―Ya estoy aquí ―dije―. ¿Qué es lo que quieres para no publicar esos vídeos?
Esteban se quitó los lentes de sol y sus penetrantes ojos verdes aparecieron para ponerme nerviosa. Su gesto, a pesar de contar con una sonrisa, era cortante y aterrador, daban ganas de huir o de obedecerlo en todo lo que ordenara. Viéndolo de cerca, no tenía problemas para entender por qué había quienes le creían, o porque Loris quedó encantado con él desde el primer momento. Una sola de sus expresiones era suficiente para hacerte sentir inferior.
―Estás tensa, ¿qué te parece si te sientas y hablamos? ―propuso señalándome el espacio frente a él al otro lado de la mesa.
―No tengo tiempo para eso, solo dime para qué me llamaste.
―Si ambos no podemos de nuestra parte, no va a funcionar.
Llené mis pulmones en un intento por darme valor y me senté en el sitio que me señalaba con su mano. Nuestros rostros quedaron frente a frente, a menos de un metro de distancia, como una ejemplificación literal de un encuentro entre la belleza y la fealdad.
―¿Qué es lo que quieres?
Otra vez me vi interrumpida, en esa ocasión por una mesera que sirvió dos capuchinos decorados con una porción de crema batida. Yo lo observé dejándole claro que no iba a tomarme algo ni aunque me lo sirviera un ángel, pero él suspiró y dio un gran trago a su bebida, para después intercambiarlas.
―No tiene nada. Eso sería un engaño, y odio los engaños.
―¿No engañabas a Loris cuando lo grababas sin su consentimiento? ―casi escupí.
Intenté no hablar alto, no quería atraer la atención, menos ventilar algo como eso, pero ver a ese tipo con su porte relajado mientras bebía café como si el mundo le debiera pleitesía, me hervía las entrañas.
Cuando leí el mensaje en la mañana, antes de que regresábamos del viaje, no dudé ni un momento de quién se trataba, a pesar de ser un número desconocido. Creo que nunca había llegado a despreciar tanto a alguien como a ese sujeto que iba por la vida destruyendo lo que se le antojara. Me quedaba claro que no lo había pensado ni un momento antes de enviarme un vídeo de él y Loris teniendo relaciones, y más claro me parecía que lo volvería público si eso lograra salvarlo de mayores consecuencias de las que ya debía estar teniendo.
Esteban no se alteró por mi reclamo.
―¿Eso es lo que crees? ¿Crees que engañé a Loris para grabar eso?
Sentí todos los músculos de mi cuerpo tensarse, y una sensación de angustia fue poblando mi pecho hasta convertirse en un peso físico.
―Loris sabía que yo lo hacía y no le importó. Él sabía a lo que se estaba exponiendo cuando publicó ese vídeo denunciándome, también que yo podía publicar algo así para defenderme de sus acusaciones.
―Estás mintiendo ―me apresuré a responder―. ¿Por qué iba Loris a mostrarse de esa forma si supiera de los vídeos? Es casi seguro que nadie le creería.
―A Loris no le interesaba que otros le creyeran, lo hizo solo por ti.
Generó una pausa mientras bebía, de seguro para aumentar mi ansiedad y las ganas de zarandearlo para que se explicara. Lo logró.
―En realidad, lo hizo por él mismo, para que le estuvieras en deuda y así obligarte a estar a su lado.
―Estás loco. Loris no me obliga a nada. ¿No será que te molesta que esté dándose cuenta de la persona que eres?
―Loris ha sabido desde el primer momento la persona que soy, eso nunca le ha impedido seguirme. Porque él es eso, un seguidor. Tal vez una mascota, te da cariño, pero a cambio necesita que lo mantengas vivo.
Esta vez fui yo la que tomé un trago largo de café. Quería hacer tiempo para pensar, y si resultaba que sí estaba envenenado y me moría, al menos me sacaría de esa situación incómoda.
―Loris ha hecho muchas cosas por ti, ¿no? ¿No crees que deberías tenerle un mínimo de respeto?
―No ha hecho más por mí de lo que yo he hecho por él, y eso no le importó cuando hizo esa estupidez del vídeo.
Cerré mi ojo un momento para calmarme. Cada palabra de Esteban me enfurecía, pero si caía en sus provocaciones iba a ir directo hacia donde él quería. Intenté centrarme en el asunto que me había llevado hasta ahí.