decírselo a Iris. ―Eso me confundió más―. Lo que pasa es que a Gina no le gustan los hombres.