Braulio nos dejó en la parada de autobuses que estaba cerca del colegio, así que fue fácil regresar a casa. Cuando me despedí del grupo, me dijeron que se mantendrían en contacto, y me hicieron prometer que no me olvidaría de ellas solo porque ya no éramos compañeras. Yo le di vueltas al asunto para no prometer nada, porque seguía sintiéndome como si no fuese dueña de mi vida, y temía perder el control de un momento a otro.
Incluso unos días después del incidente del hospital, todo era confuso. Normalmente, las personas somos capaces de continuar aun si no se tienen planes inmediatos, porque sí existen metas a largo plazo, sea terminar una carrera, buscar un trabajo o formar una familia.
En ese punto, yo no sabía qué quería para mi vida… No sabía si quería mi vida.
Suspiré y compuse mi gesto al estar cerca de casa. Al llegar, observé que mi madre estaba fuera de la casa y hablaba por teléfono, cuando me vio, se despidió de la persona y se acercó para recibirme.
―Ámbar, ¿por qué vienes caminando? Te dije que yo iría a recogerte cuando llegaras.
―No hizo falta, me dejaron cerca.
―Bueno, está bien… ―Hizo una pausa dudosa y miró hacia mi lado izquierdo―. ¿Y él por qué viene?
Observé a Loris y su sonrisa que parecía no conocer maldad en el mundo.
―Me lo encontré en la calle y me puso esos ojos. ―Loris puso sus ojos de cachorro―. ¿Me lo puedo quedar?
―No es un gato, cariño.
Llevé mi mano a la cabeza de Loris y la acaricié.
―Prrrrrrr ―ronroneó.
Mi madre alzó los ojos al cielo y rogó por paciencia.
―Está bien, puede quedarse un rato. Pero no quiero que suban a tu cuarto, y si lo hacen dejen la puerta abierta. No está bien que estés sola con un chico en tu habitación.
―¿Está asumiendo mi género, señora?
Mi madre lanzó un gesto de advertencia, y Loris respondió con un «me porto bien».
Después de pasar por el guardián de mi hogar, nos dirigimos a la cocina. Aunque habíamos parado para desayunar, apenas había dado un par de bocados, no me gustaba comer si tenía que hacer un viaje largo, era como tentar a mi mala suerte, que en los últimos días se paseaba con confianza a mi alrededor e invadía cada pensamiento relajante que trataba de crear.
Tostamos rebanadas de pan y cortamos restos de fruta que encontramos en la nevera, luego llevamos todo a la mesa y nos sentamos a comer bajo la mirada crítica de mi madre. Se notaba que quería decirme algo, pero analizaba los pros y contras de hacerlo frente a Loris. Después de unos segundos, tomó una silla y se sentó. Loris y yo estábamos de frente, uno a cada lado de la mesa, así que ella se ubicó en la parte intermedia.
―Ayer que estabas en tu paseo, hice unas consultas… ―comenzó mamá con un tono de suspenso―. Dime, Ámbar, ¿no te gustaría intentar con una prótesis ocular? Me refiero, es como un ojo de vidrio, ¿los conoces, verdad? ―Al no escuchar respuesta, continuó―. Sería algo estético, claro, y tendríamos que llevar un proceso de reconstrucción para el párpado y, bueno, la cuenca del ojo en general. Cada prótesis es única, según me dijeron, así que tienen que crearla especialmente para ti y se intenta que tenga la mayor capacidad de movimiento posible. ―Mi madre se oyó más entusiasmada―. Si todo sale bien, ¡parecerá que tienes los dos ojos!
La sala se sumió en un espeso silencio una vez mi madre terminó. Por segundos, lo único que rompió el vacío fue el sonido vibrante del refrigerador que venía desde la cocina, la cual estaba al lado.
Algo me obligó a romper el ambiente.
―¡Loris, deja de comerte toda la sandía!
Loris respondió gruñendo con la boca llena de sandía.
―A mhí me gustah lah sandhía. ―Tragó―. Cómete tu la piña. Ah, y yo también quiero el mango.
―A mí también me gusta la sandía, ¡y no te comas el mango!
Atrapé el trozo que intentaba tomar con mi tenedor, y una torpe batalla de dos tenedores compitiendo por un trozo de mango se instaló en el plato. Terminó con un tercer tenedor que se interpuso destrozando el cubito de fruta.
―¡Ponme atención, te estoy hablando de algo serio!
Mamá me miró furiosa. No me gustaba que se enojara conmigo, pero me sentí bien porque retomara su personalidad característica y dejara de usar ese tono conciliador que se escuchaba tan falso en ella.